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¿Cómo ha acabado el Gobierno español siendo el más propalestino de Occidente?
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Ángel Villarino

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¿Cómo ha acabado el Gobierno español siendo el más propalestino de Occidente?

Ningún Gobierno occidental se ha significado de manera tan rotunda en la guerra de Gaza como lo ha hecho el de Pedro Sánchez. Dos encuestas y un mapa explican sus motivos

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (i), junto al primer ministro belga, Alexander de Croo (d), durante su encuentro con el presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abás. (EFE/Pool/Moncloa/Borja Puig de la Bellacasa)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (i), junto al primer ministro belga, Alexander de Croo (d), durante su encuentro con el presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abás. (EFE/Pool/Moncloa/Borja Puig de la Bellacasa)
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Hasta la guerra de Gaza, toda la política exterior del Gobierno ha estado enmarcada dentro de la ortodoxia occidental y atlántica. Las decisiones más arriesgadas lo han sido más por exceso que por defecto. Incluso la más polémica de todas, el cambio de posición respecto al Sáhara, seguía el camino trazado por Estados Unidos. También el respaldo a Ucrania, que fue vehemente y decidido incluso antes de que se produjese la invasión. Ahí a Pedro Sánchez no le importó demasiado incomodar y contradecir a sus socios de coalición.

Ahora el Gobierno se sitúa en los márgenes de esa ortodoxia, al menos en apariencia. No hay ningún país occidental de cierto peso que esté interpretando un papel como el de España en la crisis israelí. Nos hemos convertido en la voz más propalestina de Europa, seguidos por Bélgica, e incluso hemos ido más allá que algunas naciones musulmanas que, como Marruecos, hacen equilibrios para mantener sus relaciones con Israel intactas, aun a riesgo de provocar un estallido interno.

La posición ha quedado a la vista durante la visita de Sánchez y ha sido convenientemente escenificada en la tensa reunión con Netanyahu de este jueves. España no tenía ninguna necesidad de hacerlo, ni tampoco compromisos adquiridos. Si el presidente ha decidido viajar allí ahora y en los términos en los que lo ha hecho, es porque buscaba precisamente ese efecto.

Antes de especular sobre las consecuencias, convendría hablar de los motivos. El primero de todos sería el estratégico. El Gobierno insiste en que nuestra vecindad en el Mediterráneo es la que es y en que no nos podemos abstraer de nuestra localización en el mapa. Se trata, incide, en posicionarnos como puente entre la sensibilidad musulmana y la occidental, postulándonos como mediador para el enésimo intento de paz en la zona una vez acabe la guerra.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (d), el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu (c) y el primer ministro belga, Alexander De Croo, en Jerusalén esta mañana. (Europa Press/DPA/Pool)

Ahí se enmarca la insistencia en rescatar el compromiso de los dos Estados, una idea que sostienen sobre el papel 139 países del mundo, pero que ha ido perdiendo creyentes entre los propios palestinos. Según un sondeo publicado por el Pew Research Center en septiembre, el apoyo ha caído del 74% al 41% en los últimos 10 años. Antes de los atentados, más de un 50% de los árabes que viven en territorio israelí creía que la única solución era ya la lucha armada, tanto en la Franja de Gaza como en Cisjordania. En torno al 20% optaba por dar otra oportunidad a las negociaciones, mientras que el resto (alrededor del 30%) se decantaba por la resistencia pacífica. Es duro, pero es así. Después de tantos años de enfrentamiento, los que siguen pensando que se puede resolver el conflicto sin derramar más sangre son una minoría en los dos bandos.

El segundo de los motivos detrás de la posición del Gobierno se encuentra reflejado en otras encuestas, esta vez hechas entre la población española. Sucede que el nuestro es el país con la sociedad más propalestina de Occidente. Queda patente en otro estudio del Pew Research de mayo de 2023 (ver gráfico). De las ocho naciones encuestadas, España era la más comprensiva con la causa. Solo el 12% apoyaba expresamente a Israel, frente al 31% que apoyaba expresamente a Palestina. Adelantamos incluso a Suecia, el único país europeo que ha reconocido unilateralmente a Palestina en los últimos 10 años.

