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Pedro Sánchez ha roto la cuarta pared: lo que hay detrás de la ONU y la Agencia EFE
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Ángel Villarino

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Pedro Sánchez ha roto la cuarta pared: lo que hay detrás de la ONU y la Agencia EFE

El presidente del Gobierno ha entrado en esa fase en la que el poder se ejerce en crudo, sin molestarse en guardar las apariencias. Es más frecuente que ocurra a medida que se acumulan mandatos

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Europa Press/Alberto Ortega)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Europa Press/Alberto Ortega)
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No creo que ningún periodista se atreva a defender el nombramiento de Miguel Ángel Oliver como presidente de EFE sin esconder la mirada abochornado. Poner al frente de la maquinaria que ordena el andamiaje periodístico a la persona que hasta antes de ayer se encargaba de defender con uñas y dientes la acción del Gobierno es romper la cuarta pared. Es encararse al público en mitad de una escena, como haría Frank Underwood: “Esto ha estado amañado siempre, admitámoslo, así que vamos a dejarnos de tonterías”. Oliver fue la persona que comunicó a Fernando Garea su destitución (en un Rodilla) después de que el periodista se negase a ser una marioneta. Pero Sánchez parece cansado de tener que someterse a pantomimas, a teatrillos molestos que a veces no salen como uno espera. Quiero decir que es mucho más cómodo decirle a un Oliver lo que tiene que hacer, que decirle a un Oliver que le diga a un tercero lo que tiene que hacer.

La mayoría de los presidentes de EFE han estado bien alineados con los gobiernos que los nombraron, lo que no quita que la agencia, que es mucho más que sus dirigentes ocasionales, sea capaz de hacer un trabajo profesional. Ahora, es cierto, entramos en un escenario nuevo, como pasó antes con el CIS y en otros sitios, así que habrá que ponerse en guardia. Es un problema que nos toca de cerca a los periodistas y nosotros, como cualquier otro gremio, tendemos a darle más importancia a lo que nos afecta. Supongo que para los diplomáticos reviste mayor gravedad el nombramiento de Héctor Gómez como representante permanente de España en la ONU. Años y años estudiando y tratando de medrar en la casa de muñecas para que el puesto más ambicionado se lo lleve un “diplomado en Turismo, licenciado en Ciencia del Trabajo y graduado en Derecho”, como reza su biografía. En el fondo, lo de Oliver, como lo de Gómez, es solo un síntoma. Indicios de que empezamos la legislatura del búnker, o la legislatura del muro, o como quieran llamarlo.

Foto: Fotografía de archivo de Miguel Ángel Oliver. (EFE / Chema Moya)

Tampoco es nuevo. Les ha pasado a muchos presidentes a medida que han ido acumulando años de poder. Entran con los brazos abiertos y dando las gracias, escogiendo ministros técnicos, astronautas, figuras de renombre internacional, incluso personalidades independientes. Se esfuerzan por aparentar pulcritud democrática, sacrificando alfiles si es necesario, como pudo comprobar Màxim Huerta a pocos días de coger la cartera. Hasta que un día, cansados de críticas, de insultos que arrecian por hacer una cosa y la contraria, pierden la virginidad con un fiscal general o con un sociólogo de cabecera. Y una vez probada la miel del cesarismo, una vez comprobado que realmente no sucede nada, tienden a coger carrerilla. Los cargos se reparten entre los más leales y las instituciones ya no son un préstamo que hay que cuidar con esmero para que lo disfruten los demás. Se convierten en propiedad del grupo. Las excusas nunca son malas porque hay precedentes de casi todo: “La derecha haría lo mismo”, “Mira lo que pasó en Telemadrid”, “Aznar puso un diputado del PP a dirigir RTVE”, “Esto no es Suecia”.

Hay que tener mucho cuidado con las analogías porque estamos muy lejos de Turquía, de Hungría, de Venezuela... pero es imposible no acordarse de que a Recep Tayyip Erdoğan le aplaudían en sus primeros años (entre otros, The Economist) por sus reformas económicas y su manera de gestionar el país dejando atrás el elitismo kemalista. O que Hugo Chávez fue durante mucho tiempo ese líder que, por fin, estaba haciendo justicia social y disparando los indicadores en un país secuestrado durante décadas por una plutocracia. Cosas que fueron verdad hasta que dejaron de serlo, aunque ahora nos parezcan mentira.

