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'MOOCS': rupturismo educativo, tecnología coparticipativa y marketing universitario
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'MOOCS': rupturismo educativo, tecnología coparticipativa y marketing universitario

Como escribimos hace algunos días en este mismo diario, en una columna de opinión centrada mayormente en las estrategias de crecimiento y desarrollo internacional de universidades

Como escribimos hace algunos días en este mismo diario, en una columna de opinión centrada mayormente en las estrategias de crecimiento y desarrollo internacional de universidades en el sudeste asiático y Oriente Medio, el “movimiento virtual” en el campo de la educación superior ha captado en las últimas semanas el interés informativo y editorial de publicaciones como el New York Times, Financial Times y The Economist (por este mismo orden). Este motivo de actualidad periodística, junto a otro de mayor calado aún sin resolver, como el hecho de que las universidades siguen en el mejor de los casos aferradas en su misión y organización a la más moderna de sus concepciones, la cual data de principios del siglo XIX (a cargo del célebre intelectual y estadista alemán, Wilhelm von Humboldt), nos lleva a analizar el siguiente fenómeno en busca de posibles cambios estructurales. 

Los MOOCS (Massive Open Online Courses) parecen no estar dejando indiferente fuera de España a casi ningún alto dirigente político, ejecutor universitario, empresario tecnológico e inversor en el campo de la educación superior. Nos referimos no sólo a futuristas cursos especializados muy extendidos, sino a programas completos de grado y postgrado universitario que empiezan a ofrecer también, desde Estados Unidos, algunas instituciones académicas centenarias a través de este medio virtual.

Para evitar confusiones y oportunismos de última hora, los MOOCS no son sinónimo de compra de un gran número de ordenadores personales a repartir entre los alumnos, ni de instalar fibra óptica y pantallas inteligentes en las aulas, ni tampoco de contratar a más profesores de informática ni mucho menos de subir a un repositorio estático todos los planes de asignatura y materiales documentales en formato digital, gracias a herramientas como Moodle y Blackboard.

Los MOOCS son más bien algo así como plataformas multimedia de conocimiento útil o portales web de contenido formativo aplicado, agregado por temáticas (más de ciencias que de humanidades, por el momento). Los MOOCS integran bajo un escaparate ciertamente atractivo, manejable y compacto una multitud de herramientas pedagógicas espléndidamente interconectadas; grabaciones de imagen, narraciones de voz, tests, casos de estudio, experimentos de laboratorio, guías de autoevaluación, comunidades de estudiantes, chats, animaciones visuales, notas técnicas para el instructor y múltiples recursos infográficos para el perfeccionamiento asimilativo. La interpretación del sueño ideal de los MOOCS sería la aproximación a la experiencia educativa terrenal de un estudiante en un magnífico campus y centro universitario, girando todo el proceso de aprendizaje y vivencias en torno a él, y facilitándole para ello todo tipo de artilugios pedagógicos y recursos humanos. 

Las entidades inventoras de los MOOCS son generalmente empresas tecnológicas que cuentan como proveedores de conocimiento con “universidades físicas” o bien estas mismas, de forma independiente o asociadas con otras de su mismo segmento (incluso rivales, en el “mercado físico”) crean y operan conjuntamente por medio de una empresa tecnológica sucedánea. El número de alumnos inscritos en determinadas asignaturas de estos nuevos “educadores rupturistas” ha sido de 40.000 en un único curso de sociología (Princeton University); de 160.000 con 190 nacionalidades distintas en uno de inteligencia artificial (Udacity) y de un total de 2 millones en el portfolio completo de Coursera. Esta última surge de un embrión (catalogable como spin-off) de Stanford University (EEUU) y del liderazgo personal de un profesor de dicha institución, al igual que Marginal Revolution University lo hace de George Mason University (EEUU). 

Como curiosidad en cuanto a nacionalidades, en algunos MOOCS como Edx, fruto de una simbiosis regional (en el mismo estado de Massachusetts) entre competidores de élite, Harvard University (EEUU) y el MIT (EEUU), determinados cursos de Física poseen un número muy significativo de alumnos procedentes de España. Lo que ignoramos por el momento es si están “ahí” porque “en su casa” (la universidad de origen) no reciben lo que precisan. Apuntamos otra de las cifras y puntos que sorprenderían a aquellos políticos, legisladores, acreditadores, rectores y empresarios que se aferran a la creencia de que la educación superior (ya sea universidad física o virtual) no puede ni sabe evolucionar, no asume transformaciones funcionales y no atrae por sí misma grandes inversiones privadas al vertebrar su ideario al margen del interés general; algunos MOOCS han logrado captar individualmente una media de 20 millones de dólares de fondos de capital-riesgo, dinero de empresas como Google y de filántropos como Bill & Melinda Gates Foundation, así como el aval de organismos multilaterales como Naciones Unidas, como en el caso concreto de University of the People.

