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El 'damage control' de la vida española

En España no te aburres. Al jesuítico cada día, un afán, este 2009 nos depara el teresiano, cada día un sinvivir. A medida que las hojas

En España no te aburres. Al jesuítico cada día, un afán, este 2009 nos depara el teresiano, cada día un sinvivir. A medida que las hojas del calendario de este “annus horribilis”  pasan, van cayendo las cabezas de los parados en las colas del INEM, las letras caligráficas de los espías madrileños, las empresas atrapadas en su morosidad y sus concursos, las caras demudadas de los banqueros, las piezas en los cotos abatidas por Baltasar y Mariano, los negocios sucios de Correa y allegados. Y, sobre todo, cae la confianza y la credibilidad de un país atónito ante los que se le viene encima por la experiencia, solidez, determinación, profesionalidad y honestidad de eso que se llamaba la clase política en los hermosos tiempos de la transición. Evidentemente, no todos son iguales en el bosque animado de la vida pública española, pero pocos, muy pocos, se librarían de un epíteto en este duro invierno que nos ha tocado vivir. No corresponde a este modesto  articulista juzgar, para eso estarán las urnas.

 A nadie se le escapa que estamos ante una crisis de hondo calado. Existe una regla de oro en la gestión de las crisis que los anglosajones denominan “damage control”, algo así como limitación del daño. Consiste, básicamente, en una estrategia inteligente para gestionar las crisis limitando el daño a los espacios más reducidos posibles para que sólo se vea afectada una parcela de la organización y se elimine el efecto metástasis. Se pretende que la crisis, la pérdida de imagen y de credibilidad, se reduzca a un territorio, a un producto, a una división de la empresa, con el ánimo de que la reputación de la entidad quede salvaguardada lo más posible. Por ejemplo, si una compañía de gran consumo con cientos de referencias tuviera un problema en el etiquetado de uno de sus productos, un buen “damage control” limitaría el caso a la etiqueta de esa partida, actuando con celeridad, transparencia y poniéndose al lado del consumidor y sus derechos. Evitaría, a toda costa, que ese fallo del etiquetado salpicase a la calidad y garantías del producto, a todo el sistema de etiquetado y sus controles de calidad, a todo el conjunto de los productos y marcas y, por supuesto, a toda la compañía.

Para que sea efectiva se hace imprescindible  que una sola inteligencia mida los riesgos, anticipe los escenarios, gradúe las respuestas y neutralice las contradicciones. También es aconsejable que la organización esté preparada para enfrentarse a esta gestión de crisis con la maquinaria rodada, con experiencia, con buenos líderes y con profesionales.

Cuando uno analiza cómo se abordan estas crisis en la vida española se extrae la impresión de que los principios mínimos del “damage control” brillan por su ausencia. Se observa que los ventiladores se ponen a funcionar para expandir el polvo y la suciedad, que eso tan español del “tú, más” es el pan de cada día, que los temas se dejan pudrir hasta que huelen demasiado en el cajón, que se actúa con ánimo de ocultar los hechos y que los protagonistas piensan más en su asiento que en el contribuyente.

Falta rapidez de respuesta, falta transparencia, falta determinación y pocos piensan en el contribuyente. Sobra soberbia.

En España no te aburres. Al jesuítico cada día, un afán, este 2009 nos depara el teresiano, cada día un sinvivir. A medida que las hojas del calendario de este “annus horribilis”  pasan, van cayendo las cabezas de los parados en las colas del INEM, las letras caligráficas de los espías madrileños, las empresas atrapadas en su morosidad y sus concursos, las caras demudadas de los banqueros, las piezas en los cotos abatidas por Baltasar y Mariano, los negocios sucios de Correa y allegados. Y, sobre todo, cae la confianza y la credibilidad de un país atónito ante los que se le viene encima por la experiencia, solidez, determinación, profesionalidad y honestidad de eso que se llamaba la clase política en los hermosos tiempos de la transición. Evidentemente, no todos son iguales en el bosque animado de la vida pública española, pero pocos, muy pocos, se librarían de un epíteto en este duro invierno que nos ha tocado vivir. No corresponde a este modesto  articulista juzgar, para eso estarán las urnas.