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Digámoselo a los franceses

El “excepcionalismo” europeo, esa bienaventuranza asociada al legado de haber constituido la cuna de la civilización occidental, en ningún caso está mejor representado que en la

El “excepcionalismo” europeo, esa bienaventuranza asociada al legado de haber constituido la cuna de la civilización occidental, en ningún caso está mejor representado que en la vecina y queridísima Francia. Es en el plano político y económico, el descomunal peso del Estado en una economía moderna de mercado y una soberanía nacional hermética, donde Francia presenta la nota más disonante con el espíritu de resolución de la crisis Europea. Con Alemania agotando las posibilidades de un tratamiento enfocado en la contención de deuda y la competitividad por país- la ralentización económica ya llama a sus puertas-, la carga del testigo en la resolución de la crisis pasa a Francia y su papel clave en la definición de una nueva arquitectura europea que aspira en esencia a superar soberanías nacionales.

Esto de la crisis europea va mucho de garantizarse un lugar en un mundo globalizado al que, ahora, a través de los mercados, todos tienen acceso. El objetivo "merkeliano" de posicionar a Europa en  una globalización incipiente donde 3.000 millones  de nuevos actores económicos están dispuestos a trabajar muchísimo más y por muchísimo menos es muy legítimo. Todos los países de la periferia hemos realizado esfuerzos descomunales en reformas estructurales en favor de la competitividad y ajustes presupuestarios para contener la deuda. A cambio, se han establecido mecanismos contingentes para garantizarnos  la  financiación  (el programa OMT de compra de deuda del Banco Central Europeo y el Mecanismo Europeo de Estabilidad Financiera, MEDE), que nos dan tiempo para aspirar a restablecer el crecimiento y la creación de empleo. En paralelo, se han abierto negociaciones históricas para conseguir, a cierto plazo, uniones bancaria, fiscal y, en último término, política, en las que el ejercicio del gobierno económico sea lo suficientemente integrado como para legítimamente asumir la mutualización de deuda y riesgos y la emisión de eurobonos. El uno para todos, todos para uno.

La involucración de Francia en el primer frente de medidas ha sido tímida,  con  ajustes presupuestarios de cierto tinte populista, para conseguir una reducción del déficit público del 4,5% al  3% desde el 2012 al 2013, cargando el esfuerzo del ajuste en impuestos sobre las grandes empresas y fortunas, y algún rebalanceo de imposición al trabajo y al consumo. Pero reformas estructurales de calado sobre el tamaño del Estado y su imprecación en la economía, sobre el Estado de Bienestar, sobre el mercado laboral, nada de nada. Rien de rien

La capacidad de Francia de presentarse en forma y diligente a las negociaciones "estructurales", las importantes, las de arquitectura europea, que empezarán a tomar cuerpo en diciembre, es muy cuestionable.  Francia presenta el mayor peso del sector público sobre la economía de toda la Eurozona, un descomunal 56%, frente al 48% de media o el 42-43% de Alemania o España, debido sobre todo a un Estado del Bienestar ultra protector y en crasa disonancia con el signo de los tiempos. Cuestiones que no se arreglan con medidas presupuestarias de tipo cíclico.   

 
Igualmente sintomático es el hermético estado de su tejido corporativo en relación a Europa. En cualquier sector de relevancia aparece el Estado: EDF, France Telecom, Crédit Agricole, Suez-GDF, o Areva, son los ejemplos más evidentes. ¿Alguien recuerda alguna operación corporativa transfronteriza relevante en Francia? Mientras España y Gran Bretaña, y en bastante menor medida, Alemania e Italia, han abierto sus mercados a operaciones corporativas, Francia sigue, ahí también, en su torre de marfil.