En el camino, hay universidades públicas como University of California-Irvine (EEUU) que han optado por convertirse en una futura industria auxiliar para los MOOCS vía la empresa ALEKS. Esta se ha centrado en el desarrollo de software tutorial de apoyo (asistencia computacional) a alumnos de secundaria dentro del área matemática. Por su parte, Carnegie Mellon University (EEUU) mantiene ligadas a esta misma tecnología a unos 600.000 alumnos repartidos por 3.000 centros, en su país de origen. Su herramienta, llamada Carnegie Learning fue vendida hace unos meses por unos 95 millones de dólares a Apollo Group, holding educativo propietario, entre otros, de la gigante University of Phoenix (EE.UU).

El filón transaccional (alquiler y venta de datos y licencias) vendrá precedido de un desarrollo tecnológico que sea capaz de obtener, almacenar y cuantificar estadísticamente todo el comportamiento y rendimiento de cualquier alumno desde su primer día de clase virtual hasta recibir su diploma o títuloComo elemento aún por aclararse hacia fuera y definirse por dentro nos encontramos con el propio modelo de negocio de los MOOCS. Algunas plataformas son enteramente gratuitas para quienes acceden a ellas como único vehículo educativo (al no tener recursos económicos para permitirse nada más) como los que facilita en abierto la Khan Academy a 5 millones de alumnos-usuarios en todo el mundo, entre los que se encuentran unos 10.000 alumnos-profesores (profesionales y padres aficionados). Otras cobran unas tasas de matrícula bajas o muy bajas para los estándares europeos de universidad pública, lo cual ha llevado a algunos contables a preguntarse por la rentabilidad de los MOOCS si se les retirara el alimento financiero de las “grandes marcas”. De momento, hay quienes miran a determinadas industrias y sectores de actividad como el periodismo para establecer paralelismos y predicciones entre estas plataformas y las nuevas fuentes de ingresos de la información y opinión, a cargo de determinadas cabeceras digitales de alta respetabilidad y ventas internacionales.

A su vez, existen otros datos inquietantes por aclararse para no rendirse uno todavía ante los MOOCS como alternativa universitaria (no tanto para que sigan como complementos o combinaciones indispensables) frente a los campus de “carne y hueso”. Por ejemplo, el porcentaje de abandono de alumnos antes de la realización del primer examen es de un 80% en algunos cursos. En línea similar, resulta muy difícil manejarse como instructor en términos de dinámica docente, de rigor académico e incluso de adornamiento con ejemplos entendibles, teniendo a alumnos con muy distinto nivel idiomático, cultural, motivacional, profesional y situacional (y democrático inclusive). La heterogeneidad de perfiles puede llevar con cierta facilidad a tener en una misma clase (supongamos, en una asignatura llamada “Primera Enmienda y Libertad de Expresión”) a un alumno de 16 años de nivel equivalente a bachillerato y sin ingresos, residente en Teherán, y a un jubilado multimillonario doctor en medicina de 80 años, residente en Londres. Esto, aun siendo muy estimulante como vivencia globalizadora para la clase, puede resultar incontrolable en términos didácticos para el profesor-instructor en Historia Contemporánea de 30 años, originario de Manila y residente en Washington.

Bien es cierto que parte del carácter innovador, informal y atrevido de los MOOCS viene de la mano de su filosofía coparticipativa, en la que las ideas, reflexiones y puntos de vista de cada cual son igualmente válidos y respetados, contribuyendo así al enriquecimiento del ambiente mixto de entretenimiento y conocimiento en el que se desenvuelve la clase. Este hecho puede llegar a plantear criterios de evaluación de exámenes “entre iguales” por parte de los propios alumnos (sin intervención de los instructores) para determinados cursos o lecciones/unidades. No llama tanto la atención este espíritu libertario e innovador si uno lee a determinados pensadores, provocadores de la socialización digital de nuestros días como Clay Shirky y Peter Suber. Pero, con ello, es irremediable recordar la revolución que supusieron en su día las redes P2P (Peer2Peer) para el intercambio gratuito de música y cine, a pesar del triste final empresarial de algunos de sus “jugadores”.

