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Carrete, el Fred Astaire de Torremolinos
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Agustín Rivera

Tinta de Verano

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Carrete, el Fred Astaire de Torremolinos

“¿No lo has visto? Si soy igual, igualito; los mismos andares, yo también voy muy elegante por la calle”. José Losada Carrete se compara con Fred

“¿No lo has visto? Si soy igual, igualito; los mismos andares, yo también voy muy elegante por la calle”. José Losada Carrete se compara con Fred Astaire, su ídolo desde la adolescencia, su referente, su inspiración diaria. El bailaor gitano de flamenco habla con esa gracia natural en el hablar, mientras apura una manzanilla “para entonar el estómago” 20 minutos antes de empezar el espectáculo Carrete íntimo.

Nació en una era de Ventas de Zafarraya (Granada) y ronda los 71 años (no lo sabe ni él). Desde los diez vive en la Costa del Sol y fue cuatro décadas compañero de escenario, de hambrunas y de juergas de Chiquito de la Calzada. [Chiquito copió parte del vocabulario condemor de Carrete]. Y conoció el grandioso Torremolinos que acabó a principios de los setenta. Jamás aceptó una oferta lejos de Málaga. Y eso que sus 60 años de taconeo magistral no pasaron desapercibidos para los grandes especialistas ni para el público.

El bailaor, de nariz aguileña y cabello negro embutido con brillantina, viste una camisa negra, calza un 39 de pie y hace dos semanas estrenó unos vistosos zapatos negros. Aún no se ha colocado el sombrero, ni ha tomado el bastón de mando del escenario. Es viernes por la noche y en el tablao Flamenco con Arte de Torremolinos, en la playa de La Carihuela, debajo del Castillo de Santa Clara, el antiguo Castillo del Inglés que conoció Picasso, Carrete actúa en dos pases nocturnos. Interviene a las 00.23 y 1.18 horas.

Él, que ha llenado teatros con aforos para 1.200 personas y ha bailado para reyes y actores de Hollywood, ofrece un recital en un recinto muy digno para el arte, pero escaso para un talento acaso desperdiciado porque en algunos momentos de su vida le faltó ambición, pecó de romántico o le faltó eso que un amigo suyo le apunta ya tomando una copa a las 2.20 de la madrugada, la varita mágica. “Esa que sí tuvo Chiquito cuando Tomás Summers lo vio actuar en un local de esta zona”.

Conoció y bailó para Sinatra, Perón, Dalí, los reyes de Noruega…

Eso a Carrete no le importa, o al menos no parece importarle. Lo que le encanta recordar sus momentos de gloria, contar batallitas de otro tiempo más glorioso para su arte. Fue testigo del famoso episodio de Frank Sinatra en el hotel Pez Espada; conoció a Anthony Quinn y recuerda cómo con 10.000 de las 25.000 pesetas que le regaló Juan Domingo Perón se compró su primera casa cerca del Cementerio San Miguel de Málaga. El hogar era prefabricado. Cuando se levantaron por la mañana la mujer de Carrete se dio cuenta que el techo se había esfumado. “¿Dónde está el tejado?”. Y se ríe…

Eran siete días y al final la estancia en Oslo se prolongó dos semanas. Le hicieron pelarse “como un noruego” para bailar a los reyes escandinavos. En ese viaje ganó 150.000 pesetas, un dineral para la época (finales de los sesenta). “Dalí tenía el pescuezo como una gaviota. Cogió un huevo, lo rompió, y de eso sacó un cuadro delante de mí”.

Hubo un tiempo, 1976, un año después de que su segunda mujer (Josefa) muriera por una embolia a los 36 años, que el bailaor podría haber triunfado en Estados Unidos. Una joven americana le vio bailar en El Jaleo, la sala más de moda del Torremolinos la nuit. Se enamoró de Carrete y le invitaron a viajar a California. La chica (“Se llamaba Laura, no recuerdo su apellido”) y sus padres eran mormones. Cuando llegó a Santa Mónica, le dijeron: “Vamos a casarnos por los mermones [mormones] y aparece un hombre con un sombrero y los pelos largos y la levita… ¿Esto que lío es? Yo lo que quería era el amor, el amor”. Y se parte de risa. ¿Por qué dirá amor cuando quería decir sexo?

