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Takoma
Por
El espejo inverso de Pekín: China se relame tras dos meses de trumpismo
Washington está pulverizando sus alianzas y su credibilidad global a una velocidad de la que aún no somos conscientes. Esta vez la propaganda china no tiene trabajo, ya que la realidad supera cualquier campaña de desinformación
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Deng Xiaoping fue el primer líder del Partido Comunista Chino que viajó a Estados Unidos. En 1979, Jimmy Carter lo recibió en la Casa Blanca, en una visita que transformó las relaciones entre ambos países. Lo llevaron a ver fábricas, empresas y supermercados. Le enseñaron la abundancia, el consumo de masas y los frutos más apetecibles del capitalismo. Estuvo en la NASA observando los grandes prodigios aeroespaciales de la época, le pusieron un sombrero de vaquero en Texas y, en Houston, casi lo asesina un miembro del Ku Klux Klan.
Deng Xiaoping se convenció aquellos días de la necesidad de intensificar el proceso de apertura, de convertir el progreso tecnológico y científico en una prioridad, de abrir China al mundo y experimentar el poder de la seducción frente al de la fuerza bruta. Al volver a casa, puso en marcha las llamadas “cuatro modernizaciones” que transformaron un país donde todavía estaban cicatrizando las heridas de la Revolución Cultural y donde la renta per cápita era inferior a la de Afganistán o Sierra Leona.
Desde entonces, China ha pasado de la admiración al desprecio, un proceso de desencanto que se aceleró antes del primer mandato de Donald Trump, allá por 2008, cuando estalló la crisis financiera. El espectáculo de estos primeros 50 días de Trump 2.0 ha terminado de consolidar la nueva imagen de EEUU como una superpotencia en decadencia y cuyo derrumbe está cada vez más cerca. Un gigante que, en el mejor de los casos, se irá disolviendo sin hacer demasiado daño. Washington está pulverizando sus alianzas y su credibilidad global a una velocidad de la que aún no somos conscientes. Esta vez la propaganda china no tiene trabajo, ya que la realidad supera cualquier campaña de desinformación.
Le pedí la opinión a nueve analistas de la realidad china esta semana y ninguno cree que Trump esté fortaleciendo la posición de Washington ante Pekín, una de las grandes prioridades de su mandato. Al revés, todos opinan que China está más fuerte que hace seis meses en casi todos los ámbitos. La irrupción de DeepSeek, junto con otras operaciones tecnológicas envueltas en un relato triunfalista, han tenido efecto sobre los mercados de valores. “Ha cuajado la idea de que el país no es tan dependiente de Occidente como parecía y esto hace subir las bolsas”. Todavía no está claro cuál es el impacto de los aranceles sobre una economía muy dependiente de sus exportaciones y con un problema de sobreproducción, pero Pekín ha tenido tiempo para preparar una maraña comercial con países intermediarios, por ejemplo Vietnam, que será muy complicado y costoso desmadejar.
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En el terreno de las alianzas geopolíticas el saldo es todavía más catastrófico para los intereses americanos. Con excepciones poco sorprendentes como la de Israel, Trump no ha logrado reforzar ningún vínculo, mientras que ha hecho volar por los aires algunos de los más sólidos. “Esa idea de que Putin se va a alejar de China para acercarse a Trump es absurda. Rusia no se fía de lo que pueda pasar en Estados Unidos y no se va a mover de los pactos a largo plazo que tiene con un socio, Xi Jinping, que ha mostrado ser paciente y digno de confianza”.
“El saldo es catastrófico. En el mal llamado sur global, China ya tenía ventaja, pero ahora mismo es la potencia de referencia, sin apenas excepciones. Se percibe como un socio responsable que trae estabilidad, todo lo contrario que Estados Unidos”. En Europa, hay acercamientos en países como Alemania, Francia, Reino Unido y también España. Incluso los aliados de EEUU en Asia empiezan a mostrar inquietud. En un episodio inconcebible, el embajador chino en Japón, Wu Jianghao, exigió esta semana que Tokio no use su acercamiento a China como contrapeso para protegerse de los cambios de humor de Trump.
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China está haciendo esfuerzos por expandir su influencia, ya hegemónica en muchos aspectos, en África, Asia y América Latina. Un buen ejemplo es el llamado ferrocarril Tazara, que conecta Zambia y Tanzania. Construido en los años 70 con ayudas de la China maoísta, fue crucial para la economía de Zambia, pero después cayó en el abandono. Pekín ha retomado los planes de rehabilitarlo con un modelo de inversión más eficiente y basado en asociaciones público-privadas, en contraste con la tradicional ayuda occidental.
Mientras EEUU reduce su asistencia exterior y ahoga la acción humanitaria, China avanza con grandes inversiones estratégicas, haciéndose con el control de infraestructuras, enormes extensiones cultivables, recursos mineros esenciales para las empresas tecnológicas, etcétera. La herramienta ha pasado de los préstamos estatales masivos a inversiones directas y concesiones, lo que le permite expandirse sin los riesgos financieros del pasado. “La élite política china ve esta etapa como la oportunidad definitiva para que el mundo sea o bien multipolar, o bien multicaótico, y en ambos escenarios el Partido cree que su poder puede salir reforzado”. (...) “Cuatro años de mandato para los tiempos chinos no son nada. Lo más importante es que se mantiene el declive del imperio y que mientras tanto crecen sus capacidades tecnológicas”.
Uno de los aspectos más llamativos de estos primeros 50 días es que la agresividad y la impredecibilidad de Trump están teniendo un efecto de espejo inverso en Pekín. Cuanto más agresivo se muestra EEUU, más razonables y equilibrados tratan de presentarse los dirigentes del Partido Comunista Chino en sus comparecencias. Lejos queda la “diplomacia del lobo guerrero”, e incluso se ha revertido la retórica aislacionista del covid. “Todo el mundo está invitado a experimentar la verdadera, abierta y bella China”, decía esta semana la portavoz de Exteriores, Mao Ning, tras anunciar una relajación de los requisitos para entrar en el país que afecta a decenas de naciones de todo el mundo. El South China Morning Post de Hong Kong se preguntaba lo siguiente en su titular de apertura de este jueves: "Ahora que EEUU retrocede ¿puede China reivindicar superioridad moral en materia de derechos de las mujeres?".
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Los mensajes que envían los órganos de propaganda exterior, así como los propios diplomáticos chinos, dejan claro que Pekín se presenta ahora al mundo como el perfecto contrario a los EEUU de Trump, invirtendo los roles. “Se proyectan como un país responsable, fiable, que aprovecha los vacíos en las instituciones multilaterales, que dedica esfuerzos a la cooperación y el desarrollo”. (...) “Es el amigo, el socio amable frente a la brutalidad, la incertidumbre, frente al acoso”. (...) “Un polo de estabilidad en el contexto internacional frente a un imperio decadente que está atacando rabiosamente a todos y que propone el proteccionismo, el mercantilismo, incluso el imperialismo”.
Y todo esto en menos de dos meses.
Deng Xiaoping fue el primer líder del Partido Comunista Chino que viajó a Estados Unidos. En 1979, Jimmy Carter lo recibió en la Casa Blanca, en una visita que transformó las relaciones entre ambos países. Lo llevaron a ver fábricas, empresas y supermercados. Le enseñaron la abundancia, el consumo de masas y los frutos más apetecibles del capitalismo. Estuvo en la NASA observando los grandes prodigios aeroespaciales de la época, le pusieron un sombrero de vaquero en Texas y, en Houston, casi lo asesina un miembro del Ku Klux Klan.