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La carta de Errejón como documento histórico
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Ángel Villarino

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La carta de Errejón como documento histórico

Además de un acta de defunción, la despedida de Íñigo Errejón es un documento valioso para descifrar lo que Podemos introdujo en la política española hace una década.

Foto: El exportavoz de Sumar Íñigo Errejón. (EFE/Borja Sánchez-trillo)
El exportavoz de Sumar Íñigo Errejón. (EFE/Borja Sánchez-trillo)
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La carta con la que Íñigo Errejón ha puesto punto final a su carrera es el epitafio de toda una generación política y un texto de un valor documental incalculable. A pesar de la impostura del planteamiento, logra sintetizar lo que ha sido la aventura más accidental de la democracia española, la de Podemos, y transmitir su atmósfera y sus símbolos, como en una obra de teatro kabuki.

Mi parte preferida es cuando Errejón, que recordemos que hasta ayer era el último rockero en activo de la antigua banda, confiesa que “ha llegado al límite de la contradicción entre el personaje y la persona”. Es una manera portentosa de decirlo porque, además, la carta está escrita desde el personaje, no desde la persona, circunstancia que mete al lector en una paradoja infernal que puede fundirle el núcleo irradiador a cualquiera.

Del activismo moralista no se sale sin contradicciones. Algunas son imperdonables, como comprarse un chalet en Galapagar y aprobarlo mediante un referéndum amañado. Otras, además, son crepusculares, como la que ha tumbado a Errejón. Recordemos que su partido matriz se esforzó por importar a España los #MeToo y trató de capitalizarlos políticamente.

Ahora, cuando este formato de escarnio público ha perdido vigor y es cuestionado en medio mundo —por su arbitrariedad y falta de garantías—, precisamente ahora se le obliga a dimitir, acorralado por sus propias reglas y sus propios compañeros. Tan extemporáneo resulta caer por un #MeToo que ni Twitter se llama ya Twitter.

La carta contiene muchas otras aportaciones útiles para los historiadores que, en el futuro, tengan curiosidad por entender lo que significó Podemos. La idea del patriarcado y el neoliberalismo como justificación, como pretexto, del neoliberalismo como un monstruo que se come los deberes y te obliga a hacer cosas horribles que no quieres hacer mientras tú solo tratabas de convertirte en ministro o presidente de gobierno, en cambiar la historia del país y en que le pongan tu nombre a un aeropuerto. O las referencias a la salud mental, poco se dice lo importante que es la salud mental, para justificar unos hechos que ni siquiera se explican en el texto.

Pero el reflejo más elocuente de Errejón y su época es el que hacía notar anoche Cristina García Casado al darse cuenta de que la carta tiene dos lecturas casi opuestas. La que se hace sin saber que hay acusaciones serias detrás, y la que se realiza una vez que se conocen esas mismas acusaciones. Es una técnica que resulta consustancial en la historia del partido que se destruyó combinando chistes en grupos de WhatsApp con purgas salvajes. Lo que ha sobrevivido al naufragio, por cierto, se parece ya bastante a lo que había antes de que llegaran ellos.

Sin entrar en la hipocresía, esta ya colectiva, de haberlo tapado durante años, haciendo la vista gorda a ver si terminaba de "trabajar un proceso personal" y rezando para que no trascendiese demasiado de lo que ocurría en la noche madrileña. Luego hay alguna otra cosilla que la carta de Errejón nos dice sin decirla. Por ejemplo, que hay una manera de estar en el mundo con veinte años que, pasados los cuarenta, se vuelve sospechosa, incluso sórdida. O que su hornada política, y lo que llegaron a representar, ha envejecido peor que Steven Seagal.

La carta con la que Íñigo Errejón ha puesto punto final a su carrera es el epitafio de toda una generación política y un texto de un valor documental incalculable. A pesar de la impostura del planteamiento, logra sintetizar lo que ha sido la aventura más accidental de la democracia española, la de Podemos, y transmitir su atmósfera y sus símbolos, como en una obra de teatro kabuki.

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