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Cuando ‘Chinatown’ se instaló en la Toscana
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Carlos Camino

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Carlos Camino

Cuando ‘Chinatown’ se instaló en la Toscana

Prato tiene nostalgia. Esta ciudad del centro de la península itálica fue conocida en otro tiempo como la Manchester toscana por sus fábricas de tejidos de

Prato tiene nostalgia. Esta ciudad del centro de la península itálica fue conocida en otro tiempo como la Manchester toscana por sus fábricas de tejidos de la orgullosa calidad Made in Italy, pero a día de hoy, todo el país la mira extrañada por haberse convertido en la tercera ciudad de Europa en número de inmigrantes chinos. Unos trabajadores que siguiendo la tradición empresarial local han sembrado de talleres de confección esta ciudad.

De los casi 200.000 habitantes que tiene Prato, se estima que entre 20.000 y 50.000 son inmigrantes chinos (la mitad en estado irregular). Una inmigración masiva (el 90% del total) que comenzó hace 20 años y que, poco a poco, ha pasado a tener sus fábricas, sus tiendas y su barrio, siempre bajo el ojo crítico que les acusa de fraude fiscal y de pésimas condiciones laborales. Más allá de esto se sitúan las cantidades que las autoridades estiman que se mueven en esta ciudad toscana: cada día, 1.800.000 euros es transferido desde Prato hasta China. Una cifra importante para la ciudad toscana.

No es la primera vez que la industria de Prato atrae grandes oleadas de inmigrantes. Ya en los años 50 y 60, la ciudad dobló su población gracias a la llegada de trabajadores italianos del sur. Apenas 30 años después, la historia se repite, pero con una sima de diferencias culturales bastante mayor. “En estos casos, para hablar de integración no podemos hablar de años, sino de generaciones”, explica a El Confidencial el concejal de Inmigración de Prato, Giorgio Silli. Este edil pertenece a la coalición de centro-derecha que gobierna Prato desde 2009, la primera desde el final de la Segunda Guerra Mundial.

La incomodidad supura de las palabras cuando se toca este tema. Una mezcla de hastío por sentirse observados por el resto del país, de esfuerzos sin respuesta por la integración y de lamentos por los personajes que acuden a Prato para hacerse la foto y luego olvidan la realidad de esta provincia toscana. “Somos como un laboratorio – explica a este diario, Carlo Longo, presidente de la Cámara de Comercio local -. Debemos entre todos encontrar las mejores soluciones, aunque el contexto mundial tampoco nos favorece demasiado”.

Por su parte, la Unión Industrial de Prato lamenta especialmente que no se preste atención a las irregularidades de las que son acusadas normalmente las empresas chinas (que se estiman en 4.000 en la localidad), tanto a nivel fiscal como a nivel laboral. “Queremos dos cosas. Queremos respeto hacia las leyes italianas por un lado, y hacia las leyes del comercio por otro. La gente no está dispuesta a llevar todo el peso de mantener el Estado sobre sus espaldas mientras ellos no pagan impuestos”, explica a este diario el presidente de esta organización, Riccardo Marini.

“Tenemos la necesidad de hacer controles a las empresas todos los días, todas las semanas”, se lamenta el concejal de inmigración. “Por el momento, lo único que adelantamos es hacer controles para que por lo menos paguen una parte de los impuestos”, prosigue. Y es que a los prateses no les resulta extraño oír hablar de las condiciones extremas de un taller de confección chino en su localidad, incluso con contratos de por medio. “No es normal que tú digas en el contrato que se trabajan cuatro horas, cuando al final son 16”, explica una de las fuentes.

La Unión Industrial intenta tender puentes a la colaboración local. “Hemos contactado con mediadores culturales, hemos traducido la web a chino... A nosotros nos da igual la nacionalidad del titular de la empresa”, explica, aunque el resultado ha sido nimio: “De entre todas las empresas inscritas en la Unión Industrial sólo hay una china, que lleva ahí desde hace cinco años. Debía haber sido una punta de lanza, pero la cosa se ha quedado parada”.

