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Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubacalba, de gris y azul, en estado puro. El primero no debatió como lo haría un aspirante a presidente del Gobierno

Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubacalba, de gris y azul, en estado puro. El primero no debatió como lo haría un aspirante a presidente del Gobierno de España y líder del país convencido de su victoria y el segundo sí lo hizo como un perdedor a 17 puntos de distancia del adversario según la encuesta de intención de voto oficial al que le lastra demasiado el pasado. Anoche vimos a un Rajoy a la defensiva, que sabía lo que se jugaba, y a un Rubalcaba echando toda la carne (podrida) en el asador porque se sentó a la mesa del moderador Campo Vidal a sabiendas de que nada tenía que perder y sí algo que ganar. Pero ¿y quién ganó al final?, que es la pregunta con que concluye todo debate. Podríamos responder como lo haría el aspirante gallego: a la vista de semejante espectáculo, no es de extrañar que la estima de los españoles por su clase política ande por los suelos.

Porque si convencer, conmover y persuadir deben ser las metas del candidato que se presta a esta confrontación de argumentos que es un debate, los que ayer vimos frente a frente en la señal que emitieron veinte cadenas en España no merecerían ni un aprobado raspado. ¿Por qué Mariano Rajoy, brillante opositor a registrador de la propiedad y experimentado político, es incapaz de hilvanar dos frases seguidas sin mirar a una cuartilla? ¿Elena Valenciano, la pepito grillo del candidato socialista, no le ha dicho a Pérez Rubalcaba que despreciar al adversario es un boomerang que se vuelve contra su lanzador? Bien lo aprendió Felipe González en 1993 frente a José María Aznar, pero parece que esa lección no ha calado en el PSOE. Una historia demasiado vieja aunque ahora precisamente Rubalcaba se apoye en el antiguo ex presidente sevillano para arrancar votos de donde sea.

Exactamente como ayer volvimos a ver en la teatralización política que se representó en el Palacio de Congresos de Madrid por 550.000 euros del ala y a 21 grados de temperatura. Para que no sudara nadie. Ni el moderador. El aspirante del PP, que empezó -leyendo, claro- su recuerdo hacia el sargento muerto en Afganistán, propuso desde el comienzo las ideas fuerza de su discurso: cambio, suma de todos, urgencia nacional. Rubalcaba no se anduvo por las ramas y fue directamente al cuerpo a cuerpo, eso sí, comedido en sus gestos, dejándose Rajoy arrebatar la iniciativa cuando el aspirante socialista le comenzó a interpelar para distraer el debate crucial. Si el químico de Solares llega a dar con el Bill Clinton con quien se batió el cobre Bush habría sido cazado con su "es la economía, estúpido", pero Rajoy está hecho de otra pasta. Y no sólo Rubalcaba siguió la estrategia de interpelar al otro para no darle tregua: también se autopreguntaba, ¿y quién mejor que él para conocer sus propias respuestas? Rajoy, que miraba a uno y otro lado, tardó en reaccionar a la estratagema.

Y eso que empezó con un buen golpe: "señor Rodríguez... Rubalcaba". Rajoy siempre habló al socialista apelando al "ustedes" para no dejarle escapar de su responsabilidad como parte del Gobierno de Zapatero y los cinco millones de parados y atacó con una batería de datos incontestables. Frente a eso, Rubalcaba desplegó sus habilidades para sembrar la duda, la incertidumbre y el miedo dando por hecho lo que él creía que haría el PP desde el Gobierno. El candidado ‘popular’, desbordado por las suposiciones de su contrincante, no dio sensación de fortaleza ante esta estretagia de guerrilla callejera. Faltón y descalificador, Rubalcaba no se paró ante nada y recibió desde el otro lado de la mesa el aldabonazo de "insidioso" en varias ocasiones. Credibilidad y confianza como ladrillos a la cabeza. Y ahí el debate se sumió en un pueril "y tú más" que ya no abandonaron en toda la noche. Un par de gráficos de manual, que exhibió el socialista, fue toda la parafernalia. Y con la aparición de la ETA en el fin de fiesta, que sirvió un hábil Pérez Rubalcaba, los adversarios se unieron en un éxtasis de felicidad. Veremos qué piensan de eso los votantes del PP. Porque aún no ha aprendido que lo importante no es lo que dices sino lo que la gente entiende. El aspirante del PSOE, sí.

Desde luego la seducción y la emoción, y más aún en una situación catastrófica como la actual, brillaron por su ausencia. Seducción y emoción como las que desplegó un joven y bronceado Kennedy cuando ganó a un Nixon verdecino y sudoroso en la emisión televisada de aquel primer debate histórico, que sin embargo no convenció en la radio. Pero hoy este quinto debate de nuestra democracia, que como alguien apuntó con tino en este foro más se parecía a un concurso de feos, no tiene paralelismos en esas ondas: se dilucida en las redes. Y ya hemos visto que no perdonan. 

*Virginia Ródenas es socia directora de Comunicación Valor Añadido y Experta en Estrategias de Comunicación y Dirección de Campañas Electorales

Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubacalba, de gris y azul, en estado puro. El primero no debatió como lo haría un aspirante a presidente del Gobierno de España y líder del país convencido de su victoria y el segundo sí lo hizo como un perdedor a 17 puntos de distancia del adversario según la encuesta de intención de voto oficial al que le lastra demasiado el pasado. Anoche vimos a un Rajoy a la defensiva, que sabía lo que se jugaba, y a un Rubalcaba echando toda la carne (podrida) en el asador porque se sentó a la mesa del moderador Campo Vidal a sabiendas de que nada tenía que perder y sí algo que ganar. Pero ¿y quién ganó al final?, que es la pregunta con que concluye todo debate. Podríamos responder como lo haría el aspirante gallego: a la vista de semejante espectáculo, no es de extrañar que la estima de los españoles por su clase política ande por los suelos.