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Los presupuestos virtuales que serán aprobados
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Los presupuestos virtuales que serán aprobados

La llegada al Congreso de los Diputados del proyecto de presupuestos generales del Estado ha desencadenado todo tipo de valoraciones políticas y económicas, acompañadas de un

La llegada al Congreso de los Diputados del proyecto de presupuestos generales del Estado ha desencadenado todo tipo de valoraciones políticas y económicas, acompañadas de un aluvión de cifras que aturden y preocupan. Pero de todo lo dicho y oído se pueden extraer dos conclusiones: el Estado en España seguirá gastando mucho más de lo que ingresa y los presupuestos, aunque sean virtuales, serán aprobados por las Cortes, que harán, una vez más, un simulacro de debate para cubrir el expediente. De momento, nadie parece dispuesto a levantar la bandera de la regeneración y la refundación del Estado. Ese es el drama y la sinrazón, que nos separan de la historia y la práctica políticas de las democracias europeas.

 

La aprobación de los presupuestos públicos es una de las piedras miliares de la historia de los parlamentos: el propio origen de los mismos está ligado a la petición de recursos que hacían los monarcas, incluso los absolutos, para hacer frente a las necesidades del Estado. Y hasta tal punto ha seguido siendo importante, que toda la política de los diferentes gobiernos gira alrededor de la aprobación de las cuentas públicas, razón por la cual un rechazo de las mismas por parte del Parlamento es motivo de dimisión del Gobierno y/o, en su caso, la convocatoria de elecciones generales. Menos en España, donde ni se menciona tal hipótesis, aunque, por si acaso, todos se afanarán en sacarlos a flote, después de haberlos criticado y descalificado profusamente. Cosas de la democracia española.

En otras ocasiones hemos expuesto los males que aquejan a nuestro orden constitucional, carcomido por la partitocracia y la esclerosis, sin la menor concesión a la apertura y al pluralismo. Sin embargo, muy pocos de sus protagonistas ponen en duda la estructura del modelo y todos, incluida la mayoría de los medios de comunicación, se esfuerzan en mantenerlo. Las críticas siempre son las imprescindibles para mantener las apariencias, pero nunca van más allá: quienes gobiernan y quienes ejercen de opositores cumplen aseadamente sus papeles en la representación, jaleados por sus medios. Poca democracia y mucha publicidad, versión hispánica del pan y circo. Así llevamos bastantes años, gracias sobre todo a la abundancia de recursos que lo ha permitido.

Los gobiernos apelan al esfuerzo fiscal

Ahora que aquellos flaquean y salen a relucir las deudas y los problemas para hacer frente a las mismas, los actores del drama se aprestan a repetir una representación ya conocida, mientras se bombardea a la sociedad con un alud de malas noticias y expectativas, que oscurecen las mentes y suscitan el miedo, premisas necesarias para favorecer el mantenimiento del statu quo. Por eso, los que gobiernan apelan al esfuerzo fiscal para superar el bache, que dicen transitorio, sin la más leve autocrítica al funcionamiento del modelo, y los que se oponen se dividen entre los que hablan de reformas sin concretar cuáles, desde luego ninguna que ponga en cuestión la estructura del sistema, y aquellos otros que se aprestan a sacar algún provecho inmediato de la aparente debilidad gubernamental.

Entre los muchos despropósitos que se oyen en estos tiempos hay uno que destaca: la afirmación de que la nueva fiscalidad estimulará la economía sumergida, lo que ayudará a que la tragedia del paro sea más llevadera. Algo así como que no hay mal que por bien no venga, aunque tal previsión, el auge de lo sumergido, tenga mucho de espejismo. Cuando la actividad económica de un país disminuye ostensiblemente, lo sumergido nunca puede ser significativo y, en ningún caso, constituirse en excusa para la inacción. Lo destaco, ya que encierra un mensaje subliminal a modo de justificación del establishment: las estadísticas no responden a la realidad y la crisis no es tan aguda como se dice.

El Congreso de los Diputados encarará la discusión presupuestaria, condicionado por el instinto de supervivencia de quienes lo componen. Todos se auxiliarán para sobrevivir. El Gobierno y su grupo parlamentario no tienen interés en plantear cambios estructurales para recuperar la eficacia del Estado y los restantes grupos, además de no proponerse el cambio del Gobierno, tampoco están interesados en otro tipo de reformas que alteren el statu quo. Parecen imbuidos por la expresión de Dante, abandonad toda esperanza los que aquí entran. Salvo imprevistos, solo queda buscar el mejor acomodo en el tiempo de la decadencia, porque no nos engañemos, el empobrecimiento controlado, triste es reconocerlo, tiene recorrido y posibilidades en una sociedad presa de la propaganda y poco exigente con sus responsables públicos.

La llegada al Congreso de los Diputados del proyecto de presupuestos generales del Estado ha desencadenado todo tipo de valoraciones políticas y económicas, acompañadas de un aluvión de cifras que aturden y preocupan. Pero de todo lo dicho y oído se pueden extraer dos conclusiones: el Estado en España seguirá gastando mucho más de lo que ingresa y los presupuestos, aunque sean virtuales, serán aprobados por las Cortes, que harán, una vez más, un simulacro de debate para cubrir el expediente. De momento, nadie parece dispuesto a levantar la bandera de la regeneración y la refundación del Estado. Ese es el drama y la sinrazón, que nos separan de la historia y la práctica políticas de las democracias europeas.