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La nieve ataca Madrid

La nieve lanzó la semana pasada un ataque sorpresivo, devastador y en toda regla sobre la capital de España y sus alrededores. Sin declaración previa, las

La nieve lanzó la semana pasada un ataque sorpresivo, devastador y en toda regla sobre la capital de España y sus alrededores. Sin declaración previa, las fuerzas de la nieve protagonizaron una ofensiva continuada sobre las principales arterias de Madrid, concentrándose en centros neurálgicos de la ciudad como son las principales vías de acceso, que quedaron completamente bloqueadas, y los centros de transportes como estaciones de ferrocarriles y el aeropuerto de Barajas, que se vio obligado a suspender sus operaciones de entrada y salida de vuelos, colapsando el movimiento de aviones y pasajeros.

El éxito de la ofensiva de la nieve derivado de su efecto sorpresa, la continuidad de su acción y la persistencia en el ataque fue total. Ni los servicios de inteligencia ni la red de vigilancia de la capital anticiparon los movimientos de la nieve por lo que no estaban preparadas las defensas. Los primeros escarceos se registraron al alba, en las primeras horas de la mañana, cuando la población de Madrid despertaba para dirigirse al trabajo o a los colegios.

La reacción de las defensas de la capital intentó limitar el impacto del ataque de la nieve en las autovías de acceso a Madrid y en Barajas. Pese a sus denodados esfuerzos, muchas de las autovías se vieron colapsadas con multitud de personas atrapadas en la nieve. En Barajas el efecto del "aguaplanning" fue simplemente devastador provocando la técnica interrupción de su actividad, que tardó varios días en recuperarse.

Los distintos ejércitos de la defensa de la capital no fueron capaces de reaccionar con eficacia a lo largo de la jornada. Ni el Ejército de Madalena, ni la Brigada de Esperanza ni los comandos de Alberto ofrecieron una resistencia suficiente para enfrentarse a las fuerzas de la nieve ni demostraron una capacidad de actuación coordinada. La comunicación a medios y población a lo largo de la mañana demostró la eficacia del efecto sorpresa originado por la nieve y la improvisación a la que se vieron conducidas las fuerzas de la capital.

Su comunicación se limitaba a animar a la población a refugiarse en sus casas, evitar a toda costa el uso del automóvil privado, la cancelación de los vuelos en Barajas y a informar de los avances de la nieve sobre la capital de España. A mediodía, cuando la nieve se había hecho prácticamente dueña de la ciudad y sus alrededores, las fuerzas de la capital emprendieron una ola de reproches mutuos que se prolongó durante los días subsiguientes.

Unos acusaban a los otros ejércitos de falta de previsión y de respuesta para enfrentarse a la ferocidad fría, casi helada, de la nieve. El caso, desde un punto de vista de comunicación, se podría calificar de emergencia o de crisis. Lo primero que habría que decir, desde una perspectiva de experiencia profesional, es que la comunicación difícilmente puede "tapar" los fallos del servicio o de la propia entidad, centrados en este caso en su carencia de anticipación y de respuesta.

Dejando a un lado esta particularidad, las fuerzas de la defensa de Madrid deberían haber dispuesto de un plan de crisis o de contingencia ante la previsible eventualidad de una ofensiva de la nieve sobre la meseta madrileña, siendo uno de los puntos fundamentales la coordinación de todos los departamentos de comunicación bajo una inteligencia común. El objetivo de este plan de actuación no sería otro que mantener a la población informada con el ánimo de recuperar la normalidad en la vida ciudadana lo antes posible.

Ofrecer una información puntual de los ataques del enemigo y las indicaciones a la población para que evite sus efectos más devastadores, animándoles a participar organizadamente en la defensa de la capital y su más rápida recuperación. Y, por supuesto, evitar acusaciones entre las propias fuerzas de defensa de la capital de España, pues lo único que se consigue es mermar la moral propia y subir la del enemigo, que se frota sus frías manos ante los hechos. Confiemos en que el próximo ataque de la nieve sobre Madrid nos pille preparados. O, llamemos a Gila. 

