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Ingrid Betancourt, lección de comunicación
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Ingrid Betancourt, lección de comunicación

“Impecable”. Con este adjetivo calificó Ingrid Betancourt la operación militar colombiana que le rescató, junto a otros secuestrados, de las garras de

“Impecable”. Con este adjetivo calificó Ingrid Betancourt la operación militar colombiana que le rescató, junto a otros secuestrados, de las garras de la guerrilla. Y si “impecable”, efectivamente, resultó ser la ejecución del plan para liberarla –no se disparó un solo tiro – cabría también predicar igual impecabilidad en las formas, gestuales y verbales, en las que Ingrid Betancourt ha sabido, con un férreo autocontrol, comunicar las trágicas circunstancias de su terrible secuestro que se prolongó durante seis años.

Ingrid Betancourt, calificada por un importante analista internacional como “la Mandela de Latino América”, ha ofrecido una lección práctica de cómo debe conducirse ante un auditorio de proporciones incalculables una persona sometida a una extraordinaria presión emocional. Los profesionales de la comunicación deberíamos analizar en profundidad el comportamiento de esta política que llevó a la práctica el primer mandamiento a cumplir en la transmisión pública de mensajes: atenerse estrictamente al contenido de aquello que quiere decirse y evitar a todo trance salirse del guión, logrando esos objetivos con creíble naturalidad.

La intención confesada de Ingrid Betancourt consistía –según su entorno inmediato— en que su liberación produjese un efecto balsámico en la sociedad colombiana fomentando los deseos de paz y reconciliación como instrumentos morales para quebrar el aura que todavía adorna en algunos sectores a los terroristas. Por otra parte, Ingrid Betancourt no podía desmentir los atributos que en su momento definieron su personalidad: entereza y valentía, serenidad y dominio escénico. Lo consiguió de pleno.

Los reencuentros, primero con su madre y después con sus hijos, aunque plenos de emotividad, no derivaron hacia desbordantes llantinas ni a expresiones dramatizadas, sino que se mantuvieron incursos en un alto voltaje emocional pero siempre sometido a unos límites que permitían visualizar tanto la intensidad del momento como, a través del lenguaje gestual medido, no apabullante, el significado radicalmente injusto de la acción terrorista de la que Betancourt fue víctima. Ese era el propósito de las sobrias escenificaciones. Había que combinar –y se logró hacerlo—que el caudal emotivo no ocultase el por qué delictivo que explicaba el acontecimiento que se estaba viviendo.

Betancourt, aunque dejando correr sus lágrimas, hablaba con palabras y ademanes ajustados. La manera en la que avanzó por la pista del aeropuerto en el reencuentro con sus hijos –entrelazadas sus manos con las de ellos, sonriendo-, la justeza de sus términos verbales en el elogio al presidente Uribe, la expresión bien modulada de patriotismo en sus referencias al Ejército y la rapidez de movimientos para configurar un espacio virtual en el que ella deseaba moverse humana y políticamente –de Bogotá, con Uribe, a París, con Sarkozy--, ha compuesto todo un espectáculo comunicacional casi perfecto.

Ingrid Betancourt, quizá aconsejada muy correctamente por un entorno altamente cualificado, ha sabido aprovechar la inyección de adrenalina que supuso su liberación sin incurrir por eso en comportamiento eufóricos ni en otros depresivos o apesadumbrados. Ha transmitido –valiéndose de una capacidad verbal muy rica y, a veces, descriptivamente exuberante—aquello que quería comunicar para alcanzar objetivos colectivos y personales muy reconocibles: de una parte, motivar positivamente a la sociedad colombiana en una lucha racional y moral contra el terrorismo, con ausencia de sentimientos reactivos e inútiles (rencor y venganza); de otra, conservar sus intangibles políticos para su futuro en la vida pública colombiana. Todo ello, enmarcado en la exhibición de una personalidad emocionalmente muy madura y controlada que, de modo simultáneo, la ha acercado al sentimiento colectivo y la ha encumbrado como una personalidad singular. Toda una demostración de que tan necesario es el ser como el parecer porque siendo lo primero sustantivo –la esencia--, lo segundo –la proyección pública de aquello que se atesora—interactúa para conformar, en este caso, un nuevo icono. En eso –en un icono-- se ha convertido Ingrid Betancourt, ofreciendo una impagable lección de magnífica y sincera comunicación.

Olga Cuenca es Socia Fundadora y Presidenta de Llorente&Cuenca

“Impecable”. Con este adjetivo calificó Ingrid Betancourt la operación militar colombiana que le rescató, junto a otros secuestrados, de las garras de la guerrilla. Y si “impecable”, efectivamente, resultó ser la ejecución del plan para liberarla –no se disparó un solo tiro – cabría también predicar igual impecabilidad en las formas, gestuales y verbales, en las que Ingrid Betancourt ha sabido, con un férreo autocontrol, comunicar las trágicas circunstancias de su terrible secuestro que se prolongó durante seis años.