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Los yonquis de la política española
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Ángel Villarino

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Los yonquis de la política española

La actitud de los adictos es indescifrable para todo aquel que no vive en su universo. Pero eso no quiere decir que su comportamiento no siga cierta lógica. Siempre existen motivos

Foto: El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, y el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo. (Reuters/Juan Medina)
El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, y el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo. (Reuters/Juan Medina)
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No sé si han visto alguno de esos vídeos filmados en las calles de Filadelfia donde se juntan los adictos al fentanilo. Están doblados sobre sí mismos, absortos en asuntos que solo existen en sus cabezas, algunos dormidos, otros delirando por los bancos y las aceras. A veces van solos, a veces en grupos pequeños. Cruzan la calle dando tumbos, se apoyan en la vitrina de un comercio y observan pasmados la sombra de un maniquí.

Sus actitudes son indescifrables para todo aquel que no esté en su universo. Pero eso no quiere decir que su comportamiento no siga algún tipo de lógica. Si se reúnen bajo ese puente es por algo, si orinan en esa esquina habrá un motivo, unas veces táctico y otras estratégico. Si se drogan en el mismo parque lo harán porque, bajo su punto de vista, resulta una buena idea. Les parecerá lo más sensato que pueden hacer en ese preciso momento. Aquel que no consuma fentanilo, o incluso quien lo consuma de manera menos destructiva, es difícil que pueda entender las conclusiones a las que han llegado para hacerlo.

Foto: Atienden por sobredosis a una persona en Boston en medio de la gran crisis de opiáceos que sufre el país.

Con algunos excesos de la burbuja política española ya ocurre algo parecido. El que nunca se ha pinchado, incluso mucho consumidor esporádico, empieza a estar desconcertado. Buena parte de los mensajes se construyen sobre tantas capas de irrealidad, alucinación, exageración y crispación, que solo son inteligibles para los adictos. Donde el yonqui ve relato, el resto ve un colchón lleno de lamparones, o unas mantas en mitad de la calzada. Una amiga narraba el otro día la reacción de su novio americano durante el debate entre Sánchez y Feijóo. “Él ni siquiera entendía bien quién era el candidato de izquierdas y quién el candidato de derechas. Yo tampoco me estaba enterando de mucho”.

Se han dicho muchas cosas sobre la polarización (algunas, por cierto, increíblemente ventajistas) y el asunto resulta ya empalagoso. Pero en ocasiones no hay más remedio que insistir, como hizo hace unos días la politóloga Miriam Juan-Torres en este breve ensayo. A la polarización que destruye sociedades le llama polarización afectiva. “No se trata de divergencias en temas concretos, (...) sino que está ligada a cómo se construyen las identidades de grupo”. Cuando se descontrola, provoca que los acuerdos y consensos sean prácticamente imposibles. “Si se llega al extremo de demonizar y deshumanizar al oponente, es muy difícil luego justificar un pacto con el demonio”.

Foto: El líder del PSOE, Pedro Sánchez. (Reuters/Juan Medina) Opinión
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Las sustancias que consumimos diariamente nos arrastran al trance que describe Miriam Juan-Torres. En la lógica del yonqui, por ejemplo, el cruce epistolar entre dos líderes políticos que defienden sus intereses se interpreta bien como una humillación, bien como un disparate, bien como un ultraje, bien como todas las cosas al mismo tiempo. La droga que se distribuye es más poderosa y adictiva que el fentanilo. Aunque agosto es un buen momento para desintoxicarse, los adictos rara vez entran por voluntad propia en la clínica. Y los camellos no se toman vacaciones, ni siquiera cuando están de vacaciones.

No sé si han visto alguno de esos vídeos filmados en las calles de Filadelfia donde se juntan los adictos al fentanilo. Están doblados sobre sí mismos, absortos en asuntos que solo existen en sus cabezas, algunos dormidos, otros delirando por los bancos y las aceras. A veces van solos, a veces en grupos pequeños. Cruzan la calle dando tumbos, se apoyan en la vitrina de un comercio y observan pasmados la sombra de un maniquí.

Pedro Sánchez Alberto Núñez Feijóo Comunicación política
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