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Takoma
Por
El giro que viene: ahora EEUU va a tener que copiar a China
Ahora que la estrategia arancelaria de Trump se está demostrando desastrosa, algunos estadounidenses empiezan a hablar de que el camino pasa por copiar a China
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Trump es la respuesta equivocada a la pregunta correcta. La frase no es mía, ni tampoco nueva. Lo dijo David Brooks hace casi diez años, pero es ahora cuando más convincente suena. En la confrontación con Pekín, el aforismo es clamoroso. Estados Unidos necesita reducir su dependencia de China si aspira a mantener su supremacía, o incluso si se conforma con compartir el liderazgo. Eso Trump fue el primero que lo puso sobre la mesa, el primero que rompió el consenso. Biden lo hizo después suyo y, poco a poco, también la Unión Europea. Hasta antes de ayer, todos estábamos de acuerdo en que había que frenar la avalancha de productos chinos para no morir ahogados, recuperar capacidades fabriles estratégicas y pensar en tiempos más largos que los electorales.
Pero la respuesta de Trump 2.0, la del Trump Enfurecido, está siendo como curar la peste con sanguijuelas, un remedio bárbaro y medieval, que solo contribuye a empeorar las cosas. “La fortaleza que hoy muestra China ha tardado cuarenta años en dar los frutos que vemos ahora. Estados Unidos quiere revertirlo de golpe y así no funcionan las cosas”, resume Julio Ceballos, un español con amplia experiencia en Shanghái que ha plasmado en un ensayo muy entretenido (
Con la espectacularidad de uno de sus reality, Trump ha querido despojarse de la dependencia china arrancándosela de la carne a mordiscos. Esto, que podría haber llegado a funcionar hace tres décadas, es hoy una estrategia suicida. La fusión china en la economía estadounidense, como en la española por otra parte, es tan profunda que el presidente americano está viendo que la única manera de salir del callejón en el que se ha metido es marcha atrás.
Esta semana volvió a recular, anunciando que rebajará "considerablemente" los aranceles anunciados y que buscará un nuevo acuerdo con Pekín. Lo hizo horas después de reunirse con los principales ejecutivos de empresas como Walmart, Home Depot o Target, gigantes comerciales del sistema americano, una red de almacenes que ocupan miles de metros cuadrados donde puede encontrarse desde una bandeja de alitas de pollo a un fusil automático. Según las reconstrucciones de la prensa americana, la imagen del pánico que habrían usado es la de los anaqueles vacíos. La misma del covid, y la que durante décadas se ha martilleado para enseñar la degradación económica de un modelo, ya sea el de Cuba, Irán, Rusia o Venezuela.
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Trump está viendo cómo su índice de aprobación sigue en caída libre, desplomándose en todos los sondeos, incluidos los de la Cadena Fox. En asuntos como la inmigración, o la batalla cultural contra la izquierda, los votantes republicanos mantienen su apoyo a Trump. Pero en la valoración del desempeño económico están perdiendo rápidamente la confianza Lo hemos repetido mucho, pero no está de más recordarlo: muchos de quienes votaron en noviembre a Trump lo hicieron precisamente por eso, por la inflación y la economía doméstica.
Así que va quedando cada vez más claro que sustituir la industria china por el “made in USA” no es algo que vaya a ocurrir de la noche a la mañana y sin dolor. Ni que se pueda compatibilizar con una guerra comercial total contra el resto del mundo. En El Confidencial hemos escrito hasta la saciedad sobre cómo funcionan las cadenas de valor, sobre la inteligencia con la que China ha logrado hacerse indispensable en todo el proceso fabril, sobre lo que se tarda en crear el ecosistema de inversión, empleo cualificado, normativa, conexiones comerciales, etcétera.
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Así que están ganando protagonismo quienes, como Tom Friedman (sí, este Tom Friedman), hablan abiertamente de que lo que Estados Unidos debería hacer es copiar a China. Lo cual no deja de tener su gracia. Para empezar a generar una capacidad similar a la suya, para hacer competitiva de nuevo su economía y America Great Again, necesitan aprender de su paciencia, su tesón y su mirada a largo plazo.
Un ejemplo que se suele poner es el de permitir que los chinos nos sigan vendiendo las mercancías con más valor añadido a cambio de que las construyan en nuestros países, utilizando nuestra mano de obra, pero también nuestra industria subsidiaria. Es decir, no sería suficiente con que ensamblen en Arkansas o Zamora, sino que además se vean obligadas a abastecerse de nuestras empresas en un porcentaje de los procesos. Esto es exactamente lo que ha estado haciendo el Gobierno chino con nosotros durante todo ese tiempo para adquirir capacidades, a la vez que logran dar trabajo y prosperidad a los territorios. Pero este es un plan a largo plazo, que no cabe en una, ni en dos legislaturas.
Los chinos, dice Ceballos, no nos han vencido la partida de un antiguo juego oriental, ni en una pelea de barro marxista, sino adaptándose a las reglas de nuestro tablero, el del capitalismo occidental. Lo han hecho también desplegando trampas, marcando alguna carta, argucias que hemos visto y tolerado mientras nos convenía. Trump lo que está intentando es otra cosa, es romper la baraja y pisotearla. Pero para eso ya es tarde.
Trump es la respuesta equivocada a la pregunta correcta. La frase no es mía, ni tampoco nueva. Lo dijo David Brooks hace casi diez años, pero es ahora cuando más convincente suena. En la confrontación con Pekín, el aforismo es clamoroso. Estados Unidos necesita reducir su dependencia de China si aspira a mantener su supremacía, o incluso si se conforma con compartir el liderazgo. Eso Trump fue el primero que lo puso sobre la mesa, el primero que rompió el consenso. Biden lo hizo después suyo y, poco a poco, también la Unión Europea. Hasta antes de ayer, todos estábamos de acuerdo en que había que frenar la avalancha de productos chinos para no morir ahogados, recuperar capacidades fabriles estratégicas y pensar en tiempos más largos que los electorales.