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Torrente o el cinismo como profesión de fe
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Marta Matute

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Torrente o el cinismo como profesión de fe

Ayer murió Josefina Aldecoa, la escritora. Las crónicas evocan esta mañana  su figura, menuda y elegante, sentada junto a las flores que siempre perfumaban su coqueto

Ayer murió Josefina Aldecoa, la escritora. Las crónicas evocan esta mañana  su figura, menuda y elegante, sentada junto a las flores que siempre perfumaban su coqueto despacho de El Viso, contemplando las fotos de sus alumnos y atendiendo personalmente a cada niño hasta que llegó el olvido. Y yo me pregunto si el mundo que Josefina Rodríguez, la maestra, mostró a sus discípulos a lo largo de medio siglo, un mundo lleno de poesía, epopeyas, música y color, no se habrá desvanecido.

Y no sé por qué, mientras imagino a los colegiales de su diminuta escuela infantil saltando felices en el patio, leyendo a Juan Ramón y a Cervantes, jugando a ser los personajes de un cuadro de Goya o aprendiendo tolerancia con la religión de cristianos, judíos y musulmanes, viene a mi memoria la triste imagen de ese policía zafio, misógino y xenófobo que desde hace unos años hace las delicias de los espectadores españoles. Y entonces vuelvo a preguntarme si los esfuerzos de Josefina y sus maestras por hacer hombres cultos, libres y refinados ha merecido la pena.

Santiago Segura se ha convertido en el rey Midas de la gran pantalla. Sin embargo, el cine es arte con mayúsculas. Y cualquiera que tenga el más mínimo respeto por este hermoso oficio, debería, antes de rodar y gastar diez millones de euros, mirarse en el espejo de Mulligan, Ford, Lang, Truffaut, Renoir o Cukor y cuestionarse si es honesto profanar estos nombres para recrear la banalidad. Porque si algo no es ni ha sido ni será el cine es una ocupación de cínicos.

Contaba Julián Marías, un hombre sabio, que Atenas se llenó de mendigos cuando el cinismo se puso de moda en Grecia. El más famoso de todos, Diógenes de Sinope, ese Sócrates delirante como le llamó Platón, recorría el país como un vagabundo, lanzando peroratas morales y cayendo con frecuencia en el charlatanismo. Eso sí, con un enorme éxito de público y crítica, a pesar de salpicar la ciudad con un pensamiento de cortos vuelos.

En realidad, se trata de un embaucador. Quiere hacernos creer que su obra es digna heredera del esperpento. Sin caer en la cuenta, o mintiendo a sabiendas, de que para adentrarse en el callejón del gato hace falta un talento inmenso.

Parece que la historia se repite una vez más. El cine español disfruta hoy de un digno heredero de ese Diógenes El extravagante. Y como aquel filósofo griego, este españolito dicharachero e ingenioso, recorre la sociedad con una gran linterna y la intención de iluminar sus miserias.

Cine de usar y tirar

En realidad, se trata de un embaucador. Quiere hacernos creer que su obra es digna heredera del esperpento. Sin caer en la cuenta, o mintiendo a sabiendas, de que para adentrarse en el callejón del gato hace falta un talento inmenso. Por eso y porque, en realidad, lo único que le importa es su cuenta corriente, su filmografía es basura en súper ocho: sin guión, sin historia y sin personajes.

Es verdad que si sólo fuera eso, un impostor, su vulgar visión de la sociedad resultaría inofensiva. Pero al bufón de corte le ha salido un séquito de adulares, y no son precisamente esos cientos, miles de espectadores que este fin de semana volverán a llenar las salas de proyección. Creadores, críticos y literatos se han rendido ante el estrépito de la caja registradora.

El cine español es un cine sin público y haría cualquier cosa por tenerlo. Se me ocurren cinco razones para elegir el camino del talento: Calle Mayor, Muerte de un ciclista, Berlanga, Fernán Gómez o El Cebo; pero parece que la industria y sus hacedores prefieren el dinero fácil y a un patán como garante de la ley y el desorden.

A los amantes del séptimo arte les da igual que los productores españoles sólo sepan fabricar películas de usar y tirar. Hace tiempo que decidieron mirar para otro lado, y el siglo XX está lleno de maravillosas historias en blanco y negro.

Pero no sé si la sociedad española puede permitirse el lujo de regocijarse con un policía corrupto y racista; o encadenarse eternamente a los amores y desamores de un puñado de adolescentes.

Nada de esto gratis. Uno comienza jaleando, o justificando, a individuos como este españolito dicharachero e ingenioso y termina, como el Cínico,  masturbándose en la plaza pública, orinando en los banquetes y escupiendo a la cara.

El resultado de todo esto, como decía Marías, es la mendicidad. Moral o intelectual. O las dos. El nivel de vida desciende, se pierde todo refinamiento, toda vinculación a la ciudad y a la cultura. Y, entonces, uno ya no sabe que es mejor: si dejarse agasajar con media docena de trajes de chaqueta de corte y confección o apuntarse por la puerta de atrás a cualquier lista de ERE.

*Marta Matute es periodista

Ayer murió Josefina Aldecoa, la escritora. Las crónicas evocan esta mañana  su figura, menuda y elegante, sentada junto a las flores que siempre perfumaban su coqueto despacho de El Viso, contemplando las fotos de sus alumnos y atendiendo personalmente a cada niño hasta que llegó el olvido. Y yo me pregunto si el mundo que Josefina Rodríguez, la maestra, mostró a sus discípulos a lo largo de medio siglo, un mundo lleno de poesía, epopeyas, música y color, no se habrá desvanecido.