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Vargas Llosa en la Buchinger
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Agustín Rivera

Tinta de Verano

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Vargas Llosa en la Buchinger

“That’s a good idea!”, suelta Felicitas Eykmann al final de la sucinta conversación telefónica. En la recepción, veo a un cliente cuyo físico es casi calcado

Foto: Vargas Llosa en la Buchinger
Vargas Llosa en la Buchinger

“That’s a good idea!”, suelta Felicitas Eykmann al final de la sucinta conversación telefónica. En la recepción, veo a un cliente cuyo físico es casi calcado al de Jorge García (Hurley), el obeso buenazo de la serie 'Perdidos'. Tendrá que esforzarse mucho para rebajar cintura. Estoy en la Clínica Buchinger, donde Mario Vargas Llosa se retira a finales de cada mes de julio. En tres semanas desaloja kilos en un estricto régimen de ayuno y de dietas líquidas: agua mineral, zumos,y gazpachos sin calorías. El futuro Premio Nobel de Literatura no identifica Marbella con fiestas Gunillas o Lomanas, ni acude a reuniones con políticos ansiosos por saber cómo diablos perdió las elecciones con Fujimori. Desde hace casi dos décadas Marbella es para MVLL sinónimo de severo –y deseado– antiestajanovismo alimenticio.

Vargas Llosa hacía coincidir su llegada al aeropuerto de Málaga con la hora del almuerzo y antes de tomar la Nacional 340 destino a Marbella, se desviaba en Churriana para darse un festín gastronómico en la Finca La Cónsula, sede de una prestigiosa Escuela de Hostelería, donde un verano peligroso se alojó Ernest Hemingway. “¡Qué delicia de manjares! ¡Y saber que en un par de semanas no voy a poder probar nada de esto!”, exclamaba el novelista, que quizá haya leído un artículo de Raimund Wilhelmi de la Newsletterde Buchinger: “Tripa vacía-espíritu pleno”.

Después de aplicar la doctrina Wilhelmi, que han practicado personajes tan dispares como Cristina Onassis, Sean Connery o Carmen Sevilla, MVLL suele celebrar el final del ayuno con una ovípara cena en el restaurante Santiago, ubicado en el Paseo Marítimo de Marbella, y cuyo dueño exhibe orgulloso las fotografías de sus conquistas clientelares. En Santiago, Vargas Llosa cita al padre Arévalo, “infalible ayunante”, como le tildó en “Agua sin pan”, un artículo publicado en El País en agosto de 1999: “Después de la Buchinger yo entro en los restaurantes como un seminarista en un burdel”.

La Buchinger parece un balneario suizo de principios del siglo XX. Las habitaciones son sencillas, austeras. Nada de televisión. La lectura, la piscina exterior (climatizada) y las actividades en grupo (clases de cocina, un ajedrez gigante que está en el jardín principal…) componen el principal ocio. La clínica, cuya primera sede se inauguró en 1936 en Hannover, cuenta con dos hectáreas de espacio, dispone de 85 camas y en julio y agosto ponen el cartel de no hay más hueco para hacer régimen.

El 50% es clientela nacional y el 60% repite cada año. La estancia mínima es de 15 días y prometen que el hombre adelgaza 500 gramos por jornada y la mujer 300 gramos. ¿El precio? El paquete más modesto, habitación doble y categoría tercera, es de 3.155 euros. “Con menos tiempo no garantizamos que nuestro método pueda funcionar”, me cuenta Eva-María Órdenes, relaciones públicas del centro de “ayunoterapia y medicina integral”. Para Órdenes las semanas basadas en infusiones y caldos “son una pausa metabólica que obliga al cuerpo a desactivar los excesos”.

Salvarlo que queda por destruir

Mientras miro de reojo al doble de 'Perdidos', la relaciones públicas nos regala un consejo antes de anunciarnos que se va de vacaciones: “Lo malo es identificar el placer sólo con lo que te hace daño”. Este es el entorno de Vargas Llosa, que cada día, muy tempranito, se monta en el autobús para ir la playa y tomar el aire Mediterráneo. Los primeros días se marea. Y su amigo, el director médico español de la Buchinger, José Manuel García-Verdugo, que ha estado en la casa de Lima del autor de La Tía Julia y El escribidor, está atento para ver cómo evoluciona el cuerpo del Premio Nobel ¿in pectore?

La Tinta de Veranono olvida las palabras que escuché a Vargas Llosa una tarde de agosto de 2007. Fue en el hotel El Fuerte: “Es absurdo pensar en una Marbella de cabañitas y bungalows. Eso ya es pasado y no tiene ningún sentido lamentarse a estas alturas de la historia”. También en la frase con la que titulé aquella crónica: “Marbella tiene que salvar lo mucho que queda por destruir”. La alcaldesa Ángeles (Titi) Muñoz lo ha aplicado a rajatabla. Nada de demoliciones en la ex Gil city.

Felicitas me despide con una sonrisa. Sí, yo también creo que fue una buena idea.

“That’s a good idea!”, suelta Felicitas Eykmann al final de la sucinta conversación telefónica. En la recepción, veo a un cliente cuyo físico es casi calcado al de Jorge García (Hurley), el obeso buenazo de la serie 'Perdidos'. Tendrá que esforzarse mucho para rebajar cintura. Estoy en la Clínica Buchinger, donde Mario Vargas Llosa se retira a finales de cada mes de julio. En tres semanas desaloja kilos en un estricto régimen de ayuno y de dietas líquidas: agua mineral, zumos,y gazpachos sin calorías. El futuro Premio Nobel de Literatura no identifica Marbella con fiestas Gunillas o Lomanas, ni acude a reuniones con políticos ansiosos por saber cómo diablos perdió las elecciones con Fujimori. Desde hace casi dos décadas Marbella es para MVLL sinónimo de severo –y deseado– antiestajanovismo alimenticio.

Mario Vargas Llosa Marbella