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El aroma de las Azores: ¿es buena idea atacar al régimen iraní en su peor momento?
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Ángel Villarino

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El aroma de las Azores: ¿es buena idea atacar al régimen iraní en su peor momento?

El debate al interno de la Administración Trump sobre la oportunidad de unirse a Israel para acabar con el régimen de los ayatolas ha traído de vuelta el aroma de las Azores

Foto: Jamenei, Al-Assad y Yanukovych en Moscú, en un meme viralizado estos días.
Jamenei, Al-Assad y Yanukovych en Moscú, en un meme viralizado estos días.
EC EXCLUSIVO

Se viralizó hace unos días un meme creado con IA en el que se ve a Jamenei, Al-Assad y Yanukovych compartiendo un té con pastas en la cocina de un triste apartamento de Moscú. El trabajo, probablemente obra de la propaganda ucraniana, trata de caricaturizar al líder supremo de Irán en la misma situación en la que se encuentran dos expresidentes derrocados en una revolución, convertidos en paria y acogidos por Vladímir Putin.

El meme está envejeciendo mal de la manera más inesperada, ya que incluso Rusia está enfriando su relación con Irán en las últimas horas, negándole apoyo armamentístico o logístico y limitándose al deeply concerned, con mensajes ambiguos y fríos, y supuestas llamadas telefónicas de las que apenas trascienden algunos detalles. Al menos los rusos están dando alguna muestra retórica de apoyo, algo que no ha hecho China, país que por ahora ha ignorado los problemas que atraviesa el régimen de los ayatolás.

La revolución iraní está en su momento más delicado. Sus aliados abandonan el barco, la actividad económica ha caído un 45 % desde 2012, las sanciones han golpeado sectores importantes, el descontento popular se agrava mes a mes y las temidas fuerzas armadas persas, con sus leones y su Guardia Revolucionaria, están mostrando ser mucho menos temibles de lo que creíamos. En sucesivas fases, Irán ha demostrado al mundo que no es rival para Israel, un país 75 veces más pequeño en territorio.

Al mismo tiempo, se desvanece la vasta red de proxies que durante años lograron ejercer un dominio en la región, aunque no fuese un dominio hegemónico. Hamás y Hezbolá han quedado destripados, las guerrillas chiíes que resisten en Irak han decidido evitar tomar partido en la guerra y en Siria se consolida un gobierno rival. A Irán solo le quedan los hutíes de Yemen y apoyos lejanos y anecdóticos como los de Corea del Norte. Mientras que su rival histórico en la zona, Arabia Saudí, es cada vez más poderoso.

Foto: Personal de emergencia en Haifa después de que misiles iraníes impactaran en la ciudad (Reuters/Shir Torem)

La debilidad objetiva de Irán, reforzada tras el descabezamiento de parte de su cúpula en una operación asombrosa, está haciendo cuajar la idea de que al régimen de los ayatolás le ha llegado su hora. De la misma manera que Ariel Sharon arrastró a George W. Bush contra Sadam Huseín, Netanyahu está cerca de arrastrar a Donald Trump a una guerra contra un rival en horas bajas, aprovechando la preocupación —legítima, aunque exagerada según la propia inteligencia americana— sobre el programa nuclear iraní y su capacidad para crear misiles balísticos atómicos.

La sensación extendida, incluso dentro del entorno MAGA en Estados Unidos, es que Trump está valorando seriamente lanzarse a una aventura para descabezar el régimen, asesorado por elementos de lo que queda de la vieja guardia neocon —como Ted Cruz— y atraído por las ansias de hacer cuanto antes algo que pase a los libros de historia.

Foto: El presidente de EEUU, Donald Trump, sostiene una guerra con el lema "Make America Great Again". (Reuters/Eduardo Muñoz)

Es cierto que tumbar al régimen iraní no es equivalente a lograr una paz duradera en Ucrania o derrotar a China en una guerra comercial, pero tiene connotaciones muy importantes para alguien que tenía 33 años durante la crisis de los rehenes en la embajada de EEUU en Teherán. Como sucede con Vietnam, incluso con Corea, Irán es un símbolo para los estadounidenses de su generación.

