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Takoma
Por
El 'consenso de Pekín' o la creciente tentación de echarse en brazos de China
La actitud de la Administración Trump 2.0 está haciendo que hasta algunos de los aliados más leales a Washington se planteen la posibilidad de estrechar lazos con China
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"Simplemente no es normal tener un mundo unipolar, eso ha sido una anomalía producto del fin de la Guerra Fría. Antes o después se tenía que volver a un mundo con múltiples potencias en diferentes partes del globo”. Quien habla no es un politólogo marxista, sino el jefe de la diplomacia americana, el secretario de Estado, Marco Rubio. Estados Unidos está renunciando explícitamente a liderar el planeta en solitario para pasar a comportarse como una potencia más. De la misma manera que hacen Turquía o India, la Administración Trump dice aspirar a defender sus intereses —con amenazas, si es necesario— y a desentenderse del resto.
Las campañas de evangelización ideológica de Musk y comparecencias como la de esta semana con Netanyahu hacen pensar que EEUU no se va a retirar pacíficamente a su esquina del cuadrilátero. Pero este final agónico de la Pax Americana se sigue con especial interés en China. Porque cada institución internacional que abandona Washington, cada palmo de terreno que cede, es una oportunidad para Pekín. Pongamos el ejemplo de la OMS. Se pueden criticar sus métodos o la asignación de recursos, pero ha sido una institución relevante durante muchas décadas. Además de coordinar esfuerzos para atajar pandemias, de erradicar la viruela, de engrasar el intercambio científico, proporciona medicamentos, vacunas y asesoramiento sanitario al mundo en desarrollo, etcétera. Sin el dinero americano, la OMS perderá fuerza, pero seguirá ejerciendo influencia en medio planeta. Una influencia que no podrá capitalizar Estados Unidos, pero sí podrá hacerlo China.
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Algo parecido ocurre con el adelgazamiento de la CIA o la idea de acabar con la agencia federal de cooperación (USAID), una herramienta diplomática efectiva en países necesitados y un mecanismo para estabilizar áreas estratégicas por sus recursos energéticos, sus rutas comerciales o por la extracción de materias primas. De hecho, la propaganda rusa y china han contribuido a propagar bulos para dañar su imagen y han celebrado su destrucción como una victoria.
Es evidente que Trump está convencido de que el poder que mueve el mundo es el poder duro, pero Estados Unidos ha dedicado miles de millones de dólares desde el fin de la Segunda Guerra Mundial a fabricar un poder blando del que ahora parece querer deshacerse como si le quemase las manos. El mejor ejemplo es el espectáculo de las extorsiones arancelarias, convertido en un reality show geopolítico. En menos de una semana, la Casa Blanca ha alienado a algunos de los aliados más estables de EEUU en el continente americano. Colombia ha sido durante muchas décadas el más leal amigo de Washington en Sudamérica, Canadá el más cercano y con México ha mantenido una relación obsesiva de amor y odio.
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Las élites mexicanas son generalmente pro-estadounidenses —son mayoría quienes estudiaron allí e incluso tienen residencia fija—, y para muchos está resultado desolador el trato recibido en las últimas semanas. "Nunca pensé que vería esto", me comentaba un exembajador mexicano anoche por teléfono.
Sucede que tienen una alternativa cada vez más clara al alcance de su mano: la alternativa china. De hecho, la mayor parte de América del Sur, incluidos países grandes como Brasil, Argentina, Chile y Perú, comercia ya más con China que con Estados Unidos. Si sacamos a México de la ecuación, Pekín tiene ya más volumen de negocio que Washington en el continente.
En Asia hay potencias, como Japón, Filipinas o Corea del Sur, que temen quedarse huérfanas y a expensas del poder expansivo del Partido Comunista Chino. En las últimas semanas se está extendiendo la idea de que Trump podría incluso abandonar Taiwán a su suerte a cambio de alguna contraprestación ventajosa. El rumor, que probablemente no sea cierto, se disparó en las últimas horas con la confusa destitución de Laura Rosenberg, la directora del Instituto Americano de Taiwán, el organismo que hace las veces de sede diplomática en la isla. El mero hecho de que se produzca ya indica como están las cosas. Algunos intelectuales de estos países situados en el área de influencia de Pekín están promoviendo la idea de formar una alianza de mínimos con la Unión Europea, último reducto de un mundo en vías de extinción, para disminuir su dependencia de China.
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En Bruselas, la idea de pivotar hacia China e India se pronuncia en voz alta, aunque con cuidado y en condicional. Lo hizo la propia Von der Leyen en Davos. Luego, a puerta cerrada, se habla con menos eufemismos. La conversación sobre cómo empezar a cortar dependencias atlánticas y estrechar relaciones en Asia y Latinoamérica atraviesa de manera transversal casi todo el Parlamento Europeo. Algunos incluso hablan ya de buscar una vía a medio plazo que incluya en la ecuación a Rusia. Esta última idea, curiosamente, la llevan promoviendo años los partidos de extrema derecha situados en la órbita del trumpismo.
La mutación de las alianzas no será seguramente homogénea. Habrá países y gobiernos más propensos que otros al giro. Rompiendo, por el camino, con otro de los consensos, el atlantista, sobre los que está construida la propia Unión Europea. España, independientemente del partido que gobierne, podría ser uno de los países mejor situados del continente para jugar a varias bandas por motivos geográficos, económicos y culturales que trascienden ya el perímetro de este artículo.
El Partido Comunusta Chino ha pasado décadas promoviendo un "consenso de Pekín" que sustituya al "consenso de Washington", un "mundo multipolar" que sustituta al "mundo unipolar", unos "derechos económicos" que estén por encima de los "derechos políticos" y los "derechos humanos". Así como el privilegio de las "potencias civilizatorias" a defender su "soberanía" en toda su área de influencia. Resulta irónico que al final haya sido la Casa Blanca la que ha hecho tangibles todas estas ideas.
"Simplemente no es normal tener un mundo unipolar, eso ha sido una anomalía producto del fin de la Guerra Fría. Antes o después se tenía que volver a un mundo con múltiples potencias en diferentes partes del globo”. Quien habla no es un politólogo marxista, sino el jefe de la diplomacia americana, el secretario de Estado, Marco Rubio. Estados Unidos está renunciando explícitamente a liderar el planeta en solitario para pasar a comportarse como una potencia más. De la misma manera que hacen Turquía o India, la Administración Trump dice aspirar a defender sus intereses —con amenazas, si es necesario— y a desentenderse del resto.