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Takoma
Por
Reírme de Trump, algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer
Han vuelto con fuerza los memes y las risas con las meteduras del pata del trumpismo. Es el mismo marco mental en el que el presidente de EEUU ha ido imponiendo su agenda autoritaria
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Todo lo relacionado con Trump 2.0 tiene el ritmo disparatado de una comedia de Mel Brooks, pero lo ocurrido esta semana con el chat de Signal es por ahora lo mejor de la temporada. La plana mayor, Vance, Rubio, Waltz, Hegseth… intercambiando alegremente información sobre el ataque a los hutíes en Yemen. Con emojis, comentarios de barra de bar, las coordenadas donde iban a caer las bombas dos horas antes de tirarlas, nombres y apellidos de agentes de Inteligencia que llevan décadas en el anonimato… y todo ante la mirada atónita del director de la revista The Atlantic, Jeffrey Goldberg, invitado por error a participar en el chat. El relato que hace el periodista de lo sucedido, resumido por ejemplo en esta entrevista, sitúa la escena más allá de los confines de 'Borat', en un nivel de absurdo superior al de ‘Aterriza como puedas’. Así que vuelven los memes, empezamos de nuevo con las risas a todas horas. Ya estamos otra vez con lo mismo.
Aunque cueste, hay que evitar ese estado de ánimo. Para empezar, porque existen otras razones para mantener las comunicaciones delicadas por Signal, razones que trascienden la torpeza y la ignorancia. Los protocolos de seguridad de las agencias estadounidenses son excepcionalmente estrictos, están auditados y supeditados a normas de transparencia. No solo resultan menos prácticos que un simple chat de grupo en el móvil para hablar desde cualquier sitio a cualquier hora. Resulta que además las comunicaciones quedan registradas y archivadas. A diferencia de un chat de Signal, en el que puedes configurar cuánto tiempo pasa antes de que los mensajes desaparezcan. Aquellos que deliberadamente evitan utilizar los canales oficiales podrían hacerlo porque no se fían de quienes controlan los aparatos de seguridad estatal, o porque teman que el contenido quede archivado para la posteridad y utilizado en su contra durante o después de su paso por el gobierno.
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Esto, que no es por ahora más que una hipótesis, resulta ya mucho menos divertido que 'El jovencito Frankenstein'. Y abre esa puerta corredera que comunica la comedia y el drama, el espacio en el que nos movemos ahora todo el rato. Lo que sucede con Trump desde que entró en la carrera presidencial hace una década es el equivalente a que te dispare un payaso, que te ríes hasta que caes muerto. Ha sucedido tantas veces (¿recuerdan qué risa con el vídeo de los inmigrantes que comen gatos?) que produce vértigo pensar que lo estemos repitiendo.
Varios asuntos podrían congelarnos la carcajada en meses o incluso semanas. Canadá, Groenlandia, el efecto ya real de los aranceles… Pero quizá lo más peligroso de todo es el experimento económico en ciernes. En medio al cachondeo, a la suficiencia con la que damos por hecho que esta Administración es una ruina, no descartaría que el experimento salga bien, aunque sea parcialmente. Nadie tiene la certeza absoluta de que la combinación de aranceles y bajos impuestos no empiece a atraer pronto la inversión. Y que se abran fábricas y servicios para satisfacer la demanda interna de la sociedad que más consume del mundo. La mano de obra barata es por supuesto un problema sin la llegada de inmigrantes. Pero la mecanización y la productividad agregada por la IA podrían aliviar esas tensiones. Además de que lo ocurrido en los últimos años en Rusia y China demuestra hasta qué punto se aviva el ingenio y se encuentran soluciones creativas cuando se encarecen o prohíben las importaciones
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Por eso lo que más miedo debería dar del trumpismo es que funcione a medias, que surta algún efecto, que tenga algún tipo de éxito, aunque sea discutible y relativo. Hay millones de personas, quizá incluso sean mayoría —y no solo en Estados Unidos— dispuestas a renunciar a libertades y hacer esfuerzos con tal de creer de nuevo en algo, de entusiasmarse con un proyecto político. Algo así pasó con Hugo Chávez, con Rafael Correa o con el propio Erdoğan en sus primeros años.
Además de que cuando te ríes demasiado, cuando te excedes con la ‘jajaganda’, haces que el umbral de éxito de tu rival descienda. Ahora ya basta con que no ocurra el desastre pronosticado, o incluso que solo ocurra a medias. Basta con eso para que sus defensores, incluso algunos detractores tibios, acaben pensando que era todo una exageración de los listos de siempre y que en realidad las cosas están saliendo por encima de las expectativas. O sea, bien. Reírse de Trump, como decía David Foster Wallace de su viaje en crucero, es algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer.
Todo lo relacionado con Trump 2.0 tiene el ritmo disparatado de una comedia de Mel Brooks, pero lo ocurrido esta semana con el chat de Signal es por ahora lo mejor de la temporada. La plana mayor, Vance, Rubio, Waltz, Hegseth… intercambiando alegremente información sobre el ataque a los hutíes en Yemen. Con emojis, comentarios de barra de bar, las coordenadas donde iban a caer las bombas dos horas antes de tirarlas, nombres y apellidos de agentes de Inteligencia que llevan décadas en el anonimato… y todo ante la mirada atónita del director de la revista The Atlantic, Jeffrey Goldberg, invitado por error a participar en el chat. El relato que hace el periodista de lo sucedido, resumido por ejemplo en esta entrevista, sitúa la escena más allá de los confines de 'Borat', en un nivel de absurdo superior al de ‘Aterriza como puedas’. Así que vuelven los memes, empezamos de nuevo con las risas a todas horas. Ya estamos otra vez con lo mismo.