Pero no está claro que sea buena idea. Son remotas las posibilidades de que el régimen se desmorone o sea desalojado a la fuerza sin provocar una crisis gigantesca en la región (con ramificaciones en todo el mundo), peor que la que se produjo tras el derrocamiento de Sadam en Irak o el de Gadafi en Libia. Según Julen Barnes-Dacey, director del programa Oriente Medio del ECFR, no hay nada que haga pensar que el régimen vaya a capitular como lo ha hecho Hezbolá. “Una cosa es que se aproveche para buscar una salida diplomática muy ventajosa y otra cambiar de régimen entero”.

De manera parecida lo ve Ignacio Álvarez-Ossorio, catedrático de Estudios Islámicos de la UCM, que advierte de las consecuencias imprevisibles de tratar de destruir en una ofensiva militar las estructuras de poder construidas por los ayatolás durante décadas. Incluso quienes defienden la operación desde Israel, como Raz Zimmit, director del programa iraní en el Instituto Nacional de Seguridad, admiten que el desafío nos aboca a escenarios impredecibles.

Foto: Ataque israelí en Teherán. (Reuters/WANA)

El régimen de Irán cumple dos de los requisitos fundamentales para la supervivencia de un régimen revolucionario, tal y como los define el politólogo de Harvard Steven Levitsky. Por una parte, los ayatolás lograron erradicar y purgar completamente a las élites previas, sustituyéndolas por un nuevo establishment que no solo es leal, sino que basa su estatus social y su estabilidad personal en ello. No hay instinto más intenso y predecible que el de la supervivencia.

Por ejemplo, se estima que la Guardia Revolucionaria iraní no solo vigila la pureza religiosa, controla el ejército y la policía, sino también un tercio de la economía del país, así como las fundaciones piadosas, que tienen un papel parecido a la red de welfare de las democracias occidentales. Frente a esta realidad, no existe nada parecido a una oposición real dentro del país que pueda canalizar el desencanto. Y la diáspora que hace las veces de resistencia está desconectada y aislada de su pueblo, hasta el punto de que en algunos sectores de la población es tan odiada como el propio régimen.

El segundo requisito de Levitsky para mantener en el poder un régimen revolucionario es luchar contra un enemigo externo creíble, consistente y que represente una amenaza existencial. El régimen iraní tiene en estos momentos no uno, sino dos bien grandes. Gran parte de los opositores están estos días resignándose a apoyar al régimen contra sus propios impulsos, defendiendo la nación milenaria por encima de las ideas políticas. Algo, por otra parte, totalmente previsible. El efecto rally 'round the flag es una constante en Irán.

Si la cúpula se siente arrinconada, hay quien cree que los propios militares podrían sacar a los clérigos del poder sin desmontar del todo el sistema, mediante un golpe que desplace a la teocracia y la sustituya por un régimen similar al egipcio. Una vez que el aparato de seguridad traicione a sus líderes, podrá garantizarse el control de los resortes económicos y mantener los privilegios. A cambio, tendría que adoptar un pragmatismo extremo, eliminando restricciones religiosas e interpretando una posición indiferente hacia Israel, como hacen tantos países musulmanes. Este idea de "cambiarlo todo para que nada cambie" es algo con lo que se ha especulado mucho, pero parece impracticable en medio de una escalada bélica como la que estamos viviendo.

Por todo ello, crece la sensación de estar revisitando aquellas horas en las que George W. Bush y sus aliados decidieron que era una gran idea invadir Irak, destruir a los baasistas y fabricar un aliado democrático sobre las cenizas del régimen. Una idea calamitosa de la que después han ido renegando buena parte de quienes la promovieron. En público o en privado.

Se viralizó hace unos días un meme creado con IA en el que se ve a Jamenei, Al-Assad y Yanukovych compartiendo un té con pastas en la cocina de un triste apartamento de Moscú. El trabajo, probablemente obra de la propaganda ucraniana, trata de caricaturizar al líder supremo de Irán en la misma situación en la que se encuentran dos expresidentes derrocados en una revolución, convertidos en paria y acogidos por Vladímir Putin.

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