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L´estaca nacionalista
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L´estaca nacionalista

Lluis Llach se preguntaba a finales de los años sesenta “Siset: ¿No ves la estaca a la que estamos todos atados?”. El cantautor veía como el franquismo

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Lluis Llach se preguntaba a finales de los años sesenta “Siset: ¿No ves la estacaa la que estamos todos atados?”. El cantautor veía como el franquismo y su obsesión totalitaria denominado “nacionalcatolicismo” había permeado tanto en la sociedad que había llegado a anestesiar a la ciudadanía, había cercenado la capacidad crítica de un individuo acosado por el adoctrinamiento y condenado a adaptarse a un econosistema que había institucionalizado los valores del “Movimiento”.

Hoy día parece que la ceguera se ha impuesto en gran parte de la sociedad catalana, acostumbrada al bombardeo constante de los principios del Dogma de la “construcción nacional, a la deslegitimación del marco jurídico democrático y del Estado, a un extensivo plan de ingeniería social intensificado durante la última década (aprovechando la descomposición social y la desafección política provocada de la Gran Recesión).

Los catalanes estamos atados a una estaca invisible pero palpable para todo aquél que tenga interés en mirar más allá de la propaganda, más allá de la cortina de humo mediática, más allá de la doctrina, esta estaca totalitaria se esconde tras una ficción de pluralidad política. Ficción porque todo aquél que no comulga con el Sistema es condenado a la calumnia, al ostracismo y a la muerte social.

El aparato de condicionamiento social (y político) es denso, está dotado y sustentado gracias a ingentes cantidades de dinero público y a la más que remarcable inacción de los poderes del Estado. Ya no solo hablamos del oneroso sistema mediático que cubre una gran parte del espectro sociológico y que machaconamente desdibuja la realidad política, crea una agresiva alteridad llamada España y trata de inocular un nacionalismo esencialista y excluyente, una hispanofobia que ridiculiza a los castellanoparlantes e institucionaliza una diglosia, que arrincona y desprestigia todo lo que suene a “español”.

La estaca también se traduce en el sistema educativo, ya que tras la llamada ‘inmersión lingüística’ se esconde un programa de adoctrinamiento con el que socializar los dogmas nacionalistas para que nuestros hijos interioricen una cosmovisión basada en el relativismo lingüístico y una adscripción identitaria obligatoria, a un uniformizado comportamiento social, a un disciplinado encuadramiento en una politizada estratificación social determinada en función de la proximidad de las Verdades Nacionales. Una inercia social que hace irresistible seguir al rebaño, una (supuesta) unanimidad que corrompe la ya de por sí debilitada salud de nuestra democracia.

Pero no todo es doctrina y dogma de fe culturalista, no todo es institucionalizar unos valores ético-morales de obligado cumplimiento, también se ha creado un sistema de incentivos económicos y un abanico de oportunidades y prebendas para todo aquél que hace acto público de defensa de la Causa, sistema directamente proporcional al que desincentiva la disensión, que obliga a una adaptación socioeconómica para no quedar apartado de la competencia y que puede abortar carreras profesionales. Claro está que el objetivo no solo son personalidades relevantes, sobre todo está en lograr una ciudadanía dispuesta a condicionar la socialización primaria de sus descendientes y una resocialización ¿voluntaria? de sí mismos. Es solo cuestión de supervivencia y expectativas económicas.

Y aquí entramos en lo que los partidarios de la secesión creen que es la última etapa de su misión redentora, la intromisión en la “sagrada esfera privada del individuo”, pisoteando las libertades negativas que defienden nuestra individualidad y sustentan la calidad y la perfectibilidad de la democracia (ya que permiten la auténtica pluralidad que parte del individuo). Resulta que desde una asociación que se arroga la representatividad de todos los catalanes (la ANC), de todo “el pueblo catalán” (concepto que trata de diluir al individuo en una masa ideológica e identitariamente unívoca), ha decidido pedir 100.000 voluntarios para que vayan casa por casa para convencer a los “indecisos” y para “reforzar” la voluntad de los que ya están convencidos

Estamos ante una intromisión en nuestra intimidad. Parece que ya no se conforman con la deformación propagandística de los medios de comunicación públicos y subvencionados al servicio de la Causa, ahora parece que quieren tener claro quién está y quién no a favor de la secesión y la ruptura. Parece que la tensión sobre la que se sustenta el procés está sacando su verdadera cara, aquella que gradúa entre buenos y malos catalanes, aquella que llega a segmentar dependiendo el grado “pureza” de los que defienden la independencia

Esta presión social llegará a nuestras puertas (con la connivencia y, quizás colaboración, de los poderes públicos catalanes) y ello me hace rememorar los versos de otro cantautor catalán, Joan Manel Serra, que decía “Què volen aquesta gent que truquen de matinada?”

Lluis Llach se preguntaba a finales de los años sesenta “Siset: ¿No ves la estacaa la que estamos todos atados?”. El cantautor veía como el franquismo y su obsesión totalitaria denominado “nacionalcatolicismo” había permeado tanto en la sociedad que había llegado a anestesiar a la ciudadanía, había cercenado la capacidad crítica de un individuo acosado por el adoctrinamiento y condenado a adaptarse a un econosistema que había institucionalizado los valores del “Movimiento”.

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