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Takoma
Por
De Mr. Wonderful a 'Goodbye, Lenin': Europa no puede creerse lo que le está pasando
La decisión de negociar con Putin y abandonar a Europa es el giro de política exterior más telegrafiado de todos los tiempos, pero la UE no logra salir de su asombro
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Tirarse por la ventana del último piso es una manera de salir de un edificio, pero no es la mejor manera de salir de un edificio. Aceptar todas las condiciones de Putin antes de empezar, dejando fuera de la mesa de negociaciones a la Unión Europea es una manera de alcanzar un acuerdo de paz con Rusia, pero tampoco es la mejor manera de alcanzar un acuerdo de paz. Con otras palabras, esa es la idea que transmitió ayer Kaja Kallas, la Lady Halcón de Ursula von der Leyen. Y aun estando de acuerdo con su razonamiento, lo increíble es que la UE finja ahora sorpresa. Que no haya una coreografía preparada y contundente para desplegar ante la “traición” más telegrafiada de la Historia Moderna. Esto no es el pacto Ribbentrop-Mólotov, no puede coger a nadie de nuevas. Incluso antes de aquella entrevista de Tucker Carlson a Vladimir Putin en febrero de 2024 estaba claro que era el escenario más probable.
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La UE ha tenido al menos doce meses para preparar su respuesta, un año entero en el que ha preferido aferrarse a los consejos de Mr. Wonderful: “Si deseas con fuerza que algo ocurra, se hará realidad”. La parálisis europea tiene también perplejos a los analistas americanos. El director del centro de estudios europeos de Georgetown, Abraham Newman, me decía esta misma semana que no puede entender cómo México o Canadá han reaccionado mejor que Europa. Nuestro corresponsal en Bruselas, Nacho Alarcón, se dio cuenta ayer de algo revelador. Nadie en Bruselas se había atrevido a usar la palabra “traición” hasta que han llegado los negociadores americanos para negarlo.
Hay varios motivos que ayudan a explicar la parálisis. El primero es que buena parte de los europeos siguen en fase de negación. No quieren aceptar lo que los propios altos funcionarios americanos expresan con todas sus letras: que Estados Unidos ya no es un aliado, que los acuerdos de la OTAN son básicamente papel mojado y que Europa no va a volver a su lista de prioridades. Al revés, a Washington le interesa que la UE se mantenga dividida y postrada para poder manejarla a su antojo y quitarse de en medio a un competidor comercial. Trump no va a respetar las viejas distinciones entre aliados y enemigos, sino las normas que rigieron el mundo hasta el siglo XX: se respeta a los fuertes y se avasalla a los débiles. Nuestros políticos, como la anciana de ‘Goodbye, Lenin’, habitan un engaño. Y las encuestas, como esta recién salida del horno, reflejan que los ciudadanos son mucho más conscientes de lo que está pasando. Incluso los polacos, los más atlantistas de todos, han dejado de ver a Estados Unidos como un aliado.
El segundo motivo es la propia debilidad de los líderes políticos europeos. Los jefes de gobierno de las dos potencias que vertebran el club, Francia y Alemania, son patos cojos esperando a que las urnas aniquilen su legado. Ni Macron ni Scholz están en posición de liderar nada, porque su trabajo ahora mismo es sobrevivir. En Italia, Giorgia Meloni tiene una situación mucho más estable, pero Trump la sitúa en una posición incómoda. Es alguien que ha hecho bandera del atlantismo y ha usado su buena relación con Trump como carta de presentación. Por ahora permanece callada y su Gobierno se ha limitado a asegurar que apoya a Ucrania. En España, Sánchez trata de usar el antitrumpismo como herramienta con propósitos electorales, pero tampoco parece haber un plan más allá de eso. Polonia, quizá el único país que además de fuerza posee estabilidad política, es el más activo pero tiene que andar con pies de plomo, ya que está situado en la primera línea de defensa de la frontera oriental de la UE.
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El tercer motivo es que la Unión Europea, tal y como la conocemos, tiene a sus peores enemigos dentro. El auge de los partidos euroescépticos reduce el margen de maniobra y pone palos en las ruedas a todas horas. En algunos países, como Eslovaquia, Hungría —y próximamente quizá también en Rumanía— esos partidos además están en el Gobierno y miran más a Moscú que a Bruselas. Mover un trasatlántico es complicado. Moverlo con 27 timoneles enfrentados es casi imposible. Pero es nuestra única opción si queremos volver a pintar algo. Como suele decir Josep Borrell, los que no se sientan en la mesa es porque son la comida.
Tirarse por la ventana del último piso es una manera de salir de un edificio, pero no es la mejor manera de salir de un edificio. Aceptar todas las condiciones de Putin antes de empezar, dejando fuera de la mesa de negociaciones a la Unión Europea es una manera de alcanzar un acuerdo de paz con Rusia, pero tampoco es la mejor manera de alcanzar un acuerdo de paz. Con otras palabras, esa es la idea que transmitió ayer Kaja Kallas, la Lady Halcón de Ursula von der Leyen. Y aun estando de acuerdo con su razonamiento, lo increíble es que la UE finja ahora sorpresa. Que no haya una coreografía preparada y contundente para desplegar ante la “traición” más telegrafiada de la Historia Moderna. Esto no es el pacto Ribbentrop-Mólotov, no puede coger a nadie de nuevas. Incluso antes de aquella entrevista de Tucker Carlson a Vladimir Putin en febrero de 2024 estaba claro que era el escenario más probable.