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Takoma
Por
Si no nos levantamos ahora es que ya estamos muertos
Europa enfrenta el momento más delicado desde la Segunda Guerra Mundial. El único camino es el más difícil de todos: aparcar las luchas intestinas, trazar un plan ambicioso y llevarlo a término
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En febrero de 2009, una cadena de incendios destruyó el sureste de Australia. Por la radio decían que era la mayor tragedia desde la II Guerra Mundial. Len y Elaine, una pareja de 82 y 78 años, discutían en el porche de la casa en la que llevaban 50 años viviendo. Elaine insistía en que había que salir corriendo, pero a Len lo que más le gustaba del mundo era llevarle la contraria a su mujer. La anciana, que no conducía, se cansó de pelear y echó a andar por la carretera hasta que la recogieron unos vecinos. Su marido se quemó sin que le diera tiempo a arrancar la camioneta. “Teníamos opiniones diferentes y ahora él está muerto y yo me he quedado viuda”, resumía Elaine ante las cámaras. Como la pareja australiana, las naciones europeas son ancianas que discuten cerrilmente mientras el fuego avanza.
Los países que conforman la Unión Europea tienen los mejores indicadores sociales del mundo en casi todas las categorías. Vivimos bastantes más años de media que los estadounidenses, los chinos y los rusos; nuestra tasa de homicidios es tres o cuatro veces inferior a la suya; somos el continente con el menor grado de desigualdad y el que más vacaciones disfruta, y nuestras ciudades suelen encabezar los rankings internacionales de calidad de vida. Por no hablar del acceso a la Sanidad, inalcanzable hasta en sus estadios más básicos para millones y millones de estadounidenses, chinos o rusos. La renta per cápita americana es superior a la nuestra y sus empresas tienen más facilidades para conseguir inversión, innovar y hacer dinero, pero si se pudiese elegir el lugar de nacimiento, cualquier profesor de estadística sensato aconsejaría hacerlo en Europa. Quizá un jugador de ruleta preferiría arriesgarse con la expectativa de acabar entre el 1% que acumula el 31% de la riqueza en Estados Unidos.
La mayoría de los europeos somos conscientes de lo anterior y estamos orgullosos de ello. Y muchos entendemos que todo está en riesgo. Si no somos capaces de ponernos de acuerdo, si no logramos formar gobiernos lo suficientemente estables como para agarrar el porvenir por los cuernos, el jardín en el que vivimos tiene los días contados. Hemos perdido mucho tiempo en polémicas estériles y obsesiones infantiles; quizá nos hemos hecho indolentes y excesivamente despreocupados con los temas que importan; hemos dejado que demasiadas cosas se pudran por no tomar decisiones valientes; hemos regulado por encima de nuestras posibilidades; hemos descuidado el juego hasta quedarnos sin cartas. Y, sobre todo, hemos creído que no nos podría ocurrir a nosotros. Que nunca seríamos protagonistas de las tragedias que observamos sin demasiado interés a través de una pantalla.
Pero aquí estamos. Y lo urgente es ponerse de acuerdo. Primero dentro de nuestros respectivos países, y después con el resto. Hace falta un pacto europeo para asegurar nuestra defensa y recomponer nuestra diplomacia, otro para relanzar nuestra competitividad económica y tecnológica, además de una política seria y ambiciosa sobre inmigración con la que se sientan cómodas amplias mayorías de la población. Hace falta un plan de mínimos bien definido y mucha política para ponerlo todo en marcha. Hace falta aunar voces expertas sin prejuicios ideológicos, personas capaces de abordar los desafíos y de aislarse del griterío, el pesimismo y la corrosión, el cortoplacismo y el cinismo que nos rodea y filtra de arriba a abajo.
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La combinación de orgullo y decadencia es la más peligrosa que existe. El mundo musulmán del viejo orden otomano, por poner un ejemplo, lleva lustros desangrándose en una carrera hacia un pasado idealizado, dividido en sectas irreconciliables, fanáticas y destructivas. Aunque ahora aún nos parezca imposible, podemos acabar como ellos, o podemos hacer las paces y levantarnos. Ayer Rubén Amón proponía en este periódico comenzar poniendo una banderita de Europa en el escritorio. Yo he estado buscando la mía. La paradoja es que hay que recurrir a Amazon para que la traigan a casa y que, cuando llegue, seguramente sea “made in China”. Queda mucho trabajo que hacer y cada vez tenemos menos tiempo.
En febrero de 2009, una cadena de incendios destruyó el sureste de Australia. Por la radio decían que era la mayor tragedia desde la II Guerra Mundial. Len y Elaine, una pareja de 82 y 78 años, discutían en el porche de la casa en la que llevaban 50 años viviendo. Elaine insistía en que había que salir corriendo, pero a Len lo que más le gustaba del mundo era llevarle la contraria a su mujer. La anciana, que no conducía, se cansó de pelear y echó a andar por la carretera hasta que la recogieron unos vecinos. Su marido se quemó sin que le diera tiempo a arrancar la camioneta. “Teníamos opiniones diferentes y ahora él está muerto y yo me he quedado viuda”, resumía Elaine ante las cámaras. Como la pareja australiana, las naciones europeas son ancianas que discuten cerrilmente mientras el fuego avanza.