(*) Juan Francisco Polo es socio y director general de Llorente & Cuenca.

La nieve lanzó la semana pasada un ataque sorpresivo, devastador y en toda regla sobre la capital de España y sus alrededores. Sin declaración previa, las fuerzas de la nieve protagonizaron una ofensiva continuada sobre las principales arterias de Madrid, concentrándose en centros neurálgicos de la ciudad como son las principales vías de acceso, que quedaron completamente bloqueadas, y los centros de transportes como estaciones de ferrocarriles y el aeropuerto de Barajas, que se vio obligado a suspender sus operaciones de entrada y salida de vuelos, colapsando el movimiento de aviones y pasajeros.

El éxito de la ofensiva de la nieve derivado de su efecto sorpresa, la continuidad de su acción y la persistencia en el ataque fue total. Ni los servicios de inteligencia ni la red de vigilancia de la capital anticiparon los movimientos de la nieve por lo que no estaban preparadas las defensas. Los primeros escarceos se registraron al alba, en las primeras horas de la mañana, cuando la población de Madrid despertaba para dirigirse al trabajo o a los colegios.

La reacción de las defensas de la capital intentó limitar el impacto del ataque de la nieve en las autovías de acceso a Madrid y en Barajas. Pese a sus denodados esfuerzos, muchas de las autovías se vieron colapsadas con multitud de personas atrapadas en la nieve. En Barajas el efecto del "aguaplanning" fue simplemente devastador provocando la técnica interrupción de su actividad, que tardó varios días en recuperarse.

Los distintos ejércitos de la defensa de la capital no fueron capaces de reaccionar con eficacia a lo largo de la jornada. Ni el Ejército de Madalena, ni la Brigada de Esperanza ni los comandos de Alberto ofrecieron una resistencia suficiente para enfrentarse a las fuerzas de la nieve ni demostraron una capacidad de actuación coordinada. La comunicación a medios y población a lo largo de la mañana demostró la eficacia del efecto sorpresa originado por la nieve y la improvisación a la que se vieron conducidas las fuerzas de la capital.

Su comunicación se limitaba a animar a la población a refugiarse en sus casas, evitar a toda costa el uso del automóvil privado, la cancelación de los vuelos en Barajas y a informar de los avances de la nieve sobre la capital de España. A mediodía, cuando la nieve se había hecho prácticamente dueña de la ciudad y sus alrededores, las fuerzas de la capital emprendieron una ola de reproches mutuos que se prolongó durante los días subsiguientes.

Unos acusaban a los otros ejércitos de falta de previsión y de respuesta para enfrentarse a la ferocidad fría, casi helada, de la nieve. El caso, desde un punto de vista de comunicación, se podría calificar de emergencia o de crisis. Lo primero que habría que decir, desde una perspectiva de experiencia profesional, es que la comunicación difícilmente puede "tapar" los fallos del servicio o de la propia entidad, centrados en este caso en su carencia de anticipación y de respuesta.

Dejando a un lado esta particularidad, las fuerzas de la defensa de Madrid deberían haber dispuesto de un plan de crisis o de contingencia ante la previsible eventualidad de una ofensiva de la nieve sobre la meseta madrileña, siendo uno de los puntos fundamentales la coordinación de todos los departamentos de comunicación bajo una inteligencia común. El objetivo de este plan de actuación no sería otro que mantener a la población informada con el ánimo de recuperar la normalidad en la vida ciudadana lo antes posible.

Ofrecer una información puntual de los ataques del enemigo y las indicaciones a la población para que evite sus efectos más devastadores, animándoles a participar organizadamente en la defensa de la capital y su más rápida recuperación. Y, por supuesto, evitar acusaciones entre las propias fuerzas de defensa de la capital de España, pues lo único que se consigue es mermar la moral propia y subir la del enemigo, que se frota sus frías manos ante los hechos. Confiemos en que el próximo ataque de la nieve sobre Madrid nos pille preparados. O, llamemos a Gila. 

(*) Juan Francisco Polo es socio y director general de Llorente & Cuenca.

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