En Hollywood tras casarse por el rito mormón

Laura (“guapísima”), detalla Carrete, que no para de darle cuerda a la charla previa al espectáculo, practicaba el patinaje artístico. “Me puso en Hollywood y yo daba clases de baile y actuaba en dos tablaos. Aprendí a dar vueltas y trompos: one, two, three, four El profesor me dijo que yo lo hacía mejor qué él y que era él quien me tenía que pagar a mí”.

La aventura acabó cuando los hijos de Carrete (tiene seis) le animaban para que volviera a España. “Les echaba de menos. Extrañaba las costumbres, las comidas… Laura me dejó en 36 kilos, estaba como un alambre… Y ella dando amor, mucho amor. ¡¡Ja, ja!! Yo no quería tanto…”. Carrete y la americana apenas se podían comunicar. El bailaor no hablaba ni una sílaba de inglés y la patinadora apenas balbuceaba español. “Familia, bambino… Se lo decía y luego muchas lágrimas. No fue posible. Fue muy bonito, una oportunidad muy buena de la vida”.

El periodista Francis Mármol, autor junto a Francisco Roji del libro Carrete. Al compás de la vida. Aventuras y desventuras de un bailaor diferente, considera al artista “una estrella internacional, lo que ocurre es que su bohemia y su gitanería no le dejaban vivir fuera de Andalucía por mucho tiempo. Pero vive en el pequeño Hollywood que es o ha sido Torremolinos”.

Renuncia por amor a rodar ‘Carmen’ con Carlos Saura

El director de cine Carlos Saura rodó Carmen en 1983. En esa cinta actuaron Antonio Gades y Marisol, entonces íntimos amigos de Carrete, que también iba a participar en la película.  La víspera del inicio del rodaje se lió y lió con la juerga en el Café de Chinitas de Madrid. Esa noche bailó con La Chunga y conoció a una morenaza tipo cuadro de Julio Romero de Torres. Se enamoró con locura de esa mujer 21 años menor que él. “¡Ruina”!, bromea.

Al amanecer, Carrete le pidió 10.000 pesetas a Gades para regresar con ella a Torremolinos. “Espérate, monstruo, que el lunes viene Saura y empezamos Carmen”, “Que no, que no, que yo me vuelvo a tomar chanquetes a mi Costa del Sol”. Y se volvió en el tren de las siete de la mañana. ¿Renunció a la película por un ligue de una noche? “Bueno, con ella estuve siete años. Valió la pena. Tenía la edad de mi hija. No se puede ser más guapa. Era salvaje, salvaje”.

Paco de Lucía y Camarón de la Isla veían actuar a Carrete en El Jaleo o en Las Cuevas de la Alhambra, en la avenida Palma de Mallorca, frente al antiguo Banco de Jerez, para compartir carcajadas con “el monstruo”, como le llamaban. “Lo buscaban para echar un rato con él y que les leyera la Biblia, sin saber leer bien, a su manera, de risas”, cuenta Mármol, creador de  un grupo de fans de Carrete en Facebook que contabiliza 320 miembros.

Carrete en Broadway

Carrete, “la esencia de Torremolinos”, padece dolores en los pies. De niño siempre iba descalzo y la factura le está llegando. El chavea que se colaba en el cine Rialto de Málaga para zambullirse en las películas de Fred Astaire –creía que bailaba por bulerías– sueña con actuar en Nueva York, en  Broadway, en un espectáculo que sirva para homenajear al flamenco y Astaire. “A ver si me contrata alguna institución. Es mi sueño. No quiero morir hasta que no lo consiga. Y yo no me voy a retirar”.

José Losada se despide de los amigos. En el coche, camino de su domicilio, va señalando los tablaos y salas de fiesta ya fallecidos de Torremolinos. “Allí estaba El Mañana… Allí la sala de fiestas La Concha. ¡Oh, historias!”. En su casa le esperan sus dos niños, los perros Gazpachuelo y Gazpachuelino. “Los saco por la mañana; me adoran… Para, para… Aquí mismo a la derecha es mi casa”. Ahí va Carrete, el Fred Astaire gitano.

“¿No lo has visto? Si soy igual, igualito; los mismos andares, yo también voy muy elegante por la calle”. José Losada Carrete se compara con Fred Astaire, su ídolo desde la adolescencia, su referente, su inspiración diaria. El bailaor gitano de flamenco habla con esa gracia natural en el hablar, mientras apura una manzanilla “para entonar el estómago” 20 minutos antes de empezar el espectáculo Carrete íntimo.

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