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Toni Roldán

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Cuesta que el talento llegue a impregnarse en los cuadros del partido. Y cuando llega, suele durar poco tiempo

Foto: Congreso de los Diputados. (EFE/Fernando Villar)
Congreso de los Diputados. (EFE/Fernando Villar)
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Pronto comienza un nuevo año electoral y termina un ciclo que empezó en 2014-2015 con la irrupción de Podemos y Ciudadanos en el panorama nacional. Tras estos siete años de vaivenes, el bipartidismo ha recuperado buena parte del terreno perdido y los "nuevos partidos" o bien están estancados en los extremos o avanzan peligrosamente hacia la desaparición.

Uno de los argumentos de entonces a favor del lanzamiento de nuevos partidos era la incapacidad de los "viejos" de regenerar sus élites. Las críticas entonces eran feroces: la cartelización de los partidos —¡agencias de colocación!—, la endogamia, la falta de permeabilidad al talento, la corrupción.

Con el tiempo lo único que ha quedado claro es que los partidos son un inevitable mecanismo de organización de la vida política

Se firmaron manifiestos y se escribieron cientos de páginas con propuestas que iban desde fulminar definitivamente a los partidos e implementar una supuesta "democracia real" a cambiar el sistema electoral o aprobar una ley de partidos que impusiera listas abiertas o primarias obligatorias.

Algunos, por entonces, ya advirtieron de que los partidos podían tener muchos problemas, pero seguían siendo necesarios para articular las demandas políticas de la ciudadanía y gestionarlas de una manera profesionalizada. También se advirtió entonces de que no había demasiadas balas mágicas que garantizaran la mejora de su funcionamiento.

Pasados los años hemos visto como los nuevos partidos cometían los mismos errores que los viejos. Al crecer se volvían más jerárquicos y profesionalizados y también menos democráticos internamente, más opacos y más conservadores —como predecía la "Ley del Hierro de la Oligarquía" de Robert Michels de hace más de 50 años—.

Foto: Participantes en la manifestación por unas pensiones dignas en Madrid. (EFE/Chema Moya) Opinión

Con el tiempo lo único que ha quedado claro es que los partidos son un inevitable mecanismo de organización de la vida política. Y que, para muchos, incluidos los politólogos que lo estudian, su funcionamiento sigue siendo un poco como una caja negra.

Una de las áreas más importantes y menos comprendidas se refiere a la atracción y gestión de talento en política. En política, el talento no se mide (solo) por los méritos académicos o profesionales. Y está bien que así sea. Un político debe ser capaz de comunicar de manera convincente, de negociar de forma creativa y de conectar emocionalmente con los votantes. Esas cualidades no se aprenden en los másteres de las universidades de la Ivy league de los EEUU.

Es evidente que la formación en política no lo es todo. Pero no por eso la buena formación deja de ser una enorme ventaja. Vivimos en un mundo brutalmente complejo y una sólida experiencia o formación ayudan a no desorientarse, a no ser capturado por los intereses del primer lobby que pase por delante, a distinguir a los referentes serios de los charlatanes o a elegir a equipos profesionales y no a pelotas incompetentes.

La discrepancia interna, necesaria para el éxito en cualquier organización, es muy costosa en el mundo de la política

Sin embargo, las personas mejor preparadas o bien no llegan nunca o bien tienden a durar poco en los partidos: ¿por qué?

La gente muy preparada puede tener algunas ventajas, pero también plantea muchos riesgos para el líder. Esas ventajas tienen que ver menos con el contenido —los programas electorales desgraciadamente no importan demasiado para ganar elecciones, se lo dice el exresponsable de programas de un partido nacional— y más con la "señalización": un profesor de economía reputado da la señal de que el proyecto va en serio y aporta un importante valor de solvencia de cara a élites, medios y votantes que ayuda a ganar elecciones.

Pero las personas muy preparadas también suponen muchos dolores de cabeza. Algunos lectores recordarán las tres opciones posibles en una organización, según Albert O. Hirshman: Exit, Voice or Loyalty ('Salir, quejarse o ser leal'). En política, los que tienen una clara opción profesional fuera del partido son más libres —para decir lo que piensan, para hacer preguntas incómodas o incluso para marcharse si las discrepancias son muy fuertes— y, por tanto, tienden a ser percibidos como menos "leales".

