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Agustín Rivera

Tinta de Verano

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(Lo) Cuento en el AVE

La playa fresquita. Tinto y arena. El sol de medianoche en una mañana de agosto. Todo un plan de vacaciones las de aquel verano de 2009.

La playa fresquita. Tinto y arena. El sol de medianoche en una mañana de agosto. Todo un plan de vacaciones las de aquel verano de 2009. El último de la década. En Atocha la familia Monsalve se subió al AVE con forma de pato. Urbano, que sabía que en septiembre el jefe le iba a echar del trabajo, no reunió el valor suficiente para decírselo a su mujer antes de hacer las maletas. Se aguantaría todo el mes. Agosto es sagrado.

La azafata repartió los auriculares y la revista Paisajes. Urbano ojeó y hojeó un reportaje de San Francisco, el viaje tantas veces programado y siempre aplazado. Carlota chequeó un par de mails en su Blackberry y enseguida conectó el canal 3, el de la música clásica. Los hijos –la parejita– avanzaban, a trompicones, en la brumosa adolescencia.  

Urbano revisó en el iPhone si el hotel contaba buena conexión Wifi: se había dejado en Madrid la conexión por Internet USB y ya pensaba que lo primero que iba a hacer era dirigirse al centro comercial del puerto deportivo a comprarse un dispositivo para estar conectado a la Red, empezar a buscar ofertas de empleo y actualizar su perfil en la red profesional.

De repente, como si al llegar a la estación de Ciudad Real supiera que agosto se convertiría en un infierno personal si disimulaba todo el mes, Urbano se sorprendió así mismo avanzando a su mujer el despido:

-          Me van a echar.

Ignacio, el hijo, siguió con los ojos cerrados, pero escuchó muy atentamente la conversación haciéndose el dormido. Su hermana melliza, Cristina, se había ido al baño para hablar con una amiga.

-          ¿Cómo que te echan?

-          Que sí, que me echan.

-          ¿Estás seguro?

-          Como que ayer me lo dijo el jefe.

Fue el último día antes de irse de vacaciones cuando Urbano recibió la fatídica frase: “Cuando puedas pásate por el despacho. Tengo que hablar contigo”.

-          No te preocupes. Tú vete tranquilo de vacaciones y a la vuelta te damos el finiquito que te mereces.

Carlota vio a Urbano encogido, sin autoestima.

-          Vamos a suspender las vacaciones, anunció él.

-          De eso nada. Disfrutaremos el mes de agosto y luego ya veremos. Mira, lo mejor será cambiar de hotel. Nada del resort de mil estrellas. Tengo una amiga que trabaja en un hotelito muy mono. Seguro que podemos aprovecharnos de una buena oferta.

Urbano canceló la reserva. Cuando Carlota fue a buscar a Ignacio y a Cristina para avisarles del cambio de vacaciones, los hijos habían desaparecido. En plan Thelma y mi hermano, Cristina convenció a Ignacio para bajarse en la siguiente parada del AVE. Hicieron autostop hasta la playa de Tarifa.

Urbano y Carlota jamás llegaron al hotelito. Cuando los hermanos llamaron a sus padres para informar de su aventurita sólo escucharon una y otra vez el gélido buzón de voz.

La playa fresquita. Tinto y arena. El sol de medianoche en una mañana de agosto. Todo un plan de vacaciones las de aquel verano de 2009. El último de la década. En Atocha la familia Monsalve se subió al AVE con forma de pato. Urbano, que sabía que en septiembre el jefe le iba a echar del trabajo, no reunió el valor suficiente para decírselo a su mujer antes de hacer las maletas. Se aguantaría todo el mes. Agosto es sagrado.

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