Takoma
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La fábula del granjero sabio que resume todo lo que nos puede pasar
El mundo, no solo en Occidente, está instalado en la profunda convicción de que las cosas van a ir a peor. El último pronóstico pesimista es que es precisamente eso lo que nos hará descarrilar
Tuve ocasión de preguntar en privado a un alto funcionario estadounidense cómo veía el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca. Me remitió a la famosa fábula taoísta del granjero sabio.
Dice así:
Había una vez un granjero que vivía en un pequeño pueblo. Un día, su caballo se escapó. Sus vecinos vinieron a ofrecerle su simpatía, diciendo: "¡Qué mala suerte!". El granjero respondió: "Puede que sí, pero puede que no".
Al día siguiente, el caballo regresó, trayendo consigo un grupo de caballos salvajes. Los vecinos volvieron, esta vez exclamando: "¡Qué buena fortuna!". El granjero nuevamente dijo: "Puede que sí, pero puede que no".
Unos días después, el hijo del granjero intentó domar uno de los caballos salvajes, pero cayó y se rompió una pierna. Los vecinos acudieron a ofrecer sus condolencias. "¡Qué cosa tan terrible!", dijeron. "Puede que sí, pero puede que no", respondió el granjero.
No mucho tiempo después, llegaron soldados al pueblo para reclutar a los jóvenes para el ejército. Debido a su pierna rota, el hijo del granjero no fue llevado. Los vecinos se alegraron, diciendo: "¡Qué suerte!". "Puede que sí, pero puede que no".
Me llamó la atención no solo por su elegancia para salir del paso, sino porque era el primer pronóstico medianamente optimista que escuchaba en mucho tiempo. Vivimos dentro de un bucle de catastrofismo que, como sostenía Javier Jorrín este viernes, acabará en profecía autocumplida. Lo cierto es que su análisis se centraba en la Unión Europea, pero podría trasladarse a casi cualquier otro lugar del mundo. Con muy pocas excepciones y desde hace ya bastante tiempo.
El pasado mes de junio, IPSOS publicó un sondeo en una treintena de países para llegar a la conclusión de que la gran mayoría de los habitantes del planeta creen que las cosas van a peor para su nación. Se salvaban cinco países asiáticos (Singapur, Indonesia, India, Malasia y Tailandia) y, a cierta distancia, dos iberoamericanos, curiosamente con dos gobiernos populistas de signo político opuesto (Argentina y México). Las dictaduras férreas, donde cuesta mucho hacer dichas encuestas, no tienen pronósticos más halagüeños. El pesimismo se está instalando incluso en la sociedad china. Al menos en las clases medias urbanas, cada vez más convencidas de que los años de euforia han llegado a su fin.
El país de la UE más optimista del listado era Polonia, seguido por España, que en términos globales se sitúa en la mitad de la tabla. El CIS retrataba esta semana lo que hay en ese punto medio. La mayoría de los españoles esperan que dentro de diez años las cosas serán radicalmente peor que ahora. Incluso en asuntos que no tienen una relación directa con la evolución económica o política. En temas tan sorprendentes como los divorcios, la familia o la soledad. El español medio pronostica, por supuesto, más paro, más degradación medioambiental, más delincuencia, más racismo, más desigualdades, más drogadicción, incluso más cáncer, epidemias y desastres naturales. Las cuatro cosas que más nos preocupan como sociedad —guerras, cambio climático, pobreza y paro— también van a empeorar.
Al cambiar la orientación de las preguntas, las cosas se empiezan a ver diferentes. Por ejemplo, los sondeos dicen que, desde la distancia, desde Francia o Japón, el futuro de Estados Unidos no parece tan negro como para quienes viven allí. Algo similar ocurre con China vista desde aquí, o con Occidente visto desde China, como argumentaba Yan Xuetong. Con algunas excepciones llamativas como la de Singapur o Indonesia, el mundo se ha convertido en un lugar en el que todos se sienten los perdedores con los cambios que se están produciendo. Y lo contrario cuando a la gente se le pregunta sobre sus expectativas personales o familiares en lugar de preguntar por las de su país: "A mí me va bien, pero aquí la cosa está fatal", vienen a decir.
Un periodista de The New York Times, Frank Bruni, publicó esta primavera un ensayo (The Age of Grievance) en el que trata de explicar por qué nos está pasando esto. Aunque lo centra en EEUU, algunas de sus conclusiones son extrapolables. A partir de la década de 2010, dice, los estadounidenses comenzaron a percibir erróneamente que su país había sido superado económicamente por China, erosionando la aspiración de liderazgo y alimentando la idea de que los buenos tiempos habían quedado para siempre atrás. Se empezó a extender la idea de que el mito del "sueño americano" había llegado a su fin y de que sus dos principales virtudes (oportunidades y movilidad social) funcionan ya mucho mejor en lugares como… la Unión Europea. Este cambio en la narrativa —motivado en hechos objetivos, pero muy exagerado—, ha calado hasta los huesos en muy poco tiempo. "La brecha entre el mito del progreso infinito y la realidad del crecimiento limitado genera desilusión, dejando claro que la aspiración perpetua, cuando no se cumple, conduce al desaliento".
En realidad, desarrolla Bruni, Estados Unidos siempre ha surfeado esta tensión subyacente entre aspiración desbocada e insatisfacción, pero una cadena de eventos que arrancó el 11 de septiembre ha logrado romper el equilibrio y amplificar las lecturas negativas hasta hacerlas ensordecedoras. La pérdida de confianza en instituciones y los valores tradicionales, abunda, han engendrado un debate público dominado por el nihilismo y el alarmismo. En lugar de promover visiones esperanzadoras de futuro, los líderes y sus altavoces se centran en advertencias apocalípticas, reforzando la sensación de desesperanza. A su análisis cabría añadir una vieja máxima periodística que los algoritmos han llevado al paroxismo: "las buenas noticias no son noticias". Y una pregunta: ¿Son las sociedades envejecidas más propensas al pesimismo? ¿Puede eso definir la actitud de los países, igual que sucede con las personas?
Como Jorrín en su análisis económico, Bruni dedica muchas páginas a alertar de que este cambio no solo afecta a la cohesión social, sino que podría convertirse en una profecía autocumplida y tener consecuencias devastadoras. Lo cual, paradójicamente, es en sí mismo un pronóstico pesimista.
Y puede que sí. Pero puede que no.
Tuve ocasión de preguntar en privado a un alto funcionario estadounidense cómo veía el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca. Me remitió a la famosa fábula taoísta del granjero sabio.