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Vargas Llosa, el narrador entusiasta
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Marta Matute

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Vargas Llosa, el narrador entusiasta

Me contaba una amiga que en cierta ocasión tuvo el honor de cenar con Mario Vargas Llosa y su familia. Al parecer, el escritor -chismorreaba mi

Me contaba una amiga que en cierta ocasión tuvo el honor de cenar con Mario Vargas Llosa y su familia. Al parecer, el escritor -chismorreaba mi amiga con algo de malicia al describir la escena-, se apagaba cada vez que los comensales se adentraban en caminos ajenos a su personalidad y su obra. Y volvía a revivir, pero sólo cuando Varguitas ocupaba de nuevo los focos.

Puede ser. Pero esa mezquindad del hombre no pudo entonces, ni ahora, mermar mi devoción por la obra de un narrador vigoroso y rotundo. Tampoco sus devaneos con un régimen plúmbeo como el de José María Aznar, cuya amistad siempre ha honrado al literato.

Dicen los liberales que Vargas Llosa es liberal. Y yo me sonrío. Incluso el propio Vargas ha hecho profesión de fe en más de una ocasión. Y yo vuelvo a sonreir, de puro desconcierto. Porque se han escrito pocas obras tan utópicas como la suya: siempre indulgente con los desamparados, implacable con los todopoderosos.   

Pasan los años y los días, y a menudo asoma un tipo voraz capaz de apoderarse de la dignidad de los que le rodean. Pero cuando observo el silencio humillante que el comandante Chávez impone a José Luis Rodríguez Zapatero, o la pasividad con la que un Gobierno que se dice socialista contempla la pobreza contumaz de Marruecos, invariablemente evoco al Vargas Llosa novelista. Y recuerdo la entrepierna del Chivo y su larga meada ­: “Estaba aún mojadito, pero no lo sintió, no lo estaba sintiendo. Y le sacudió un ramalazo de rabia”, metáfora inmensa de la decadencia de la dictadura dominicana, de cualquier opresión; y pienso, Dios mío, cada día está más cerca el fin de fiesta.

Vocación intacta

Vargas subirá al Parnaso como uno de los grandes literatos de todos los tiempos. Su devoción por la lengua trasciende su compromiso político

Que me perdonen los sabios, pero a Gabo le dieron el Nobel por una obra deslumbrante, y se acabó. Vargas subirá al Parnaso como uno de los grandes literatos de todos los tiempos. Su devoción por la lengua trasciende su compromiso político. Lo dejó dicho en el prólogo de Conversación en la catedral, la historia política y social de la dictadura militar de Manuel Apolinario Odría: “La empecé a escribir en París, diez años después de padecer la podredumbre moral de aquel régimen, mientras leía a Tolstói, Balzac y Flaubert  y la continué en Inglaterra, entre clase y clase de literatura en el King´s College (…)”

Que no se olvide. A Mario Vargas Llosa le han concedido el Premio Nobel de Literatura. Su cartografía de las estructuras del poder y su defensa de la resistencia y la derrota individual se trabó siempre con la palabra hecha arte. Con un lenguaje poderoso y preciso, capaz de emular la vida y bucear en las profundidades del alma humana para volver a salir a flote plagado de imágenes y voces literarias. Vargas Llosa desmenuza la realidad, la trasciende y cuando nos la da a beber, la narración materializa, antes que nada, el anhelo de todo artista: recrea un mundo más nítido, coherente, comprensible y perfecto.

Tengo en mis manos uno de sus últimos artículos de crítica literaria. Está fechado en julio. El novelista encumbrado por la fama rinde pleitesía al maestro. Arrebolado, se postra ante el hombre, que tal vez sin quererlo, o tal vez sin saberlo, nos mostró hace más de un siglo lo que somos y lo que no somos. “La he leído tres veces, dirá, en francés, en inglés y en español, y cada vez he sentido ese malestar impregnado de maravillamiento y envidia que produce una obra de arte que parece haber roto los límites, ido más allá de lo posible al común de los mortales”, confiesa el peruano. El escritor total es Tolstói y su obra, Guerra y Paz.

Es conmovedor comprobar que la vocación de Mario Vargas Llosa, casi octogenario, permanece intacta. Tan juvenil y entusiasta como en 1975, cuando escribió la Orgía Perpetua y nos invitó a paladear la literatura como se saborea un buen vino, para después adentrarnos en los misterios de la condición humana.

*Marta Matute es periodista.

Me contaba una amiga que en cierta ocasión tuvo el honor de cenar con Mario Vargas Llosa y su familia. Al parecer, el escritor -chismorreaba mi amiga con algo de malicia al describir la escena-, se apagaba cada vez que los comensales se adentraban en caminos ajenos a su personalidad y su obra. Y volvía a revivir, pero sólo cuando Varguitas ocupaba de nuevo los focos.

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