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Déficit por cuenta corriente: las consecuencias del legado económico dejado por Aznar
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Déficit por cuenta corriente: las consecuencias del legado económico dejado por Aznar

Cuando un español abre The Economist y se topa con un artículo sobre los mayores déficit por cuenta corriente del mundo, espera una referencia a España.

Cuando un español abre The Economist y se topa con un artículo sobre los mayores déficit por cuenta corriente del mundo, espera una referencia a España. Sin embargo, en la edición del pasado 8 de abril, en la que aparecían siete países con desequilibrios exteriores por encima del 6% de su PIB, nosotros, que superamos esa barrera, no estábamos. ¿Por qué no aparecíamos en la lista de The Economist? La explicación es muy sencilla: José María Aznar lo impidió. Y no me estoy refiriendo a ninguna teoría conspiracionista. Me explico.

Aznar nos metió en el euro. Su decisión de hacer todo lo necesario para cumplir con los criterios de convergencia nos colocó entre los fundadores de la moneda única. De un plumazo, nos quedemos sin política monetaria y sin política cambiaria. Renunciamos a poder devaluar periódicamente la peseta para compensar pérdidas de competitividad frente a nuestros principales socios comerciales, los países de la Zona Euro.

A cambio de periódicos ajustes, la economía española obtuvo el derecho a una euforia sostenida. En lo sucesivo, mantendríamos nuestra inflación -hoy casi el doble de la de la Zona Euro- pero los tipos de interés, que son los de todos los países del Euro, vendrían determinados por un Banco Central Europeo cuya referencia, en la práctica, es la inflación de Francia y Alemania, economías más maduras y por ello con menores tasas de crecimiento e inflación que la española. ¿Y qué? Pues que, por ejemplo, desde entonces, los españoles nos hemos podido meter en hipotecas a un tipo de interés real -tipo de interés menos inflación- casi nulo.

El legado aznarista de fuerte crecimiento económico, equilibrio en las cuentas públicas y desaparición de todo riesgo de devaluación, ha dejado más espacio al endeudamiento privado y ha reforzado las expectativas de prestamistas y prestatarios acerca de la sostenibilidad de la situación. Además, desde un punto de vista coyuntural, tener hoy de ministro de Economía a quien, desde su puesto de Comisario de Asuntos Económicos y Monetarios, fuera un aguerrido defensor de la ortodoxia del Euro apuntala nuestra credibilidad.

De resultas de lo anterior, del mismo modo en el que Estados Unidos puede soportar sus déficits externos gracias al carácter de moneda de reserva del dólar, España puede hacerlo porque, desde el punto de vista monetario y cambiario, no tenemos déficit externo que financiar. El déficit por cuenta corriente ya no es un problema. Se trata de la manifestación de otras realidades como nuestro superior crecimiento económico relativo y el peso del sector de servicios en nuestra economía, y de algunos problemas como la insuficiente competitividad de nuestro tejido industrial y nuestra marginal presencia empresarial en aquellas partes del mundo que ofrecen las mejores perspectivas de crecimiento. Pero, en todo caso, el déficit externo, tras la era Aznar-Rato, ya no es una restricción fundamental de nuestra economía, ya no es un tema que cualquier mañana vaya a sobresaltarnos.

Con todo, este mensaje tiene pocos portavoces. Por un lado, no va a ser fácil que el PSOE reconozca méritos a Aznar. Por otro, el PP se niega a renunciar a la esperanza de que un súbito cataclismo económico allane su retorno al poder y no puede resistir la tentación de denunciar el "creciente desequilibrio exterior de nuestra economía". El tiempo dará o quitará razones, pero el convencimiento compartido de que la economía no centrará el debate en las próximas elecciones generales hace que la energía política se concentre en otros ámbitos y se descuide la discusión sobre las reformas estructurales que necesitamos para aprovechar el tiempo que el Euro nos ha regalado.

Ahora, volviendo al principio y en lo que toca a The Economist, sencillamente, si este semanario económico hubiera tenido en cuenta todo lo arriba expuesto, le hubiéramos estropeado la información, un artículo que alertaba de la inminencia del desastre que acecha a todos los pródigos. Esta publicación británica sabe que el caso de España refuta la tesis del peligro de los desequilibrios exteriores. Además, a Gran Bretaña le cuesta reconocer que esa ‘sospechosa’ invención continental que es el Euro haya podido resultar una sólida base sobre la que cimentar la prosperidad económica de un país como España.

Gran Bretaña, que no está en la Zona Euro, nunca va a reconocer eso. Sería más fácil, incluso, que el PSOE admitiera las bondades del legado Aznar-Rato. Al fin y al cabo, la candidatura del segundo a la jefatura del Fondo Monetario Internacional podría pasar a la historia como el único nombramiento en el que PSOE y PP se pusieron de acuerdo dentro de toda esta legislatura.

*Isaac Martín Barbero es abogado y economista.

Cuando un español abre The Economist y se topa con un artículo sobre los mayores déficit por cuenta corriente del mundo, espera una referencia a España. Sin embargo, en la edición del pasado 8 de abril, en la que aparecían siete países con desequilibrios exteriores por encima del 6% de su PIB, nosotros, que superamos esa barrera, no estábamos. ¿Por qué no aparecíamos en la lista de The Economist? La explicación es muy sencilla: José María Aznar lo impidió. Y no me estoy refiriendo a ninguna teoría conspiracionista. Me explico.