Takoma
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Las risotadas de Carlson con Putin son una advertencia para los europeos
Cada vez más voces urgen a prepararnos para afrontar una guerra contra Rusia sin el apoyo de EEUU a medio plazo. Trump ya advirtió a Von Der Leyen de que si Putin ataca la UE, nadie vendrá a defendernos
Hace ya algunos años se pusieron de moda las ucronías que fantaseaban con lo que podría haber ocurrido si Estados Unidos no hubiese entrado en la Segunda Guerra Mundial. Las risotadas de Tucker Carlson entrevistando amablemente a Vladimir Putin son la escena de arranque perfecta para una versión contemporánea de la misma pesadilla, adaptada a los miedos del siglo XXI.
Las entrevistas del propagandista de Trump no son cualquier cosa. La que le hizo en agosto pasado al propio candidato republicano la vieron 20 millones de personas en los primeros 45 minutos. En solo 24 horas, había superado los 240 millones de visualizaciones. Eso son solo 90 millones menos de cuántos habitantes tiene Estados Unidos. Su mayor éxito de todos modos no es ese, sino el de la entrevista con el presidente argentino, con Javier Milei, que superó los 420 millones de visualizaciones. Carlson ha dado voz también a Bukele, Bolsonaro, Orbán y, más recientemente, a Santiago Abascal, a quien acompañó en las manifestaciones de Ferraz.
Verle charlando cordialmente con Putin, tratándole como un político valiente que cuenta su verdad, debería recordarnos a los europeos que hay que estar preparados para lo que pueda ocurrir a partir de noviembre. La posibilidad de que se produzca, a medio plazo, una incursión rusa en territorio de la Unión Europea, contra un país de la OTAN, cada vez se pronuncia más veces en público. Ya sea en las repúblicas bálticas, en Polonia, o en Finlandia, el miedo se ha ido intensificando en los últimos meses. Por poner tres ejemplos recientes: aquí está el jefe del estado mayor británico, Patrick Saunders, hablando abiertamente de preparar a los británicos para la eventualidad de una guerra con Rusia; aquí el ex comandante británico de la OTAN, el general Richard Sheriff, animando a “pesar en lo impensable”. Aquí la primera ministra estonia, Kaja Kallas, poniéndole fecha al riesgo.
En Polonia y los países bálticos están convencidos de que Rusia está valorando una invasión a corto plazo
Hace un par de semanas, en una cena con un grupo de periodistas que trabajan en los diarios más prestigiosos de Polonia y de los tres países bálticos, me sorprendió hasta qué punto están convencidos de que una invasión rusa es algo en el horizonte próximo para su población. “La gente está haciendo planes a muchos niveles. Muchas amigas y familiares han decidido retrasar la maternidad, otros se preparan física, económica y mentalmente para la guerra y algunos ancianos han empezado a crear una alternativa para vivir fuera de Estonia cuando se vean obligados a abandonar el país”, me decía la editora de un medio de Tallin.
Hay varias teorías convincentes con las que rebajar la gravedad de estas cábalas y quitarle hierro al asunto. Una de ellas dice que los halcones de la UE podrían estar metiendo miedo para evitar que descienda el interés por Ucrania. Pero ya pasamos por esto hace dos años. Todos tenemos ganas de que las hipótesis sean ciertas, pero es una temeridad fiarlo todo al optimismo y decidir que los bálticos, los británicos y los polacos son simplemente unos paranoicos.
Hay dos variables de las que depende todo lo demás. La primera es la propia guerra de Ucrania, donde las cosas ahora no están yendo precisamente bien. La segunda es lo que ocurra en Estados Unidos, donde hay mucha partida por delante, pero ya nadie se atreve a descartar una victoria de Donald Trump. Si llega a su segundo mandato y cumple lo que ha prometido, hay razones para preocuparse de verdad. Juró acabar con la guerra de Ucrania “en 24 horas” pactando con Putin, suspender toda la ayuda militar a Ucrania e incluso pedir que Europa reembolse la munición usada contra Rusia hasta la fecha.
Trump ha mostrado una y mil veces su desprecio por la OTAN. Si Rusia invade uno de los países bálticos y EEUU no sale en defensa de la UE, va a dar un poco igual si el avance es de un par de kilómetros alrededor de Kaliningrado o si los tanques rusos llegan a Riga o Tallin. Cualquiera de esos escenarios supondría el parte de defunción de la Alianza Atlántica y otorgaría al Kremlin el objetivo estratégico que más ambiciona, la obsesión manifiesta de sus propagandistas. Una victoria más importante en términos históricos que la que podría haber logrado tomando el control de Kiev cuando inició la invasión.
El problema para la Unión Europea si Trump cumple sus amenazas y acaba definitivamente con el orden establecido después de la Segunda Guerra Mundial es de unas proporciones que no hemos empezado a imaginar. No solo dejaría desprotegidos los confines del “jardín" de Borrell, sino que nos abocaría a buscarnos la vida en multitud de asuntos clave que en su día dejamos alegremente en manos de Washington, pensando que la alianza sería para siempre: dependencia en cuestión de satélites, inteligencia, chips, tecnología, logística, energía, control del espacio… Todo ello sin ponernos a pesar los anabolizantes que un segundo mandato de Trump recetaría a los partidos de la derecha autoritaria europea.
Ojalá los estonios, los lituanos y los letones vivan en la paranoia del frío y que dentro de algunas décadas la entrevista de Carlson a Putin se convierta en el único hecho histórico cierto de la serie, el arranque de una ucronía con la que divertirse imaginando lo que habría pasado si las cosas hubiesen salido realmente mal.
Hace ya algunos años se pusieron de moda las ucronías que fantaseaban con lo que podría haber ocurrido si Estados Unidos no hubiese entrado en la Segunda Guerra Mundial. Las risotadas de Tucker Carlson entrevistando amablemente a Vladimir Putin son la escena de arranque perfecta para una versión contemporánea de la misma pesadilla, adaptada a los miedos del siglo XXI.
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