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Corea del Sur o lo que pasa cuando la policía global deja de pedir el carnet por el mundo
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Ángel Villarino

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Corea del Sur o lo que pasa cuando la policía global deja de pedir el carnet por el mundo

Ahora que sabemos que el autogolpe ha fracasado, la pregunta es si el presidente Yoon Suk Yeol se habría atrevido a intentarlo con el contexto internacional que había hace una década

Foto: El presidente de Corea del Sur, Yoon Suk Yeol. (EFE/Oficina de la Presidencia de Corea del Sur)
El presidente de Corea del Sur, Yoon Suk Yeol. (EFE/Oficina de la Presidencia de Corea del Sur)
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Hacerse presidente de Corea del Sur es como entrar en la heroína: un viaje intenso que puede llegar a merecer la pena, pero que desde la primera dosis sabes que te va a arruinar la vida. Es muy probable que mueras por el camino y, si logras sobrevivir, vas a acabar declarando ante un juez antes o después. Lo más normal es que ingreses en prisión. Una o más de estas cosas les han ocurrido a todos los jefes del Estado, sin excepción, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. El último en abandonar el cargo, Moon Jae-in, no ha pasado todavía por la cárcel, pero está siendo investigado en un caso de sobornos en el que está implicado su yerno. Si me permiten la batallita, en 2010 estuve en la Casa Azul entrevistando a Lee Myung-Bak, exalcalde de Seúl, uno de los más joviales... y condenado después a 15 años de cárcel.

Se ha repetido en las últimas horas la idea de que la democracia surcoreana está (al menos estaba) un escalón por encima de la española en el célebre escalafón de The Economist. Es una democracia muy joven, pero plena, con algunos defectos y muchas y contrastadas virtudes. Pero es, también, uno de los lugares con mayor voltaje político del planeta, con un debate intoxicado por asuntos como la relación con el país hermano del norte y por las desigualdades económicas, sociales, incluso generacionales, alimentadas durante décadas de desarrollismo fulgurante. Esa conflictividad solía ser percibida desde Europa o Estados Unidos como un chiste. Una de esas escenas de asiáticos pegándose patadas en el Parlamento. Como cuando en 2005 se tuvieron que llevar a un diputado inconsciente en camilla. La clásica noticia para cerrar el telediario con una sonrisa socarrona y el presentador levantando la ceja.

El presidente Yoon Suk Yeol, con la popularidad por los suelos, sin margen legislativo, acorralado por su propio partido, y chapoteando en un caso de corrupción que afecta a su mujer —acusada de recibir regalos y tratos de favor— pensó que su viaje a lomos de la droga del poder estaba a punto de expirar, y que la única manera de seguir enganchado era dar un autogolpe de Estado. Analistas como Ramón Pacheco, del King´s College de Londres, opinan que son esas dinámicas internas las que explican lo sucedido en el país esta semana. Siendo esto cierto, la pregunta es más bien si Yoon Suk Yeol se habría atrevido en un contexto internacional diferente, con una gran potencia siempre vigilante como antaño.

Es lógico pensar que, si se atrevió a dar el paso, nada menos que a suspender las garantías democráticas de su país, es porque pensó que había alguna posibilidad real de que la iniciativa prosperase. Y eso es algo realmente alarmante, tratándose de uno de los principales socios de Washington en el continente más importante para sus intereses. Un suceso más difícil de imaginar antes de que la policía del mundo anunciase que está de retirada y que va a dejar de ir pidiendo el carnet por el mundo.

Foto: Soldados son rechazados con extintores en el edificio principal de la Asamblea Nacional en Seúl. (Reuters/Yonhap)

Corea del Sur no es solo un 'país escaparate' del capitalismo global, una alternativa fabril amable, ni uno de los principales diques de contención de China. También es un socio clave. En los últimos años, por ejemplo, ha ayudado a fortalecer el cinturón de la OTAN en el Este de Europa, colaborando con los países de la región para robustecerlos ante la embestida de Putin. Un autogolpe en la niña bonita de la democracia liberal en Asia ya no es un chiste exótico, sino un asunto realmente serio. Así que, aun dando por válida la discutible hipótesis de que Yoon Suk Yeol habría actuado igual con el contexto global de hace diez años, el cambio en nuestra percepción (lo que va del chiste al drama) es ya un indicador evidente de que el mundo en el que vivimos es mucho más frágil que hace una o dos décadas.

Hay también una lectura positiva en todo esto y es que la sociedad surcoreana ha generado anticuerpos en cuestión de minutos, demostrando que el sistema es capaz de defenderse, que no es tan frágil como pensamos en ocasiones. Y recordándonos ese consejo en el que coinciden los politólogos y los psicólogos de pareja: nunca hay que dar nada por descontado. Las cosas que importan hay que trabajarlas constantemente.

Hacerse presidente de Corea del Sur es como entrar en la heroína: un viaje intenso que puede llegar a merecer la pena, pero que desde la primera dosis sabes que te va a arruinar la vida. Es muy probable que mueras por el camino y, si logras sobrevivir, vas a acabar declarando ante un juez antes o después. Lo más normal es que ingreses en prisión. Una o más de estas cosas les han ocurrido a todos los jefes del Estado, sin excepción, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. El último en abandonar el cargo, Moon Jae-in, no ha pasado todavía por la cárcel, pero está siendo investigado en un caso de sobornos en el que está implicado su yerno. Si me permiten la batallita, en 2010 estuve en la Casa Azul entrevistando a Lee Myung-Bak, exalcalde de Seúl, uno de los más joviales... y condenado después a 15 años de cárcel.

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