Es noticia
"Hamás ama a Biden": el peligroso baile de dos hombres acorralados
  1. España
  2. Takoma
Ángel Villarino

Takoma

Por

"Hamás ama a Biden": el peligroso baile de dos hombres acorralados

Salvando las distancias, Netanyahu y Biden enfrentan situaciones parecidas. Sus intereses políticos no son compatibles con las decisiones necesarias para lograr un alto el fuego

Foto: El presidente de EEUU, Joe Biden (i), y el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu. (Europa Press/Archivo/Avi Ohayon)
El presidente de EEUU, Joe Biden (i), y el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu. (Europa Press/Archivo/Avi Ohayon)
EC EXCLUSIVO Artículo solo para suscriptores

En enero de 2020, solo existían dos países en el mundo en los que la popularidad de Donald Trump se mantenía por encima del 70 por ciento. El primero era la Filipinas de Rodrigo Duterte (77%). El segundo, el Israel de Benjamín Netanyahu (71%). En noviembre de ese año, las mismas encuestas indicaban que Tel Aviv era una de las pocas ciudades del planeta donde la población estaba mayoritariamente a favor de un segundo mandato del polémico presidente republicano.

Joe Biden no fue nunca el candidato preferido por los israelíes, mucho menos por los ultranacionalistas. Pero se ha esforzado por mantener el tono hiperbólico de una relación muy profunda que mezcla ingredientes ideológicos, sentimentales y, por supuesto, crematísticos. “No se necesita ser judío para ser sionista”, dijo siendo ya presidente, el verano de 2022, durante una visita oficial a Jerusalén, donde le recibió el entonces primer ministro, el moderado Yair Lapid. Antes de irse, deslizó que la solución de los dos estados seguía siendo “la mejor esperanza” para desatascar el conflicto.

Tras los atentados del 7 de octubre, Biden anunció un respaldo “sin condiciones” a cualquiera que fuese la reacción de Netanyahu. Aquellas semanas, la aceptación de su liderazgo se disparó por encima del 81 por ciento en Israel. Después, tras conocer la determinación por acabar con Hamás mediante una operación militar a gran escala abocada a provocar una masacre de civiles sin demasiados precedentes, empezó a echar el freno. Desde entonces, ha tratado de mantener un peligroso baile con el primer ministro israelí que va camino de frustrar a todo el mundo y cuyo último capítulo es la suspensión del envío de ciertas armas tras la entrada de tropas en Rafah.

Salvando las distancias, y en planos de realidad diferentes, ambos están actuando con la lógica de un sujeto arrinconado. Netanyahu vive amenazado por los diputados ultraderechistas y supremacistas con los que forma gobierno, que le piden aún más contundencia y amenazan con hacerlo caer. Al mismo tiempo, muchos analistas están convencidos de que intenta alargar la guerra lo más posible porque sabe que un alto el fuego incrementaría la presión para que convoque elecciones, un proceso que para él podría acabar incluso en la cárcel por los cargos de corrupción que arrastra.

Todo lo anterior está provocando además un creciente malestar entre mandos de su ejército, que se ven envueltos en situaciones tácticas que no terminan de comprender y que no tienen tanto que ver con el sufrimiento de los palestinos, sino con el avance de las operaciones, la frustración de las tropas y la estabilidad de la sociedad entera. En este contexto, las presiones de Washington, que en otras situaciones han resultado efectivas, quedan ahora relegadas a un segundo o tercer plano.

Biden también enfrenta una coyuntura imposible, que amenaza como poco su supervivencia política. Retirar el apoyo a Israel le supondría un problema enorme con una base importante de su electorado y con los grandes donantes judíos. Pero alimentar la guerra de Netanyahu le está desangrando por otro flanco: el voto musulmán (clave en muchos estados decisivos en las elecciones de noviembre) y, sobre todo, el de los jóvenes universitarios.

“Hay una brecha generacional entre el electorado demócrata. Los más jóvenes, al menos los estudiantes, están radicalmente en contra de lo que está pasando. Pero sus padres no entenderían nunca que Estados Unidos retire el apoyo a Israel”, dice Carlos Barragán, experiodista de El Confidencial y alumno de Columbia, el campus de Nueva York donde han prendido las polémicas protestas. La única salida para Biden es un alto el fuego que calme los ánimos y permita reconducir la agenda antes de noviembre. Pero Netanyahu no tienen ningún incentivo personal para complacerlo.

Foto: Protesta propalestina en la Universidad de Columbia. (Reuters/David Dee Delgado)

Y así llegamos a la provocación del ministro de Seguridad Nacional israelí enunciando un romance entre Hamás y Biden, una de las melodías más grotescas de todas las que suenan en este baile. Lo que está haciendo el supremacista Itamar Ben-Gvir es tocar los tambores para acercarse a sus objetivos, que no son otros que la expulsión de todos los palestinos de Judea y Samaria, cueste lo que cueste, aun a costa de perder el respaldo de Washington y provocar una guerra regional. No es solo una locura desde cualquier perspectiva humanitaria, sino que trasciende la contienda en Gaza y pone en riesgo la propia existencia del estado de Israel. Con todo, no hay nada de imprevisible en la actitud de Biden y Netanyahu, porque si hay algo previsible es el instinto de supervivencia.

La perspectiva de una vuelta de Trump al poder a finales de año abre escenarios diferentes, pero no más optimistas. El expresidente ha utilizado estos meses la retórica confusa a la que nos tiene acostumbrados, mezclando el apoyo incondicional con críticas al gobierno israelí por su falta de anticipación ante el atentado y escasa pericia para controlar el relato después. Matt Brooks, director ejecutivo de la Coalición Judía Republicana, insiste en que la posición de Trump es, sin embargo, muy sencilla de entender. "Está dando a los israelíes un cheque en blanco para terminar el trabajo y eliminar a Hamás, pero advirtiéndoles de que el tiempo no es su aliado y cada día que pasa la opinión pública mundial empeora (...) Exactamente lo mismo que la comunidad judía están diciendo ahora mismo".

En enero de 2020, solo existían dos países en el mundo en los que la popularidad de Donald Trump se mantenía por encima del 70 por ciento. El primero era la Filipinas de Rodrigo Duterte (77%). El segundo, el Israel de Benjamín Netanyahu (71%). En noviembre de ese año, las mismas encuestas indicaban que Tel Aviv era una de las pocas ciudades del planeta donde la población estaba mayoritariamente a favor de un segundo mandato del polémico presidente republicano.

Joe Biden Benjamin Netanyahu Gaza
El redactor recomienda