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El manual de Trump para destruir las universidades de élite y lograr la hegemonía
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Ángel Villarino

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El manual de Trump para destruir las universidades de élite y lograr la hegemonía

La guerra cultural se cierne ahora sobre las universidades de la Ivy League. El movimiento MAGA lleva años planeando cómo arrebatar a los progresistas su dominio académico

Foto: Protesta contra la injerencia del Gobierno federal en la Universidad de Harvard. (Reuters/Nicholas Pfosi)
Protesta contra la injerencia del Gobierno federal en la Universidad de Harvard. (Reuters/Nicholas Pfosi)
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Es viernes santo y toca trumpología. El equipo del presidente americano está importando ideas autoritarias probadas en otros países. Elon Musk y su DOGE se inspiran en la motosierra de Javier Milei; y con Nayib Bukele se ha forjado una alianza para encarcelar deportados sin garantías y sin responder a la Justicia americana. Pero para arrebatar la hegemonía cultural a los liberales, el faro es la Hungría de Viktor Orbán. Y el mejor ejemplo de ello es la batalla que se está librando en estos momentos contra las universidades de élite, una estrategia abiertamente inspirada en las ideas de Fidesz. Las acusaciones de antisemitismo y la agenda antiwoke son solo los pretextos para destruir todo un ecosistema. La ofensiva va mucho más allá de prohibir las manifestaciones propalestinas en los campus, o la participación de transexuales en pruebas deportivas femeninas.

El manual de combate ha sido glosado y desgranado por activistas ultraconservadores como Christopher Rufo. Llevan ya tiempo alabando (por ejemplo aquí) la manera en la que el presidente húngaro utilizó todo lo que tenía a mano para doblegar a medios de comunicación y universidades, buscando esa “supremacía cultural” que le mantiene en el poder desde 2010. Sobre todo a partir de su segundo mandato, Orbán empezó a atacar a las instituciones educativas y a reemplazarlas por sucedáneos que promueven su agenda nacionalista y el “orgullo húngaro”. Para ello ha recurrido incluso a prohibiciones, como hizo en 2017 con la polémica Ley de universidades extranjeras. Las trampas para arrinconar a las voces críticas están inspiradas en experiencias de otros "hombres fuertes" que, como Putin o Erdoğan, llevan años revirtiendo la implantación de la democracia liberal en sus países.

Foto: Foto: Dado Ruvic. Opinión

En este sentido, el entorno MAGA está convencido de que las universidades americanas de élite, las de la llamada Ivy League, actúan como iglesias del orden liberal globalista y, por lo tanto, se encuentran muy arriba en la lista de enemigos a batir. Igual que sucede con los medios de comunicación tradicionales, el terreno está abonado para hacer germinar el mensaje. Ocurre que cursar una carrera en Harvard, Brown, Yale o Columbia, aún a pesar de los generosos programas de becas, es algo que cada vez se pueden costear menos americanos. Un porcentaje considerable recurre a instrumentos financieros que se convierten en una carga el resto de su vida. Los profesores, seguramente los más talentosos y mejor pagados del planeta, acaban dando clase a los hijos de la élite global. Pueden haber nacido en Riad, Los Ángeles, São Paulo, Varsovia o Shanghai, pero que tienen más en común entre ellos que con una familia americana del Midwest.

Que las universidades de la Ivy League sean percibidas como multinacionales para educar a las élites planetarias es solo uno de los motivos por el que todas las encuestas, como esta de Gallup, reflejan un creciente rechazo entre la ciudadanía. Un 32% de los estadounidenses no tiene ya “ninguna o muy poca” confianza en ellas. Y entre los votantes republicanos, la cifra supera el 50%. Entre los motivos recogidos por la encuesta, destaca su “agenda política”, en referencia a su progresismo militante. No solo porque los profesores votan al Partido Demócrata en una proporción abrumadora. También por la percepción, muy extendida ya en el electorado conservador, de que las políticas de identidad están acorralando el pensamiento crítico y erosionando la excelencia académica.

Foto: Manifestantes se concentran en Cambridge Common en una protesta organizada por el Ayuntamiento de Cambridge en la que se pide a los dirigentes de Harvard que se resistan a las injerencias. (REUTERS/Nicholas Pfosi)

En este contexto, para muchos americanos es seductora la idea de que las universidades de prestigio vuelvan a tener el aspecto que se refleja en las películas de los años 60, las de las fraternities de estudiantes blancos con sus carpetas sobre un césped impoluto. Es decir, antes del ciclo de los “Civil Rights” y de la promoción de la “democracia multicultural” que para muchos activistas MAGA está en el origen de todos los problemas. Y aquí es donde el sentimiento conecta —sorprendentemente bien— con el de los movimientos conservadores de Europa del Este, de los que Orbán es el ejemplo más exitoso. Desde la vieja Alemania Oriental a Polonia hierve una reacción visceral que reivindica los valores previos a la Segunda Guerra Mundial, ese mundo enterrado abruptamente por el comunismo y descartado después por el capitalismo global.

Hay otras analogías que no se sostienen igual. En muchos países salidos del bloque soviético, las protestas universitarias siguen teniendo capacidad para movilizar a la población y poner en serios aprietos al gobierno. Es algo que estamos viendo estos días en Serbia, donde lo que empezó como una pequeña manifestación estudiantil mantiene en jaque desde hace meses al presidente Aleksandar Vučić. En Estados Unidos, al menos por ahora, nadie espera que suceda algo así. En las grandes universidades hay miedo a perder el trabajo, o a ver revocado el visado. Predomina el silencio y la queja susurrada, una mansedumbre similar a la que se usó para sobrevivir a los excesos woke. Es verdad que algunas instituciones, especialmente Harvard, están luchando en los tribunales contra la ofensiva de Trump para ahogarlas financieramente, etcétera. Pero la reacción, en manos de firmas de abogados, se parece más a Procter & Gamble que a una comunidad intelectual idealista.

Dos observaciones más antes de acabar. La primera es que la derecha autoritaria española, o sea Vox, tiene su gran socio, aliado y benefactor en el Fidesz de Orbán. Tenemos al menos tantos motivos como los estadounidenses para entender lo que han supuesto estos quince años de desmantelamiento democrático en Hungría. También estaría bien recordar que si Orbán no ha profundizado en su proyecto autoritario es por la presión de la Unión Europea y el resto de democracias liberales occidentales. Un marcaje que no sufre Donald Trump y que lleva a pensar, como argumentaba ayer Daniel Iriarte, que vamos a ver en Estados Unidos cosas más inquietantes de las que podemos imaginarnos.

Es viernes santo y toca trumpología. El equipo del presidente americano está importando ideas autoritarias probadas en otros países. Elon Musk y su DOGE se inspiran en la motosierra de Javier Milei; y con Nayib Bukele se ha forjado una alianza para encarcelar deportados sin garantías y sin responder a la Justicia americana. Pero para arrebatar la hegemonía cultural a los liberales, el faro es la Hungría de Viktor Orbán. Y el mejor ejemplo de ello es la batalla que se está librando en estos momentos contra las universidades de élite, una estrategia abiertamente inspirada en las ideas de Fidesz. Las acusaciones de antisemitismo y la agenda antiwoke son solo los pretextos para destruir todo un ecosistema. La ofensiva va mucho más allá de prohibir las manifestaciones propalestinas en los campus, o la participación de transexuales en pruebas deportivas femeninas.

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