Cuando lo que queda es una masa acrítica de personas aterrorizadas por perder su puesto de trabajo, el partido se vuelve un lugar peligroso

La discrepancia interna, necesaria para el éxito en cualquier organización, es muy costosa en política. Primero porque, si se hace pública, suele penalizar (aunque no siempre lo hace) al partido. Segundo, porque en la política de hoy, la hiperconectividad y los horarios extremos en primera línea dejan poco espacio para el debate de las ideas. Dedicar una hora extra al día a debatir con los tuyos supone una hora menos de descanso o sacrificar la única cena de la semana con tus hijos. El resultado es que resulta más práctico tener a muchos leales que den pocos problemas y a pocos Garicanos.

La segunda razón por la que resulta difícil que el talento llegue a la política tiene que ver con las propias dinámicas de la organización. Mientras que en otros sectores las personas de RRHH están enormemente profesionalizadas y juegan un rol central en la estrategia de la compañía, en política esas funciones se relegan habitualmente a la secretaría de organización. Normalmente, el secretario de organización no está allí por sus dotes de ojeador de talento, sino porque o bien es extremadamente leal al líder (la secretaría de organización es una secretaría muy política) o bien porque es el único dispuesto a pasarse 14 horas en el coche todos los fines de semana visitando hasta el último rincón de España para solventar entuertos.

Por su parte, los incentivos del secretario de organización no suelen ser los de identificar a personas brillantes y comprometidas. Sus incentivos son minimizar riesgos y problemas y encontrar a personas que ofrezcan garantías de confiabilidad. ¿Y qué mejor garantía que la de una persona sin otras alternativas laborales que la de estar en el partido cumpliendo las órdenes de su secretario de organización?

La capacidad de aguantar la presión es distinta para una persona con alternativas laborales atractivas que para una que no las tiene

A la larga, si los mecanismos de selección de talento en las bases no funcionan, a los listos (y normalmente más ocupados profesionalmente), por mucha vocación que tengan, se les acaba la paciencia y se terminan marchando. Y cuando lo que queda es una masa acrítica de personas aterrorizadas por perder su puesto de trabajo, el partido se vuelve un lugar peligroso.

Cuesta que el talento llegue a impregnarse en los cuadros del partido. Y cuando llega, suele durar poco tiempo. La política, como bien sabe el presidente del Gobierno, es un oficio de resistencia. Tienes que tener la piel muy gruesa y estar dispuesto a asumir muchos riesgos personales. Para un joven con una carrera de éxito en el sector privado o en la academia (no así para un funcionario) meterse en política es una decisión completamente irracional. Las opciones de éxito suelen ser muy bajas, mientras que los riesgos profesionales y personales son altísimos. Una sola publicación en los medios —es irrelevante que sea verdad o no— puede arruinar tu reputación profesional o incluso tus relaciones familiares. Lógicamente, la capacidad de aguantar esa presión es distinta para una persona con alternativas laborales atractivas que para una que no las tiene.

Otra razón por la cual el talento tiende a durar poco en los partidos es que, en política, es casi inevitable tener que decir de vez en cuando estupideces y decirlas es mucho más problemático para alguien capaz de identificarlas. Una persona muy cínica o con poco agarre intelectual o ideológico estará siempre menos incómoda simplificando mensajes o defendiendo posturas contradictorias, falsas, o con las que no está de acuerdo, que una persona menos cínica o más preocupada por su coherencia y reputación intelectuales.

La difícil relación del talento con la política no tiene una solución evidente

Finalmente, hay un problema también en la demanda de talento. En la política de hoy se premia muy poco la preparación y se penaliza el matiz y la duda. Para existir hay que salir en los medios. Y todo el mundo en política entiende la máxima del clásico proverbio periodístico americano: "if it bleeds it leads" ('si sangra, funciona'). Es mucho mejor simplificar al máximo los mensajes que saberse la última evidencia sobre un tema. Es más efectivo transmitir una formulación elocuente que haber tenido 10 años de experiencia previa en una temática. Y funciona mejor un buen zasca polarizante, que cualquier opinión matizada.

La difícil relación del talento con la política no tiene una solución evidente. La buena noticia, como muestra nuestra historia democrática, es que no es imposible vencer las inercias perversas: depende de las prioridades del líder.

Pronto comienza un nuevo año electoral y termina un ciclo que empezó en 2014-2015 con la irrupción de Podemos y Ciudadanos en el panorama nacional. Tras estos siete años de vaivenes, el bipartidismo ha recuperado buena parte del terreno perdido y los "nuevos partidos" o bien están estancados en los extremos o avanzan peligrosamente hacia la desaparición.

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