Takoma
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No les pedimos que arreglen nada, nos conformamos con que no estorben
En días como estos, se intensifica la sensación de que la clase política ya no solo no soluciona problemas, sino que estorba a quienes tratan de resolverlos. Ningún sistema aguanta mucho así
Todavía no sabemos cuántos muertos va a dejar la DANA, pero ya sabemos que la clase política no va a salir bien parada. La sensación extendida es que su aplomo se desvanece cada vez que la realidad les obliga a abandonar el género de ficción en el que viven.
Se repite un patrón. Al principio reaccionan igual que Axl Rose si el público hace ruido en el concierto. Les molesta ser interrumpidos y se revuelven para no tener que abandonar el universo de relatos electorales. Acuérdense de aquel ocho de marzo, nada más explotar la pandemia, cuando se obstinaron en mantener las convocatorias feministas o el mitin de Vistalegre.
El miércoles en el Congreso volvió a pasar. Siguieron adelante con la sesión plenaria para convalidar el decreto de RTVE como si lo urgente fuese eso. Si quedaba alguna televisión encendida en Paiporta esa mañana, los vecinos habrían podido ver a unos tipos encorbatados declamando sobre el control de la televisión pública mientras en las calles aún se hinchaban los cadáveres.
Pero es casi peor cuando conceden y se resignan a interactuar con los hechos. Su afán es entonces retorcer y amasar lo que sea que esté ocurriendo, buscando hacer que encaje en su guion para devolver lo antes posible a la gente a la dramatización simplona del bien contra el mal con la que rellenan las horas. Instrumentalizando, además, la potencia emotiva de cualquier cosa para convertirla en material inflamable.
Las pandemias, las riadas, nevadas, las emergencias… sacan a la superficie todas las ineficiencias de una función pública que necesita una reforma urgente para la que nunca hay hueco en la agenda. El caos administrativo, la falta de coordinación autonómica... queda todo a la vista y nos obliga a preguntar con qué han estado ocupando su tiempo y nuestro dinero. Y dejan el camino expedito para el populismo ramplón y para la épica tramposa del voluntariado, al cuento de los caudillos y de las organizaciones que cubren los huecos que deja la autoridad.
Recordaba el otro día Zigor Aldama en redes una cita de Michael O. Levitt, secretario de Sanidad de Estados Unidos durante la pandemia. "Cualquier medida que se tome antes de un desastre parecerá exagerada. Cualquier medida que se tome después parecerá insuficiente". Y es cierto, pero cuando los ciudadanos le dicen al encuestador del CIS que sus principales preocupaciones tienen que ver con la clase política, están queriendo decir exactamente eso. No es necesario interpretar sus sonidos como hacen los zoólogos con los bonobos o las ballenas. No están personificando un malestar difuso derivado del deterioro de las condiciones materiales, la brecha de desigualdad, ni ninguna otra abstracción. Tampoco están aludiendo por persona interpuesta a sus médicos, a sus profesores, ni a sus policías, ni a sus meteorólogos. Están hablando de sus políticos.
Sabemos cuáles pueden ser las consecuencias de esta desafección continuada porque vemos lo que está pasando en otros sitios. El martes se vota en Estados Unidos y ya es el propio sistema lo que está en discusión. La mitad de los americanos creen que su democracia no funciona y el 76% considera que esta forma de gobierno está en riesgo. Como explicaba Argemino Barro, voces muy influyentes piden ya sin complejos volver a modelos políticos autoritarios.
El diagnóstico está hecho desde hace mucho: cada vez más ciudadanos nacidos en países democráticos perciben que su clase política no soluciona los grandes problemas y no se ocupa de los cotidianos. La DANA es el ejemplo perfecto. Nuestros gobernantes no son capaces de frenar el calentamiento global, un tema del que hablan a todas horas y a cuya resolución solo pueden contribuir en la medida de sus posibilidades.
Pero tampoco adaptan nuestro entorno de manera eficaz a los nuevos desafíos climáticos, algo de lo que no hablan casi nunca y que sí estaría en sus manos resolver. El problema es que eso es mucho trabajo gris, luce poco, y es difícil de convertir en un discurso emocionante que venda electoralmente. Sucede que el sistema más próspero de la historia no va a resistir en estas condiciones indefinidamente, no va a aguantar para siempre con la ciudadanía en contra.
Todavía no sabemos cuántos muertos va a dejar la DANA, pero ya sabemos que la clase política no va a salir bien parada. La sensación extendida es que su aplomo se desvanece cada vez que la realidad les obliga a abandonar el género de ficción en el que viven.
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