Los MOOCS, aun siendo actualmente más complementos que sustitutivos de la enseñanza convencional, podrían convertirse en el medio plazo en un factor desestabilizador para la representatividad y rentabilidad de las universidades de mentalidad decimonónica (por no referirnos a las medievales). Entre estas posibles víctimas se encontrarían igualmente las clásicas de educación a distancia o por correspondencia, de hace casi un siglo (década de 1920) en países como EEUU y que ahora en el Reino Unido han tomado conciencia de esta imperativa readaptación tecnológica (por ejemplo, la propia Open University). 

En clave futura, la formación, entrenamiento y educación superior que suministran los MOOCS guardan como uno de sus activos capitales empresariales (el social es llegar gratis como bien común a tantas personas sin recursos) las bases de datos de alumnos, según se logren estas explotar y monetizar dentro siempre de los márgenes de la ley. Más concretamente, el filón transaccional (alquiler y venta de datos y licencias) vendrá precedido de un desarrollo tecnológico que sea capaz de obtener, almacenar y cuantificar estadísticamente todo el comportamiento y rendimiento de cualquier alumno desde su primer día de clase virtual hasta recibir su diploma o título. Algunos de estos resultados están propagados parcialmente por la fiebre actual favorable al big data; minería avanzada de datos para una mejor segmentación, personalización, combinación, interpretación y conversión en información. Todo pasará a estar sujeto a la lupa mercadotécnica: los contenidos curriculares y las tareas del instructor en función de los ritmos, inercias, dudas, peticiones, quejas y conductas del alumno frente a las lecciones, los ejercicios, las notas, los comentarios entre compañeros y todo aquello a lo que se enfrente dentro de los MOOCS.

Finalmente, añadiré tres puntos de partida sobre los que reflexionar y actuar para quien le toque hacerlo al máximo nivel en materia universitaria y laboral en España. Uno, considerar los MOOCS como una alternativa a muy bajo coste de recapitalización intelectual y de mejora de habilidades interpersonales para desempleados con titulación universitaria. Dos, buscar desde la universidad en los MOOCS un aliciente estratégico y salida competitiva para aquellas instituciones con talento bien definido, pero con planteamientos de carreras académicas, localización geográfica y presupuestos públicos injustificables o débiles de defender en tiempos de crisis económica, de contención de gasto y de replanteamiento del sistema universitario. Tres, ser justos en la valoración retributiva del esfuerzo y readaptación en la nueva faceta del profesor-instructor en los MOOCS, más como creador, guionista, actor, instructor e incluso comercial que como erudito de clase magistral con manual propio o ajeno en un aula presencial. 

En el ínterin, ojalá que no caigamos en las paralizantes visiones de considerar que la ciencia sólo se conserva en las revistas académicas de papel; la investigación sólo es posible en los centros oficiales; la diseminación intelectual requiere de una licencia ministerial; los catedráticos en su faceta de docentes no deben caer presos de las exigencias pedagógicas que exige el entorno digital; la lógica en la exposición de contenidos multimedia conduce a un bloqueo intelectual por parte del alumno; el rendimiento en clase no es medible si no es presencial o cualquier otra latiguillo dogmático u ocurrencia inservible y desfasada en cuanto a la “realidad palpable” que ya supone la “MOOCS Academy”.

*Samuel Martín-Barbero es decano asociado en IE Business School y miembro del Knowledge Advisory Group del World Economic Forum (WEF)

Como escribimos hace algunos días en este mismo diario, en una columna de opinión centrada mayormente en las estrategias de crecimiento y desarrollo internacional de universidades en el sudeste asiático y Oriente Medio, el “movimiento virtual” en el campo de la educación superior ha captado en las últimas semanas el interés informativo y editorial de publicaciones como el New York Times, Financial Times y The Economist (por este mismo orden). Este motivo de actualidad periodística, junto a otro de mayor calado aún sin resolver, como el hecho de que las universidades siguen en el mejor de los casos aferradas en su misión y organización a la más moderna de sus concepciones, la cual data de principios del siglo XIX (a cargo del célebre intelectual y estadista alemán, Wilhelm von Humboldt), nos lleva a analizar el siguiente fenómeno en busca de posibles cambios estructurales.