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La continuación de la Historia
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La continuación de la Historia

Cuando en el año 1991 la Unión Soviética se desintegró, el mundo atestiguó el final de la titánica pugna por la supremacía entre dos modelos políticos

Cuando en el año 1991 la Unión Soviética se desintegró, el mundo atestiguó el final de la titánica pugna por la supremacía entre dos modelos políticos antagónicos: el sistema occidental y el totalitarismo soviético. El desmoronamiento irreversible del bloque comunista sugería la superioridad del modelo occidental, o así quisimos creerlo en la euforia de aquellos años.

El impacto de aquel acontecimiento fue tan extraordinario que algunos consideraron que este sistema era la culminación de la evolución política y social y, por tanto, el “fin de la Historia”, y prescribieron sentarse a mirar cómo el mundo se democratizaba por sí mismo. Hoy en día, la evidente competencia a la que se ve sometido el sistema occidental cuestiona que sea un destino teleológico en la historia.

En este trabajo partimos de la tesis de que el colapso del comunismo soviético no se debió a una superioridad político-social de la democracia, sino a la fortaleza relativa del sistema económico que acompaña a esta, de modo que lo que ha ocurrido no es la implantación mundial del sistema político occidental, sino la globalización del capitalismo. De esta manera, la democracia liberal no se ha propagado como se preveía, sino que el capitalismo se ha instalado en diferentes sistemas políticos, algunos distintos a la democracia liberal: desde el totalitarismo chino hasta la pseudodemocracia de los países del Cáucaso, pasando por las democracias islámicas del Golfo Pérsico, por poner algunos ejemplos.

Así pues, podemos asegurar que la contradicción dialéctica que impulsa el progreso sociopolítico, el thymos hegeliano utilizado por Fukuyama, no ha desaparecido a causa de la receta occidental, pues uno de sus pilares fundamentales se ha perdido por el camino: la relación de íntima equivalencia entre libertad política y libre mercado.

El sistema político que produzca un mayor rendimiento económico en un contexto de libre mercado global proporcionará una ventaja comparativa y se convertirá en característica dominante y próximo destino teleológico de la Historia

Por tanto, el sistema político que produzca un mayor rendimiento económico en un contexto de libre mercado global proporcionará una ventaja comparativa y se convertirá en característica dominante y próximo destino teleológico de la Historia.

Consecuentemente, la cuestión que se dirime en la nueva era que se abre ante nosotros es: ¿qué sistema político maximiza la competitividad de una economía capitalista en las condiciones actuales?, y por tanto, ¿qué sistema tiene más visos de convertirse en el ganador de la carrera por la supremacía?

Por una parte, el sistema occidental tiende hacia la desregulación de los mercados para favorecer la actividad del poder económico reduciendo el poder político a su mínima expresión, o lo que es lo mismo, el individuo se supedita al poder político y este último al poder económico, mientras que otros sistemas, que podríamos considerar antagónicos, defienden diferentes grados de intervencionismo estatal (compatibles con el libre mercado) con el fin de subyugar al individuo y al poder económico al poder político, mediante el control del capital financiero, la manipulación de los mercados y la explotación de la mano de obra disponible.

Podemos asegurar que el fallo de la hipótesis de Fukuyama significa el surgimiento de regiones económicas como fuentes de poder internacional que compiten entre sí en los términos que hemos especificado más arriba, es decir, el fallo implica la teoría del “choque de civilizaciones” de Huntington y el comienzo de una era multipolar en las relaciones internacionales.

No obstante, el paradigma de Hungtington es sólo parcialmente correcto, pues no describe las interrelaciones transversales y transregionales que se están produciendo entre individuos como consecuencia del desarrollo de las comunicaciones y el acercamiento cultural, entre otros factores, lo que era imposible anticipar en la década de los 90, ni tampoco explica la creciente demanda de libertades sociales a escala global. En términos políticos esto significa que la era multipolar que se avecina es sólo transitoria mientras se restablece la verdadera contradicción dialéctica que mueve la historia.

El resultado final de nuestro trabajo es que este motor dialéctico no es una contradicción dual (sistema tesis-antítesis) entre el poder político y el poder económico que caracterizará la era multipolar, sino entre el individuo y el poder. Tanto si el poder económico inocula al poder político como si la relación se produce inversamente, la acumulación desmesurada de poder conspira contra la búsqueda incesante de libertad, igualdad y fraternidad, ya sea política o económica o, tal como lo describió Thomas Jefferson, contra el principio de que “todos los hombres son creados iguales, todos han sido dotados por el Creador con ciertos Derechos inalienables entre los cuales se encuentran la vida, la libertad y la persecución de la felicidad”.

En tal caso, una vez se complete esta fase multipolar relacionada con la expansión del libre mercado, se volverá de nuevo a la cuestión esencial que define el equilibrio entre autoridad y libertad iniciada con la instauración de las ideas democráticas modernas durante las revoluciones americana y francesa: la separación de poderes.

La crisis dialéctica que marcará realmente una nueva era será la separación entre el poder político y el poder económico, el interés público y el privado, la supremacía de la libertad del individuo sobre la autoridad derivada del poder económico o el político tanto en el seno del sistema occidental o en el de los totalitarismos del libre mercado, dadas las tendencias convergentes de todos estos sistemas hacia la sumisión del individuo al poder.

*Pedro D. Chavero y Marcos Díaz Ariza, analistas de la realidad más actual, son los responsables del blog: escueladiplomatica.com

Cuando en el año 1991 la Unión Soviética se desintegró, el mundo atestiguó el final de la titánica pugna por la supremacía entre dos modelos políticos antagónicos: el sistema occidental y el totalitarismo soviético. El desmoronamiento irreversible del bloque comunista sugería la superioridad del modelo occidental, o así quisimos creerlo en la euforia de aquellos años.

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