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¿Por qué calla la ministra de Educación?
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¿Por qué calla la ministra de Educación?

Quien haya visto el rostro doliente de Kristin Scott Thomas en la última escena de la película Hace mucho que te quiero, comprenderá por qué a

Quien haya visto el rostro doliente de Kristin Scott Thomas en la última escena de la película Hace mucho que te quiero, comprenderá por qué a veces, sólo a veces, se produce el milagro: la vida palpita en el celuloide y explota. La película de Philippe Claudel habla de la muerte y la supervivencia. Y lo hace desde la aflicción, el repudio y el perdón. Sin un solo subrayado. Por eso es poesía pura.

El cine se ha llenado en los últimos meses de palabras y películas mayores: Hace mucho que te quiero (eutanasia), Antes de que el diablo sepa que has muerto (parricidio) y Gran Torino (inmolación). Son conflictos que golpean al hombre desde épocas inmemoriales. Por eso, porque nos vapulean, porque nos obligan a mirarnos a la cara y porque nos muestran las miserias y grandezas del ser humano, no estaría de más que los adolescentes españoles, estudiantes de Filosofía y Educación para la Ciudadanía, se dejaran caer estos días por las salas, palpasen el sufrimiento ajeno y descubrieran el valor supremo de la compasión.

Dudo, sin embargo, que puedan complacerme. Nuestros chicos hace tiempo que perdieron la costumbre de saborear cine adulto: incapaces de comprender su lenguaje, sencillamente le han dado la espalda. Como abandonaron la literatura con mayúsculas y hoy se alimentan de sucedáneos neogóticos. Los únicos films que devoran nuestros hijos son los de palomitas y coca-cola, y desde hace dos semanas, de palomitas y porno duro. Pero los poderes públicos no parecen haber reparado en ello.

Dicen las estadísticas que los adolescentes acudieron el pasado fin de semana en tropel a disfrutar con el sexo explícito de Mentiras y gordas, una película sin argumento, llena de rostros y guiños televisivos y de erotismo barato. Una cinta que recrea, y se recrea, en uno de axiomas de la sociedad progresista y bien pensante: el todo vale.

Albacete y Menkes, los directores, sostienen la trama sobre una gran mentira. El viaje al paroxismo sexual y existencial no es el destino, nos dicen, sólo la senda obligada y dolorosa que permitirá a los protagonistas alcanzar cotas más altas: el chico bueno es tentado por las drogas y muere, qué malas son las drogas. Pero se trata de una impostura. Detrás de Mentiras y gordas se esconde la voluntad expresa de ofrecer carnaza fresca. Y nunca mejor dicho. Sexo y dinero, la vieja fórmula. Y todo a costa de nuestros hijos y su inmadurez, y de nuestros impuestos ¿Hasta cuándo cualquier película española, aun la más zafia e insustancial, se financiará con fondos públicos?

Los tópicos que producen bochorno

Que las drogas matan ya se sabía. Lo sabemos los padres desde hace 30 años, cuando vimos caer a compañeros de colegio, vecinos y amigos sin que nadie pudiera remediarlo. También lo saben ellos, bombardeados como están con una información que no siempre pueden digerir. Pero tanto coito explícito y vulgar, tanto topicazo erótico, produce bochorno y pánico.

A estos chicos, ahora hablo de Albacete y Menkes, alguien les ha vendido la burra de que el sexo, con ser seguro, y a veces ni siquiera eso, es suficiente, y ellos la han comprado, como se dice ahora, sin mirar la fecha de caducidad. En nuestras manos está que nuestros hijos no adquieran esta mercancía podrida. Y no va a resultar fácil convencerles, luchar contra corriente. Porque los poderes públicos, siempre pendientes de los más necesitados, en esta ocasión no van han acudir en nuestra ayuda.

Si alguien piensa que Mentiras y gordas es sólo una (mala) película española más, se equivoca. El film destila intolerancia, desprecio, desigualdad y sumisión. Si nuestra juventud sigue alimentándose de historias como ésta, no nos salvarán (no les salvarán) ni un centenar de educadores para la ciudadanía. Sencillamente, estamos dilapidando el dinero que llega cada día a la escuela.

El otro día, a la ministra Mercedes Cabrera se le volvió a llenar la boca con palabras como justicia y oportunidad. Se refería a la educación, y había acudido al Congreso de los Diputado para insistir en que se trata de una prioridad de este Gobierno. Me remito a su silencio. ¿De verdad cree su señoría que educar a los adolescentes con hazañas donde el respeto a uno mismo y los demás es sólo una quimera, les fortalece?

Siempre habrá una élite, la ministra lo sabe bien, que con ayuda, o sin ella, sorteará la banalidad que ahoga nuestra sociedad y construirá una vida y una identidad genuinas, pero ¿qué ocurre con los cientos, miles, millones de jóvenes que cada año se quedan en la cuneta porque alguien les contó que la vida hay que vivirla a tope (Yon González, dixit), y no hubo nadie junto a ellos para sacarles del error?

 

*Silveria Peña es periodista

Quien haya visto el rostro doliente de Kristin Scott Thomas en la última escena de la película Hace mucho que te quiero, comprenderá por qué a veces, sólo a veces, se produce el milagro: la vida palpita en el celuloide y explota. La película de Philippe Claudel habla de la muerte y la supervivencia. Y lo hace desde la aflicción, el repudio y el perdón. Sin un solo subrayado. Por eso es poesía pura.