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Takoma
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Por qué la popularidad de EEUU se desploma, pero el trumpismo europeo no para de crecer
Estados Unidos cada vez es más impopular, pero la derecha trumpista no para de crecer en Europa. Parece una paradoja, pero no lo es, y este domingo podemos tener un nuevo susto
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El europeísmo va a someterse este domingo a otro “test de estrés” con las elecciones de Rumanía, Polonia y, en menor medida, Portugal. Los rumanos votan en la segunda vuelta de las presidenciales y todos los pronósticos son favorables al candidato antisistema George Simion. Se trata, recordemos, del político que recogió el testigo de Calin Georgescu, cuya victoria en primera vuelta, el año pasado, fue anulada por el Tribunal Constitucional a causa de las “injerencias rusas” durante la campaña.
En Polonia, la coalición europeísta de Donald Tusk va camino de ganar la primera vuelta de las presidenciales, es cierto. Pero los sondeos indican que las fuerzas euroescépticas, combinadas, podrían imponerse en la segunda vuelta. Mientras, Portugal vuelve a las urnas después de solo 14 meses. Allí, como en España, socialistas y populares mantienen la hegemonía con comodidad, pero la derecha autoritaria de Chega no cede terreno a pesar de los escándalos y su intención de voto supera el 15 por ciento.
Al revés de lo que ha ocurrido en las elecciones de Canadá o Australia, los partidos europeos alineados con el trumpismo ganan claramente terreno. Las encuestas de las últimas semanas reflejan algo que no había sucedido nunca: están en cabeza en las cuatro grandes potencias. Nigel Farage (Reform UK) supera en intención de voto a laboristas y tories en Reino Unido, Jordan Bardella (Agrupación Nacional) está ya siete puntos por encima de Los Republicanos en Francia, Giorgia Meloni aumenta su hegemonía en Italia y Alternativa por Alemania ya empata con la CDU en Alemania.
Si abrimos el foco, nos encontramos una situación parecida en el resto del continente, en el que Grecia, Portugal y los países nórdicos (Finlandia, Suecia y Dinamarca) son ya la excepción. En Holanda, el Partido de la Libertad de Geert Wilders es el que obtuvo más escaños en las últimas elecciones y logró meterse en la coalición de gobierno. En Austria, ganó el año pasado las elecciones el ultraderechista Partido de la Libertad y, tras meses de bloqueo, los europeístas tuvieron que formar un tripartito para dejarlo fuera del poder.
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En Bélgica, la extrema derecha flamenca vuelve a liderar en los sondeos. En la República Checa, un admirador confeso de Donald Trump y crítico con la ayuda a Ucrania, Andrej Babiš, domina los sondeos y podría volver al gobierno este año. En 2021 hizo falta formar una gran coalición para desalojarlo. Y algo similar sucede en Eslovenia con el resurgimiento del Partido Democrático Esloveno. En otros países, como Croacia, Eslovaquia y Bulgaria, el euroescepticismo avanza desde la izquierda prorrusa. Mientras que en Irlanda, el Sinn Féin encabeza otra vez las encuestas. Por no hablar de Hungría, donde Viktor Orbán se mantiene en el poder desde su regreso en 2010.
En definitiva, la supervivencia y el rearme estratégico de la Unión Europea pende de un hilo cada vez más frágil. El sistema aguanta mediante coaliciones contrahechas que sirven de dique por ahora, pero en cada cita electoral se descubren nuevas grietas y nuevas contradicciones. La necesidad de adoptar posiciones defensivas aburre, bloquea y hace perder la ilusión de los votantes. Mientras, los movimientos nacionalistas inspirados por el movimiento MAGA prometen sensaciones nuevas. Así que se esfuma, al menos por ahora, la ilusión de que las andanzas de la nueva Administración Trump servirían como una suerte de vacuna para el resto del mundo y en cada "test de estrés" se mueren tres o cuatro gatitos.
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Todo ello a pesar de que la popularidad de Estados Unidos nunca había sido tan baja como ahora. La impresión queda apuntalada en la última edición del Índice de Percepción Democrática, el mayor sondeo mundial al respecto, con más de 111.000 personas encuestadas en 100 países entre el 9 y el 23 de abril. El estudio revela que la confianza planetaria en Estados Unidos ha caído drásticamente desde el regreso de Donald Trump a la presidencia. La conclusión más llamativa es que Estados Unidos ha sufrido un desplome notable: su valoración neta cayó de +22 % el año pasado a -5 % en 2025, situándose apenas por delante de Rusia (-9 %). La simpatía global se está desplazando hacia China. Únicamente Polonia, Ucrania, Georgia y Japón siguen definiéndose como marcadamente pro estadounidenses.
Aunque lo pueda parecer, ambas tendencias no resultan contradictorias. Los Estados Unidos Trumpistas están provocando al mismo tiempo rechazo y contagio. Seguramente porque estamos asistiendo al hundimiento de un modelo que durante años se sostuvo desde Washington. Y una gran tentación, al observar el derrumbe de todo lo que dábamos por bueno, es refugiarse, como hace la Casa Blanca, en las viejas recetas nacionalistas. Quizá forma parte del “momento Weimar” del que tanto tiempo llevamos hablando y que ya parece estar cobrado forma.
La semana pasada, mi compañero Ramón González Férriz rondaba la cuestión al reseñar un ensayo histórico que acaba de publicarse (El fracaso de la república de Weimar. Las horas fatídicas de una democracia). Decía Férriz que “la lectura del libro es angustiosa porque, como recuerda Ullrich con frecuencia, todo podría haber sucedido de otra manera”. Veremos cómo acaba esta vez.
El europeísmo va a someterse este domingo a otro “test de estrés” con las elecciones de Rumanía, Polonia y, en menor medida, Portugal. Los rumanos votan en la segunda vuelta de las presidenciales y todos los pronósticos son favorables al candidato antisistema George Simion. Se trata, recordemos, del político que recogió el testigo de Calin Georgescu, cuya victoria en primera vuelta, el año pasado, fue anulada por el Tribunal Constitucional a causa de las “injerencias rusas” durante la campaña.