Los datos riman con la encuesta más completa realizada después de los atentados, el sondeo de Metroscopia del 20 de octubre de 2023, donde se evidenciaba que la comprensión con la causa israelí estaba cayendo a plomo a medida que avanzaba la campaña de bombardeos sobre Gaza. En siete días, el número de españoles que consideraban “excesiva” la respuesta del Ejército hebreo había pasado del 37% al 55%. Mientras, quienes creían que las represalias eran “adecuadas” habían disminuido del 29% al 18%.

Lo que resulta aún más elocuente es que, solo dos semanas después del mayor atentado ocurrido en mucho tiempo, ya había otra vez más españoles en el lado palestino (31%) que en el israelí (23%). Las posturas mayoritarias, además, se acentúan a medida que se transita hacia la izquierda en el arco político, ya que España es también uno de los lugares donde más se ha politizado el conflicto. ¿Conclusión? Sánchez está tomando una posición que aplauden la mayoría de sus votantes y los de sus socios.

El tercer factor a tener en cuenta es la postura abiertamente militante de sus socios de gobierno. Sumar no solo se ha manifestado radicalmente en contra de la operación israelí en Gaza, sino que dos de sus hoy ministros (Sira Rego —de origen palestino— y Ernest Urtasun) se negaron a condenar los atentados en la votación efectuada en el Parlamento Europeo. Tampoco son desconocidas las opiniones de Pablo Bustinduy al respecto, ni las de Yolanda Díaz o Mónica García. En definitiva, no hay ningún Gobierno en Europa con tantos ministros posicionados con rotundidad en el conflicto a favor del pueblo palestino. Y eso sin meter en la ecuación a la exministra Ione Belarra, que se ha convertido en tertuliana a tiempo parcial en las televisiones del mundo árabe.

El último factor, quizá no el menos importante, es la tentación que han vivido tantos presidentes y ministros de Exteriores de tantos países a lo largo de las últimas décadas. De Clinton a Zapatero, pasando por Kofi Annan, la idea de pasar a la historia como el hombre que deshizo el nudo gordiano contemporáneo ha seducido a mucha gente. En el caso de Sánchez, es una ambición que encaja con el personaje y con su contexto: un mandato imperial, pero sin mucho margen para hacer cosas en el Congreso. Volcarse en gestas imposibles de política exterior suena como una buena idea.

Sobre las consecuencias que puede tener la vía española escenificada ayer en Jerusalén, la más evidente es el creciente enfado de Israel. Sus diplomáticos insisten estos días en que hablar de los dos Estados en estos momentos es “darle un trofeo al terrorismo” y que España se va a convertir en un país irrelevante para la resolución del conflicto si pierde la confianza del actor principal. Es un hecho que hemos pasado del amarillo al rojo en el semáforo de aliados que maneja la diplomacia hebrea y eso puede tener repercusiones que trasciendan la relación bilateral. El Gobierno no teme por ahora presiones, ni mucho menos represalias, de Washington o los socios europeos. Pero habrá que ver cómo evolucionan los acontecimientos, porque la partida va a ser larga y corremos el riesgo de quedarnos en tierra de nadie.

Hasta la guerra de Gaza, toda la política exterior del Gobierno ha estado enmarcada dentro de la ortodoxia occidental y atlántica. Las decisiones más arriesgadas lo han sido más por exceso que por defecto. Incluso la más polémica de todas, el cambio de posición respecto al Sáhara, seguía el camino trazado por Estados Unidos. También el respaldo a Ucrania, que fue vehemente y decidido incluso antes de que se produjese la invasión. Ahí a Pedro Sánchez no le importó demasiado incomodar y contradecir a sus socios de coalición.

Conflicto árabe-israelí Pedro Sánchez
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