Y a pesar de todo, en el mercado de deuda soberana,  Francia se financia a los tipos más bajos de su historia,  con una curva de tipos de interés -una estructura de costes de financiación a distintos plazos- muy pegadita a la Alemania (30 puntos básicos en el bono a 3 años  y 60 puntos en el de 10 años). La principal razón es que, en la estructura del euro, por tamaño y riqueza, Francia es el socio vital para Alemania. Sin esa alianza, sencillamente no hay euro. Constituyen el sistema cardiovascular de la UE

Es pues, a pesar de esas disonancias agudas  en peso del Estado y tendencias en competitividad,  altamente improbable  que el mercado cargue contra Francia de una forma significativa,  si no se hacen autenticas tonterías y no las están haciendo. El mercado ha puesto en cuestión la sostenibilidad del euro por deficiencias en su arquitectura (a la hora de reequilibrar esas diferencias de competitividad, posiciones por cuenta corriente y de ahorro/deuda)  desde los extremos. Y en esa polarización, Francia es el socio más inmediato a Alemania.

Todo ello pone inequívocamente la tensión  de  la  gestión de la crisis más en el plano político y en manos de los mayores socios, Francia y Alemania, y menos en los mercados  y la periferia. Al haberse establecido un procedimiento ex-ante contingente para lidiar con las tensiones periféricas,  con el OMT del BCE y el MEDE, el conjunto de la UE, de facto, se subroga en las mismas y el resorte clave de presión hacia la unión pasa al plano político donde se discute la potencial "condicionalidad" o se delimitan diferencias en el modelo de arquitectura del euro que se pretende.

Es ese tet-a-tet el que va a condicionar directamente la proclividad de Alemania a ceder efectivamente su balance nacional para el destino irremediable de una Unión Europea, fiscal, bancaria y la consiguiente mutualización de deuda, toda vez que España, Italia y otros periféricos han completado, en su mayor parte, en lo que da de sí el ciclo y probablemente la sociedad,  ajustes y reformas.

En ese desentendimiento estructural con Francia, unos tan soberanistas, otros tan federalistas, no es extraño que Alemania haya dilatado la ejecución de la unión bancaria, una unión de transferencias por la puerta de atrás, y hayan sugerido la posibilidad de un supercomisario europeo para los presupuestos. Es una primera invitación. Cualquier otro planteamiento más agresivo corre el riesgo de soliviantar a su mayor socio comunitario y levantar suspicacias históricas de querer una Europa germanizada.   

Le toca mover ficha a Francia ahí donde históricamente ha estado más reticente: abrazando el espíritu de la globalización y abriendo el melón de su soberanía, hermética, "excepcionalista" y, en el fondo, tremendamente reaccionaria al devenir de los tiempos. Mariano Rajoy y Mario Monti, en la búsqueda de una mayor  equidad en la distribución de esfuerzos y en garantizarse una activación del Banco Central Europeo, con una condicionalidad asumible, debieran tomar cierta iniciativa política para concitar a Francia a implicarse incuestionable  e irreversiblemente en el diálogo con Alemania. El desplante de François Hollande hablando de la posición alemana con subterfugios a toda la prensa europea en los albores del último Consejo de Estado  sugieren cual es el punto de partida… todavía muy distante.  Veremos en el Consejo Europeo  de Diciembre.

La línea decisoria, el nudo gordiano en ese puzle institucional que es la UE en búsqueda de un destino, está en Francia. En ella recae gran parte de la responsabilidad de seguir llevando el proceso a buen puerto. Alemania, Angela  Merkel, con su invitación expresa a elaborar instancias de control presupuestario a nivel europeo,  ha ofrecido su balance, su mejor posición competitiva, su mejor hacer económico, su estandar de rigor legal, más aún, su símbolo identitario por excelencia, la política monetaria ortodoxa (la inspiración del BCE en el Bundesbank histórico), a todo el proceso de unión. 

El “excepcionalismo” europeo, esa bienaventuranza asociada al legado de haber constituido la cuna de la civilización occidental, en ningún caso está mejor representado que en la vecina y queridísima Francia. Es en el plano político y económico, el descomunal peso del Estado en una economía moderna de mercado y una soberanía nacional hermética, donde Francia presenta la nota más disonante con el espíritu de resolución de la crisis Europea. Con Alemania agotando las posibilidades de un tratamiento enfocado en la contención de deuda y la competitividad por país- la ralentización económica ya llama a sus puertas-, la carga del testigo en la resolución de la crisis pasa a Francia y su papel clave en la definición de una nueva arquitectura europea que aspira en esencia a superar soberanías nacionales.