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Los amigos maduritos de Pedro Sánchez son una fuerza electoral colosal
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Ángel Villarino

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Los amigos maduritos de Pedro Sánchez son una fuerza electoral colosal

Alrededor de un tercio del electorado tiene entre 40 y 60 años. El votante medio español supera los 55. La realidad demográfica choca frontalmente con la percepción extendida

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Reuters/Juan Medina)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Reuters/Juan Medina)
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Los partidos políticos son como las empresas de telefonía. Hacen muchas ofertas para captar nuevos clientes, pero a los que ya tienen captados no les ofrecen nada más. La metáfora no es mía, sino de un experto en demoscopia. La fascinación con el voto joven, con las nuevas tendencias, con las redes sociales, y con todo lo que huela a moderno, choca frontalmente con la realidad demográfica. España es ya un país muy viejo, y lo será mucho más en las próximas décadas. Nos hemos acostumbrado a decir cosas como que la televisión no tiene importancia porque solo la ven los mayores de 55 años. Pero resulta que son precisamente ellos el grueso del cuerpo electoral: el votante medio supera con creces los 55 años.

En 1979, cerca del 45 por ciento de quienes estaban llamados a votar tenían menos de 40 años. Hoy esa cifra se ha reducido a menos del 25%. Los mayores son más, pero también son más activos a la hora de votar. Un efecto intensificado por el hecho de que gran parte de las personas que engordan la base de la pirámide poblacional española desde mediados de los 90 son de procedencia extranjera. Inmigrantes o hijos de inmigrantes. Muchos no pueden votar, y, de los que pueden, un porcentaje elevado no demuestra demasiado interés.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/EPA/Dumitru Doru)

Los partidos, como hacen las empresas con sus clientes, tienen motivos para preocuparse por los recién llegados. Se juegan el futuro. Desde 2019, han fallecido 1.400.000 votantes en España. Mientras, el número de quienes han alcanzado la edad o el estatus legal para votar asciende a 1.600.000. “Los desaparecidos eran masivamente bipartidistas, pero los recién llegados reciben todas las ofertas electorales en pie de igualdad. No piensan en la gestión de la crisis de Zapatero o en el caso Gürtel”. Los equilibrios entre cuidar el presente y procurarse un futuro son complicados. Y cada vez más relevantes.

Los amigos maduritos de Pedro Sánchez, aquellos hombres a los que vino a pedir perdón por la agenda feminista de su Gobierno, son una fuerza electoral colosal en el presente. La pirámide población española, con la forma de peonza de los países desarrollados, hace que cerca de un tercio de los electores estén entre los 40 y los 60 años. “Sobre todo en la franja alta, están un poco hartos de ser retratados como una generación tapón. Sienten que empiezan a ser mayores, pero no idiotas, y hay asuntos, como el darwinismo digital, que les causan un enorme rechazo. No les gusta sentir que se les deja atrás, o que se les regaña por todo”, argumenta el experto en demoscopia. Muchos sienten que se ataca su estilo de vida: sus coches, sus costumbres, su sentido del humor… Por eso hay expresiones generacionales, como la irrupción crítica de las viejas glorias del PSOE, que tienen mucha más importancia de la que nos dictaría la intuición.

Foto: Paul Morland. (Cedida)

Todas estas cábalas son importantes si entendemos que las guerras generacionales están ganando terreno en todo el mundo occidental. El demógrafo británico Paul Morland lleva tiempo argumentando en sus libros que, de la misma manera que las clases sociales dominaron la política del siglo XX, el factor determinante ahora empieza a ser la edad. Morland habla en primer lugar de su país, donde el tema ocupa debates parlamentarios y determina la estabilidad de gobiernos, como le pasó a Theresa May con el llamado “impuesto de la demencia”. En Reino Unido, insiste Morland, la edad del que vota es ya más determinante que su renta. Cuanto más joven es una persona, más posibilidades hay de que sea laborista. Y algo parecido ocurrió con el Brexit. Si no hubiesen votado los pensionistas, el país seguiría en la Unión Europea.

En Estados Unidos ya ocurre algo parecido entre demócratas y republicanos. Cuanto más mayor es una persona, más posibilidades tiene de ser votante de Trump. Sucede, además, que la guerra generacional no cava sus trincheras en torno a un eje ideológico claro. En algunos países, los jóvenes son proclives a posicionarse a la izquierda. Pero en otros sucede justo al revés. En las presidenciales francesas de 2017, casi la mitad de los votantes de entre 18 y 24 años se decantaron por Marine Le Pen. Algo parecido a lo que ya ocurre aquí con Vox, que es el partido preferido por quienes acudieron en mayo a las urnas por primera vez. La partida está abierta y los jugadores evolucionan cada vez más rápido.

Los partidos políticos son como las empresas de telefonía. Hacen muchas ofertas para captar nuevos clientes, pero a los que ya tienen captados no les ofrecen nada más. La metáfora no es mía, sino de un experto en demoscopia. La fascinación con el voto joven, con las nuevas tendencias, con las redes sociales, y con todo lo que huela a moderno, choca frontalmente con la realidad demográfica. España es ya un país muy viejo, y lo será mucho más en las próximas décadas. Nos hemos acostumbrado a decir cosas como que la televisión no tiene importancia porque solo la ven los mayores de 55 años. Pero resulta que son precisamente ellos el grueso del cuerpo electoral: el votante medio supera con creces los 55 años.

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