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La desnudez de un Gobierno que ha vivido todo un año de las rentas obtenidas con la retirada de Iraq
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La desnudez de un Gobierno que ha vivido todo un año de las rentas obtenidas con la retirada de Iraq

Debajo de la hojarasca de declaraciones y promesas ante el inicio del nuevo periodo de sesiones de las Cortes Generales es importante constatar la evidencia de

Debajo de la hojarasca de declaraciones y promesas ante el inicio del nuevo periodo de sesiones de las Cortes Generales es importante constatar la evidencia de la debilidad programática y parlamentaria del Gobierno, una vez transcurrido poco más de un año desde su constitución: el Ejecutivo, surgido inesperadamente de las elecciones generales de marzo de 2004, ha vivido todo un año de las rentas de su decisión sobre la retirada de Iraq, adobada con políticas de imagen y promesas de reformas del Bloque Constitucional, constitución y Estatutos de Autonomía, que, en su conjunto, interesan poco o nada a la mayoría de los ciudadanos, que contemplan entre el escepticismo y/o el enfado la ligereza de la clase política.

La llegada al Gobierno del Sr. Rodríguez Zapatero, en medio de la crisis constitucional incubada a lo largo de años anteriores y de la crispación política auspiciada de forma vanidosa en los dos últimos años previos por el Sr. Aznar, fue recibida como el bálsamo de fierabrás por una sociedad hastiada y atemorizada, que deseaba, como es humano, algún respiro. Pero de ahí a pensar que el centro-derecha español, aglutinado en torno al Partido Popular, había quedado pulverizado hay una gran diferencia. Y no calibrar esa circunstancia ha sido, en mi opinión, uno de los graves errores del Gobierno.

A pesar de la propaganda y del mantenimiento de la bonanza económica heredada, el Gobierno no consigue levantar electoralmente apoyos suficientes que hagan recuperar al PSOE su autonomía política: en las elecciones europeas de junio de 2004 quedaron empatados PSOE y PP, el referéndum sobre la Constitución Europea resultó un fiasco agravado además por el rechazo habido en otros países de la UE, y en las elecciones autonómicas vascas y gallegas no se cumplieron ni de lejos las expectativas gubernamentales, aunque en el caso de Galicia se haya obtenido la Junta de forma precaria.

Esa limitación electoral y el vencimiento de algunas promesas, tal como la del Estatuto de Cataluña, realizadas personalmente por el Jefe del Gobierno obligan a éste a pedir oxígeno al Partido Popular con el fin de ganar tiempo y sobrevivir, si es posible, otro período de sesiones. Puede que lo consiga, ya que, al fin y al cabo, PSOE y PP son los dos partidos garantes de éste régimen constitucional aquejado de grave crisis, pero la gestión del Gobierno y la puesta en marcha de proyectos de civilización y mejora de España quedarán lastradas para lo que reste de legislatura.

Si el Gobierno se sintiera fuerte iría a nuevas elecciones generales, una vez transcurrido el año que señala la Constitución, pero no parece que sea así y prefiere continuar en espera de un futuro mejor. De momento, el gran anuncio es el de la subida de impuestos para cubrir las deficiencias de la gestión autonómica en materia de sanidad. Empieza bien el curso.

*Manuel Muela es presidente del Centro de Investigación y Estudios Republicanos.

Debajo de la hojarasca de declaraciones y promesas ante el inicio del nuevo periodo de sesiones de las Cortes Generales es importante constatar la evidencia de la debilidad programática y parlamentaria del Gobierno, una vez transcurrido poco más de un año desde su constitución: el Ejecutivo, surgido inesperadamente de las elecciones generales de marzo de 2004, ha vivido todo un año de las rentas de su decisión sobre la retirada de Iraq, adobada con políticas de imagen y promesas de reformas del Bloque Constitucional, constitución y Estatutos de Autonomía, que, en su conjunto, interesan poco o nada a la mayoría de los ciudadanos, que contemplan entre el escepticismo y/o el enfado la ligereza de la clase política.