Aunque desde la Cámara de Comercio se opina que no han tenido una gran impacto sobre la industria italiana ya existente, pues “no había este tipo de producto -la confección- en la zona”, no todos los puntos de vista convergen. Desde la Unión Industrial se afirma que estos hechos “no favorecen demasiado la imagen del Made in Italy. “Sólo ha habido alguna ventaja colateral, como la ocupación de unos locales que de otra manera estarían vacíos”, añade Marini.

La integración ausente

Más allá de las consideraciones económicas, los protagonistas visten esta polémica más como un problema social que de carácter económico o laboral. La integración supone una grave dificultad y una palabras se repite en la boca de todos los entrevistados: “Aislamiento”. Por supuesto, siempre cierto porcentaje de racismo en la sociedad, “más que por maldad, es porque la gente no está acostumbrada”, explica el concejal Silli.

Y es que una realidad de esta clase resulta desbordante. Las actuales vivencias de Prato son un capítulo más en la crisis que azotó a sus fábricas en los años 80. La calidad de sus tejidos no bastó para sobreponerse entonces, ni para hacer frente a día de hoy, a la seductora pronto moda china, a precios exiguos, para una calidad también baja, que, sin embargo, prospera entre sospechas y mutismo.

“Desde el ayuntamiento organizamos cursos cívicos en diversas materias, entre ellas de italiano, del que se examinan a los años de llegar”, explica Silli que, sin embargo, lamenta las taras del Estado italiano en la gestión de la inmigración y el hermetismo de las autoridades chinas que desde el consulado, añade, se olvidan del asunto. “Hay que integrar sin borrar sus costumbres o su religión, pero amando también a Italia”.

Hermetismo al que se suma la población china. Los locales italianos les acusan de haberse montado su propio Chinatown a la italiana, pero ellos callan. Al ser preguntados por este periódico los responsables de varias asociaciones de la localidad guardaron un mutismo absoluto.

“Queremos una convivencia más ordenada – explican desde la Unión Industrial -. Queremos que haya un proceso de emersión de las empresas”.

Una nueva generación, una nueva esperanza

En Prato se repiten las sensaciones comunes. Hay una gran esperanza puesta en que sean los hoy niños, los encargados de zurcir el maltrecho tejido social. “Con las nuevas generaciones podrá haber un diálogo más abierto”, explican desde la Unión Industrial, mientras que desde la Cámara de Comercio secundan la moción, aunque creen que mientras llegan “el Estado debería hacer algo”.

“Es la única esperanza”, explica el concejal de Inmigración de Prato. “Usando sólo la fuerza podemos combatir hoy, pero no construiremos la sociedad del futuro”, explica Silli al tiempo que advierte de los peligros de una mala política de integración. “Hace unos años, en Francia tuvieron el problema en las banlieues. Hay que recordar que los que estaban en las calles eran chicos con pasaporte francés que no se sentían franceses, lo que denota una mala política de inmigración en el pasado”, explica.

Una generación que empieza a despegarse de sus arraigadas tradiciones y que, en algunas ocasiones, se deja llevar por el glamour. Un reciente reportaje en la revista italiana A, retrataba una juventud china moderna, despreocupada e incluso naïf.  Una de las entrevistadas – conocida por su paso por diversos realities de la televisión italiana – bromeaba sobre el caso Bunga Bunga de Berlusconi: “El premier ha sido imprudente. Si quería chicas guapísimas, ya podía haberme llamado a mí”.

“De nuestra parte está toda la voluntad de querer trabajar juntos si ellos también tienen la voluntad de asumir las reglas italianas”, concluye Longo. La globalización se abre paso a grandes zancadas, desbancando la calidad de ayer por el precio de hoy. Una frase italiana lo describe todo: La Cina è vicina, China está cerca. A la vuelta de la esquina.