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El efecto económico en las elecciones de marzo
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El efecto económico en las elecciones de marzo

En la economía financiera global, como en los procelosos océanos de Conrad, no existen las virtudes comunes; allí no hay compasión, ni memoria, ni ley. Y,

En la economía financiera global, como en los procelosos océanos de Conrad, no existen las virtudes comunes; allí no hay compasión, ni memoria, ni ley. Y, además comprobamos, con ánimo encogido, que sus movimientos son de tipo epiléptico, sin asomo de lógica ni libreto pautado. Pero no es menos cierto que su convulsión inquietante, planetaria y abstracta, se viene a traducir en efectos concretos sobre las economías locales y sobre la experiencia del sujeto aldeano.

La desaceleración que se vive en España, como en otros lugares, reclama, urgentemente, las mejores propuestas del espectro político para paliar la crisis, más allá del oportunismo y del sesgo que puedan incitar los comicios de marzo. En Estados Unidos, madre según parece de esta nebulosa en espira, los dos grandes partidos conciertan sus esfuerzos para reflotar el país, mientras la Reserva Federal, por su parte, impulsa y desarrolla las funciones de estímulo que requiere el momento.

Nosotros dependemos de Europa, cuyo Banco Central ignora todo aquello que no sea inflación. Así, que poca ayuda. Y, además, el consenso es un vago concepto que ha desaparecido de nuestra vida pública. Muy mala arboladura para capear temporales. Por otro lado, aquí, el decrecimiento económico tiene un perfil autóctono; la inflexión, previsible, del mundo inmobiliario, un monocultivo arriesgado y de rasgos deformes.

¿Cabe encauzar, entonces, el discurso político hacia las rebajas fiscales? ¿Solo saben, el PP y el PSOE, competir en un loco descenso al centro de la Tierra? Todo para que los ciudadanos de a pie, también los de a caballo, aplacen en 400 euros el seguir tropezando con idénticas piedras. ¿No se le ocurre a nadie que, además de una tómbola, nuestro país pide a gritos una reorientación productiva organizada de manera distinta?

Si hubo un momento en que pudo pensarse que la campaña electoral se iba a desarrollar sobre el plano económico, desde posturas serias, ahora surgen las dudas. Porque ni el cacareo de Manuel Pizarro ni el rezongar de Solbes arrojan luz alguna sobre esta crisis ciega. Su tamaño les ha sobrepasado y es muy difícil arrimarla a las urnas con un juego de manos de malicia infantil. Por eso, en el próximo marzo, tal vez la economía solo constituya un factor de resultados neutros. Y los partidos, ya se va percibiendo, vuelven a sus viejos discursos; el PSOE reincide sobre los derechos civiles y el PP martillea con su antiterrorismo.

Porque, si adornamos los hechos con nombres que no les pertenecen, o las emborronamos con oscuras catástrofes, no podrá despegarse de su perplejidad al votante indeciso en estas elecciones inciertas, las más dubitativas de nuestra democracia. Y este segmento clave exige un gran estímulo, que no se le está dando, para movilizarse. Y, cuando ocurre así, las cosas se resuelven en el lecho nostálgico de la fidelidad; la sombra del partido de siempre, que abriga y alimenta y nos mece los sueños. Y no caben pronósticos.

Pero sigue la inercia del circo electoral. El flamante Pizarro predica en Cataluña las bondades de Endesa que él derramó en su día, antes que se apagara. Y los catalanes preguntan cómo no tuvieron la suerte de que presidiera la Renfe, para viajar en carroza. En tanto, Solbes permanece callado y espera, como un indio, que escampe la tormenta; una actitud sensata, pero que nos hurta el debate.

En la economía financiera global, como en los procelosos océanos de Conrad, no existen las virtudes comunes; allí no hay compasión, ni memoria, ni ley. Y, además comprobamos, con ánimo encogido, que sus movimientos son de tipo epiléptico, sin asomo de lógica ni libreto pautado. Pero no es menos cierto que su convulsión inquietante, planetaria y abstracta, se viene a traducir en efectos concretos sobre las economías locales y sobre la experiencia del sujeto aldeano.