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Un suicidio sentimental
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Un suicidio sentimental

El hombre es un ser sentimental: las vivencias generan emociones en la amígdala del cerebro, que luego filtra el sistema cognitivo del lóbulo frontal. Más o

El hombre es un ser sentimental: las vivencias generan emociones en la amígdala del cerebro, que luego filtra el sistema cognitivo del lóbulo frontal. Más o menos. Nos emocionamos con rapidez, pero también hacemos tabla rasa con rapidez por el bien de la especie: de ahí que cualquier tiempo pasado fuera mejor y que el presente, así de inmediato, nos abrume de sentimentalismo. A lo que vamos: ¡qué gran época de sentimentalismo es una época de crisis económica!

Es todo un bucle de retroalimentación: la crisis da pábulo al sentimiento, el sentimiento lleva al jolgorio multitudinario de las calles y el jolgorio multitudinario a la anulación sistemática de la responsabilidad

La razón no alivia mucho cuando se está ya sin soluciones, y la conciencia parece tranquilizarse cuando se adopta la desesperación y se regresa a unos instintos asombrosamente emocionantes. Basta fijarse, por ejemplo, en la compasión que provoca el suicidio de un jubilado griego, que dicen -la prensa lo dice, claro, tan jotera con la crisis– ha puesto al país entero en alarma social y ha desatado una ola (ooooooh) de indignación. El propio jubilado, que al parecer tenía deudas y cáncer, ha dejado escrita una carta de sumo sentimiento: la culpa de su disparo es del gobierno y, en general, de los políticos, a quienes los jóvenes deberían colgar. ¿Por qué los jóvenes? ¿Por pura cuestión de energías? No hay mayor sospecha de disfunción racional y quiebra civil que los viejos en connivencia con los jóvenes: aquel Hessel con su recua de marchosos campistas, todavía de verbena. Pero ahí está el jubilado con su cadáver, toda una estampita en bandeja para los simbolistas. Y el que venga detrás que arree.

Es todo un bucle de retroalimentación: la crisis da pábulo al sentimiento, el sentimiento lleva al jolgorio multitudinario de las calles y el jolgorio multitudinario a la anulación sistemática de la responsabilidad. Así se suicida cualquiera. En esta vida el pobre hombre había hecho lo que había podido, pero de su estado actual se ha guardado bien de asumir un gramo solo de autoría. Y no solo, sino que remata con adorno revolucionario, dignidad humana y así: no puede resignarse a ser pobre, a buscar comida en los contenedores, y menos ya a esas edades. No sé cómo puede haber quien lo soporte.

La huida de la responsabilidad a veces provoca una estampida hacia adelante, con pistola y todo. Aquí tenéis mi cadáver, malditos. Pero el lóbulo frontal ha eliminado aquellos sentimientos satisfechos de cuando te regalaban el dinero, de cuando te empeñabas en casas tras casas, coches, vacaciones. Aquello era dignidad. Y había pobreza, pero ajena siempre, de la que te hace salir a manifestarte contra la guerra, guerra no, con una quincena en la playa para el mes siguiente. Ahora el panorama ha cambiado un poco: la emoción, si no puede venir de atender a lo superfluo, tendrá que suscitarse con la juerga a palo seco, ese endiosamiento que da el saberse sin nada que perder. Los suicidios no son malos. Lo malo será cuando los tiros no se den en cráneo propio.

*Miguel Ángel Manjarrés es profesor de la Universidad de Valladolid

El hombre es un ser sentimental: las vivencias generan emociones en la amígdala del cerebro, que luego filtra el sistema cognitivo del lóbulo frontal. Más o menos. Nos emocionamos con rapidez, pero también hacemos tabla rasa con rapidez por el bien de la especie: de ahí que cualquier tiempo pasado fuera mejor y que el presente, así de inmediato, nos abrume de sentimentalismo. A lo que vamos: ¡qué gran época de sentimentalismo es una época de crisis económica!