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Los artesanos de Venecia, con el agua al cuello
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Carlos Camino

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Carlos Camino

Los artesanos de Venecia, con el agua al cuello

Daniele Mazzuccato vive en su lugar de trabajo. Literalmente. Este maestro del cristal de Murano, una de las joyas de Venecia, empieza a verse como una

Daniele Mazzuccato vive en su lugar de trabajo. Literalmente. Este maestro del cristal de Murano, una de las joyas de Venecia, empieza a verse como una rara avis, ya que a sus 45 años sigue siendo el más joven en una profesión que vive un vía crucis camino de la extinción. Hace 20 años eran 6.000, hoy en día quedan bastantes menos de 1.000. “En Italia es difícil ser empresario, en Murano, imposible”, se lamenta a El Confidencial. A las puertas de un carnaval descafeinado por la ola de frío, se suma el ocaso de un cristal sello de marca de la Ciudad de los Canales.

Siempre amenazada por las crecidas y por el eterno temor a que el agua se coma la ciudad, Venecia olvida que en el pasado fue también conocida por sus mercaderes, que enriquecieron en la antigüedad a una República basada en el poderío comercial. Hoy, precisamente son los artesanos los que más sufren, aquejados por las leyes europeas, la burocracia italiana y la invasión de un vidrio de colores, made in China, que extermina la producción local. “Es como si se cayese la Basílica de San Marcos y nadie hiciese nada”, explica a este diario Luciano Gamaro, presidente de Promovetro, un consorcio encargado de la promoción del cristal de Murano.

“Prácticamente trabajo 24 horas al día. A las dos de la mañana tengo que controlar los colores y ya a las siete empiezan a llegar los trabajadores”, explica desde su horno Mazzuccato, que sacrifica vida y propiedad por salvar un negocio en neto calado. En Italia facturó el pasado 2011 una quinta parte con respecto a 2008, en la UE, una décima parte. Mientras tanto, en España, si hace 3 años facturaba 300.000 euros, a día de hoy ya no recibe encargos. “Europa se ha acabado. Somos los más pobres de todos”.

Evidentemente, los artesanos son conscientes del mal producido por la crisis, pero ellos achacan su agonía a muchos años antes de que los mercados cayeran en picado. La queja generalizada es el progresivo recorte en desgravaciones fiscales o en la factura del gas, que puede suponer el 45% del coste del cristal, ya que los poderosos hornos donde se forja el cristal no pueden ser apagados en ningún momento. “Decían que por estas razones incurríamos en competencia desleal ¿A quién? El cristal de Murano se fabrica sólo en la isla de Murano”, protesta Gamarro. “Este tipo de situaciones no sólo se remiten al cristal, sino al alto artesanado italiano. Somos un sector muy débil”.

No sólo es eso, también los tiempos cambian. “Ya no existe la cultura de la casa. Ya nadie se gasta 1.000 euros en una lámpara de Murano. La gente prefiere irse de viaje antes que gastarse el dinero en un mueble”, explica Mazzuccato, que también se lamenta de la presencia de vidrios chinos en los comercios venecianos. “La gente lo tiene que saber. Cuando te gastas poco dinero es producto chino”. “No es que se copie al producto, sino que estamos ante un producto de baja calidad que descalifica al cristal de Murano”, añade por su parte Gamarro.

Por si fuera poco, al coste del gas se añade el precio que se ha de pagar por el propio paisaje. “Los costes al estar en una isla son demasiado altos. Los jóvenes que viven aquí, cuando se casan, se van”, añade este artesano. Y así, se crea el vacío generacional, puntilla del sector. “Un maestro artesano tarda un tiempo en formarse y sí es cierto que en los últimos tiempos faltan los más jóvenes”, confirman desde Promovetro.

Contrastes en los Canales

La ciudad vive un momento extraño. Problemas como el de los artesanos contrastan con el creciente número de turistas, aunque este año el frío haga mella en sus visitas. Crisis y temporal sacuden al Carnaval de Venecia, la fiesta grande en la ciudad. El pasado fin de semana, sólo 60.000 personas se dieron cita en Venecia, algo menos de la mitad que estuvieron el año pasado. La ciudad espera que el desbloqueo del país tras la oleada de frío siberiano supongan un repunte de las visitas. Sin embargo, parece que no es solo estacional. La crisis se deja notar en los artistas participantes y si en 2011 fueron 350, este año la cifra se queda en 70, según datos citados por el digital italiano Lettera 43.

Pero la crisis no sólo sacude carnaval y artesanía, sino también a la arquitectura de los canales. La falta de fondos estatales impide que las ayudas otorgadas antes de la crisis a los propietarios para la restauración de sus casas hayan desaparecido. La costosa conservación no se realiza, haciendo peligrar los históricos edificios que vivieron el resplandor de la República comerciante.

Por si fuera poco, el negocio del casino también se ha hundido, dejando a la ciudad sin 104 millones de euros anuales. La solución pasa porque el turista pague en los hoteles un impuesto que oxigene a la ciudad, limitando por otra parte el monstruoso número de turistas que en veinte años se ha multiplicado por tres, hasta alcanzar los 12 millones.

Más allá del casino, símbolo de la crecida de las aguas queda Moisés, proyecto de barrera para impedir que se inunde totalmente la ciudad. Una obra que se espera operativa en 2015, tras años de retrasos y con un coste acorde a lo bíblico de su nombre.

Con la mente fuera de la laguna, cantos de sirena de Oriente Medio llaman a la puerta de Mazzuccato. Le han propuesto abrir una fábrica directamente allí con grandes beneficios económicos. Si aquí el gas le cuesta a 40 céntimos, allí sólo a uno. Sin embargo le puede más el espíritu de Murano: “Los chinos mañana podrán hacer jamones, pero ¿de dónde seguirá viniendo el verdadero jamón de pata negra?”.

Daniele Mazzuccato vive en su lugar de trabajo. Literalmente. Este maestro del cristal de Murano, una de las joyas de Venecia, empieza a verse como una rara avis, ya que a sus 45 años sigue siendo el más joven en una profesión que vive un vía crucis camino de la extinción. Hace 20 años eran 6.000, hoy en día quedan bastantes menos de 1.000. “En Italia es difícil ser empresario, en Murano, imposible”, se lamenta a El Confidencial. A las puertas de un carnaval descafeinado por la ola de frío, se suma el ocaso de un cristal sello de marca de la Ciudad de los Canales.

Siempre amenazada por las crecidas y por el eterno temor a que el agua se coma la ciudad, Venecia olvida que en el pasado fue también conocida por sus mercaderes, que enriquecieron en la antigüedad a una República basada en el poderío comercial. Hoy, precisamente son los artesanos los que más sufren, aquejados por las leyes europeas, la burocracia italiana y la invasión de un vidrio de colores, made in China, que extermina la producción local. “Es como si se cayese la Basílica de San Marcos y nadie hiciese nada”, explica a este diario Luciano Gamaro, presidente de Promovetro, un consorcio encargado de la promoción del cristal de Murano.