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El `alto el fuego´ podría tener más de fuego que de alto
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El `alto el fuego´ podría tener más de fuego que de alto

Estaba cantada. A la tregua de ETA le ha ocurrido lo que A Sangre fría de Truman Capote. Todos en Nueva York sabían cuándo iba a

Estaba cantada. A la tregua de ETA le ha ocurrido lo que A Sangre fría de Truman Capote. Todos en Nueva York sabían cuándo iba a aparecer, incluso se habían publicado, como ahora con el alto el fuego, trozos del libro en el New Yorker. El día que apareció el best-seller, los amigos de Capote colocaron sobre su puerta una nota que decía “Le Beau Jour”, “El Gran Día”. Pero sólo era una verdad a medias, como le sucedió ayer al presidente Zapatero cuando supo que la noticia ya estaba al cabo de la calle.

En realidad, el de ayer no fue un “Gran Día” porque lo que nos trajo fue algo que ya estaba cantado. Compra con el rumor y vende con la noticia. Ayer se vendieron demasiadas treguas en España. Es como si nevase al día siguiente de que el hombre del tiempo lo hubiera advertido por la tele. Convertir en día grande e histórico la mañana en la que ETA anuncia su tregua es concederle a la banda una aureola angelical. Es como si Pedro Botero, el diablo, se subiera al Pagasarri y nos dijera que había echado agua de Bilbao (champagne) al fuego eterno, por lo que ya no volverá a quemarnos como quemó a nuestros familiares. ¿Qué haríamos los de Belostikalle oyendo esas sinsorgadas? ¿Qué harían las de Barrenkalle-Barrena? ¿Bailar el aurresku? ¿Darle las gracias a Pedro? Seguramente nos rascaríamos la oreja y lo miraríamos con desconfianza vizcaína, como debería mirar ZP a ETA.

Lo que sí haríamos los de Bilbao, los del heroico sitio hoy tomado democráticamente por los seguidores de Zumalacárregui, sería negociar, sentarnos a la mesa con unos txakolís, una brisca, la cajetilla de Ideales y mirarnos a la cara, aunque fuera sin hablarnos. Los gestos, como la fotografía, vale a veces más que mil palabras. Un bilbaíno que se precie, sobre todo si es del Campo de Volantín, siempre se sentará a negociar con el enemigo. Otra cosa es el toma y daca, porque aquí, desde las laderas de Castrejana hasta el antiguo cementerio de Mallona, siempre nos enseñaron que “lo último es cortar y pagar”. Claro que ZP no es de Bilbao, es de Valladolid, y a orillas del Pisuerga hay muy buenos militares y cosecheros de caldos, pero no sé yo si tan buenos negociadores como a orillas del Nervión.

Los de Valladolid, como Aznar, o los de Sanjenjo, como Rajoy, son muy buenos opositores a funcionarios del Estado, pero no sé si poseen el arrojo, el temple, la visceralidad, la muñeca y la ordinariez que se precisa para hablar con los de ETA. Estoy pensando en Muñagorri, personaje de mi libro Nosotros los Ybarra, un viejo deudor de mi familia que regentaba siete ferrerías en el País (Vasco) y fue el hombre que negoció el fin de la Primera Guerra Carlista.

Cuando ayer supimos lo de la tregua, muchas víctimas de ETA nos sentimos como si el huracán se hubiese adentrado en alta mar y, sentados en la playa de Ereaga, cruzáramos los dedos para que el viento no vuelva sobre sus pasos trayéndonos de nuevo la tragedia. Luego encendimos los televisores y comprobamos que existe otro tipo de crueldad: la crueldad institucionalizada, la que ayer nos humilló como víctimas cuando vimos al Congreso de los Diputados convertido en un cerco alambrado por ETA que actuaba a su dictado –“hablen ahora de mí, envíenme otra señal, gracias por lo de Fungairiño, a ver si Marlaska tiene una atención con Arnaldo, que para eso hemos adelantado el alto el fuego”-, como si la banda fuese la apuntadora del escenario nacional, la que marca con su pís el territorio y pone los marcapasos en el corazón del pueblo que tanto le ha sufrido.

¿Era necesaria tanta declaración institucional ante el comunicado de unos terroristas que van a ser blanqueados por la sociedad, que van a integrarse entre nosotros como si un asesino pudiera convertirse en cirujano o un pirómano en bombero? Lo primero que me vino a la cabeza viendo al presidente del Gobierno y al jefe de la Oposición, más tensos que un piano recién afinado, haciendo declaraciones sobre ETA en el Congreso de los Diputados, fue la imagen de los terroristas pavoneándose frente a los televisores en sus guaridas y diciendo algo así como “mira cómo bailan estos tunantes al son que les marcamos”.

Claramente sobreactuados, nuestros políticos ofrecieron ayer una imagen que conduce al engaño: la de convertirse en la arcilla ideal para ser moldeada por las manos asesinas. Por eso decía antes que echaba de menos a un hombre como Muñagorri para negociar con nuestros energúmenos. Por su formación y origen, Muñagorri no pasaba de ser uno de esos notables que producen los núcleos rurales de escasa población. Pero inquieto, escurridizo y emprendedor, sabía exhibir toscos modales de campesino allí donde pudieran apreciarse, y su ordinariez podía subir de tono cuando trataba con energúmenos.

Confiemos en la cordura de nuestros figurantes a la hora de afrontar los tratos con la banda, en su discreción, y en que si hubiese precios que pagar sean los de enero, los de las rebajas de El Corte Inglés, precios de ganga. El honor de las víctimas, al menos para mí, es lo de menos, porque el honor habita entre nosotros de antemano y lo único que deseamos es que no sea España la que pague el pato, la que pierda el honor por el que murieron nuestros familiares. Ayer no fue el principio del fin. Fue el comienzo de una larga y peligrosa travesía en la que todo podría suceder, desde el descalabro de ZP a la alegría de comprobar que se logró la paz a precios equitativos o de ganga, porque en este pícaro mundo nada es gratis, por desgracia.

* Javier de Ybarra e Ybarra, hijo de Javier de Ybarra, asesinado por ETA.

Estaba cantada. A la tregua de ETA le ha ocurrido lo que A Sangre fría de Truman Capote. Todos en Nueva York sabían cuándo iba a aparecer, incluso se habían publicado, como ahora con el alto el fuego, trozos del libro en el New Yorker. El día que apareció el best-seller, los amigos de Capote colocaron sobre su puerta una nota que decía “Le Beau Jour”, “El Gran Día”. Pero sólo era una verdad a medias, como le sucedió ayer al presidente Zapatero cuando supo que la noticia ya estaba al cabo de la calle.