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La bronquitis de Otegui
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La bronquitis de Otegui

Es, con toda seguridad, la mejor noticia que he recibido en los últimos años. En la situación que padezco, arropado por la familia y por unos

Es, con toda seguridad, la mejor noticia que he recibido en los últimos años. En la situación que padezco, arropado por la familia y por unos pocos amigos, he deambulado entre la amargura y una pena profunda. En estos meses pasados entre la prisión y mi casa, desde Segovia a Torrelodones, desde el encierro solitario al cariño desbordado de los míos, he ocupado una gran parte de mi tiempo en recordar los años vividos en Interior, entre 1982 y 1994, y no he podido substraerme al análisis del momento actual en la lucha contra el terrorismo.

Ingresé en la prisión de Segovia en febrero del pasado año, con la convicción de que nos encontrábamos en el umbral de una nueva oportunidad para la paz, y de que podía ser la definitiva. Las últimas declaraciones públicas del presiente Zapatero, tras el anunciado ‘compromiso de Anoeta’ por parte de Otegui, apuntaban en la buena dirección: no era posible que el presidente del Gobierno se arriesgara tanto personalmente sin contar con una información, o algo más, que avalara su optimismo antropológico.

Por aquellas mismas fechas hice unas declaraciones al diario ABC, manifestando la convicción de que estábamos en los prolegómenos de un tiempo nuevo. Pasaron los días, las semanas, los meses y se iban sucediendo declaraciones, gestos, comunicados y lo peor de todo: bombas. El riesgo que estaba corriendo, y con él todos los españoles esperanzados, el presidente del Gobierno de España era enorme, y su caudal de crédito disminuía poco a poco, entre la feroz crítica de la oposición y el ‘macabro ceremonial’ de los terroristas.

Avalado por mi experiencia de once años en Interior, combatiendo el terrorismo en los momentos más difíciles, seguía manteniendo intacto lo esencial de mi análisis: esto evolucionaba en la buena dirección. ETA no tenía futuro: con un apoyo social a la baja, sin referencia política estable, con la soledad derivada de la desaparición del IRA, con el acoso policial y judicial dentro y fuera de España, y con la dificultad de ‘competir’, si en esto de los horrores terroristas caben las comparaciones, con los terrorismos islamistas más radicales.

En las visitas que recibía en la cárcel de antiguos compañeros de la vida política, que en honor a la verdad han sido más bien pocas, solía salir este tema, y siempre mantuve que todo desembocaría en una tregua, y quizás en algo más. El pesimismo en los medios de comunicación y en los políticos iba en aumento. Mi razonamiento me llevaba a pensar que estaban en la fase de ‘hacer caja’ para financiar la posterior ‘espera’, de consultar a sus bases, de tranquilizar a los descontentos, que los hay, y de responder a la machacona y reiterada declaración, siempre inoportuna, desde instancias políticas y mediáticas, de que “estaban muy débiles y que por eso se rendían”.

¡Con lo fácil que para ellos resulta matar! Toda declaración, todo análisis público haciendo hincapié en la debilidad de los terroristas es una llamada al atentado indiscriminado o a la exhibición de su mortífero potencial ¡Cómo miden los tiempos! ¡Cómo manejan la estrategia de la comunicación! Ahora bien, y aquí viene lo peor, todo ello lo hacen con la inestimable ayuda de las torpezas que cometemos los demás.

Se produce la última, y solemne, declaración del presidente del Gobierno anunciando el “principio del fin” del terrorismo, y todo se para, con el tic-tac del reloj marcando el tiempo. La angustia, a la espera de la respuesta, da paso a un recrudecimiento de la crítica desde la oposición.

Todo parecía complicarse: los fallecimientos en las cárceles de presos de ETA, las respuestas violentas en las calles del País Vasco, las cartas de extorsión a empresarios vascos y las iniciativas judiciales desde el Estado de derecho conformaban un mapa muy complicado, en el momento más delicado de todos, a las puertas de una respuesta a Zapatero. En este contexto, el juez Grande-Marlaska cita a Otegui y se aplaza su comparecencia por una oportuna bronquitis que deriva en una neumonía. En ese momento, supe que el anuncio estaba cerca.

*Rafael Vera, ex secretario de Estado de Seguridad.

Es, con toda seguridad, la mejor noticia que he recibido en los últimos años. En la situación que padezco, arropado por la familia y por unos pocos amigos, he deambulado entre la amargura y una pena profunda. En estos meses pasados entre la prisión y mi casa, desde Segovia a Torrelodones, desde el encierro solitario al cariño desbordado de los míos, he ocupado una gran parte de mi tiempo en recordar los años vividos en Interior, entre 1982 y 1994, y no he podido substraerme al análisis del momento actual en la lucha contra el terrorismo.