Foto: Pedro Sánchez, en el Congreso durante la conmemoración del 45 aniversario de la Constitución. (Europa Press / Eduardo Parra)

Hay mil trampas por cada analogía, pero en la mayoría de estos procesos de bunkerización se reproduce la misma épica de la defensa propia. A la radicalización de Chávez contribuyeron decisivamente sus enemigos con el paro petrolero y un golpe de Estado, por poner dos ejemplos. Erdoğan convirtió en arma el desdén de sus opositores hacia las capas de la población (rurales, religiosas, sin formación superior) que él dice defender. Donald Trump ha cebado siempre adrede la indignación de sus adversarios para convertirla en petróleo. Que en la política actual existen pocas cosas tan electoralmente nutritivas como el odio rival (lágrimas de progre/lágrimas de facha, en el lenguaje de las redes) es algo que también sabe Isabel Díaz Ayuso. La Tierra Firme del libro de Pedro Sánchez es una tierra de buenos a los que arropar y malos con los que se disfruta haciéndolos rabiar.

La vigesimosegunda enmienda a la Constitución de los Estados Unidos está pensada precisamente para evitar tentaciones a quienes pasan demasiado tiempo mandando, a quienes pierden la virginidad y la perspectiva al ritmo que encajan críticas feroces y campañas de derribo. La enmienda que prohíbe presentarse a un tercer mandato se aprobó tres años después de que uno de los presidentes más importantes de la historia contemporánea lograse el cuarto. Franklin D. Roosevelt ganó sus últimas elecciones en plena Guerra Mundial, en 1944, y si no completó su presidencia fue porque murió por hemorragia cerebral el año siguiente. Hasta su irrupción, la mayoría de los presidentes habían decidido seguir el ejemplo de George Washington y no presentarse a un tercer mandato, con el ideal de no convertir Estados Unidos en una suerte de monarquía. Quienes trataron de saltarse la norma antes de ser plasmada en la Constitución, como Ulysses S. Grant, perdieron las elecciones o las primarias de su partido.

En tiempos de turbopolítica, es posible que haya que empezar a calcular la edad del poder como se calcula la de los perros

A estas alturas, es evidente que la limitación de mandato no es la piedra filosofal de la democracia. Y la lógica tampoco opera al contrario. Mitterrand estuvo 14 años presidiendo Francia, Chirac lo hizo durante 12, y el país sigue en la Quinta República. Tony Blair y Margaret Thatcher superaron la década en Downing Street y mal que bien el Big Ben sigue dando la hora en el Parlamento de Londres. Felipe González se quedó casi tres lustros. Pedro Sánchez lleva cinco y ya ha instalado sus dependencias en el búnker de la Moncloa. En tiempos de turbopolítica, es posible que haya que empezar a calcular la edad del poder como se calcula la de los perros. Ya saben: cada año vale por siete.

No creo que ningún periodista se atreva a defender el nombramiento de Miguel Ángel Oliver como presidente de EFE sin esconder la mirada abochornado. Poner al frente de la maquinaria que ordena el andamiaje periodístico a la persona que hasta antes de ayer se encargaba de defender con uñas y dientes la acción del Gobierno es romper la cuarta pared. Es encararse al público en mitad de una escena, como haría Frank Underwood: “Esto ha estado amañado siempre, admitámoslo, así que vamos a dejarnos de tonterías”. Oliver fue la persona que comunicó a Fernando Garea su destitución (en un Rodilla) después de que el periodista se negase a ser una marioneta. Pero Sánchez parece cansado de tener que someterse a pantomimas, a teatrillos molestos que a veces no salen como uno espera. Quiero decir que es mucho más cómodo decirle a un Oliver lo que tiene que hacer, que decirle a un Oliver que le diga a un tercero lo que tiene que hacer.

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