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Calidad democrática y calidad del gobierno
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Calidad democrática y calidad del gobierno

Mejorar la democracia y el gobierno es un desafío al que debemos responder desde la raíz: el ser humano debe ser el principio y el fin de la acción de los poderes públicos y privados

Foto: El Congreso de los Diputados aprueba la Constitución Española, en octubre de 1978. (Efe)
El Congreso de los Diputados aprueba la Constitución Española, en octubre de 1978. (Efe)

Una polémica que suele presentarse en el estudio de las relaciones entre Gobierno y Democracia se refiere a si la calidad de vida de la población es proporcional a la calidad del ejercicio del Gobierno y a la calidad de la Democracia. En relación a esta cuestión tan relevante encontramos sustancialmente tres posiciones que me parece que tienen interés para enfocar algunos problemas derivados de la recesión democrática de este tiempo y de la crisis económica y financiera que vivimos, así como sus proyecciones sobre el empeoramiento de las condiciones de vida, materiales e inmateriales, de las personas. Se trata de diferentes maneras de afrontar una cuestión que, a mi juicio, debe partir inexorablemente de la centralidad de la dignidad del ser humano y de sus derechos fundamentales. En efecto, en una democraciael Gobierno ha de basar sus políticas públicas, desde el respeto y promoción de las libertades solidarias, hacia la mejora continua e integral de las condiciones de vida de los ciudadanos. Algo que, en general, en el mundo que habitamos, hoy brilla por su ausencia.

Por un lado están las tesis de Bo Rothstein, director del Instituto para la calidad de los Gobiernos de la Universidad de Gotemburgo, por otro lado nos encontramos con las posiciones del premio Nobel Amartya Sen y, en tercer lugar, tenemos el último libro del Francis Fukuyama, politólogo norteamericano famoso por su tesis del fin de la Historia y la decadencia política. Los tres pensadores plantean diferentes argumentos, todos ellos relevantes, en orden a la mejor comprensión del problema sobre la relación entre la calidad democrática y la calidad del ejercicio del gobierno. Un problema que debe partir de la base, del solar, del humus, de los principios de la separación de los poderes, del reconocimiento de los derechos fundamentales de la persona y del control pleno de las actuaciones de los distintos Poderes Públicos. Es decir, sin Estado de Derecho ni hay Democracia ni puede haber calidad en la acción del Gobierno. Veamos.

En una democracia el Gobierno ha de basar sus políticas públicas hacia la mejora continua e integral de las condiciones de vida de los ciudadanos

Para el economista indio Amartya Sen las hambrunas se producen en sistemas políticos sin libertades. Sostiene el premio Nobel en Economía que una democracia con libertades reales facilita la mejora de las condiciones de vida de la población. Por eso, primero, una sociedad de personas libres y, a renglón seguido, los males materiales que aquejan a las poblaciones menguarán en la medida en que las personas disfruten de mayores cotas de libertad. En efecto, para Sen las hambrunas no se deben a la falta de producción de alimentos o a las catástrofes naturales, sino a fallas en las estructuras sociales -falta de democracia o de libertad de prensa- que impiden el control político de la ciudadanía sobre los Gobiernos. Según Sen, el hambre no ha afligido nunca a ningún país que sea independiente, que convoque elecciones con regularidad, que tenga partidos de oposición y que permita que los periódicos informen libremente.

Si no hay elecciones ni espacio para la crítica, las autoridades no sufren las consecuencias políticas de su fracaso en la prevención de hambrunas. Y, sobre todo, porque cuando se conocen a tiempo los primeros síntomas de estas crisis alimentarias se puede reaccionar con diligencia. Un caso paradigmático lo encontramos en China en la hambruna de los años 60 del siglo pasado, donde fallecieron 29 millones de personas. Como ahora sabemos, la falta de libertad de prensa confundió al Gobierno comunista del gigante asiático, preso de la propaganda y de los informes de las autoridades dóciles y sumisas. En efecto, existen datos que demuestran que cuando la hambruna llegó a su cénit, las autoridades chinas creían que tenían 100 millones de toneladas más de cereales de las que tenían en realidad. Por eso, una democracia de calidad es aquella en la que se puede conocer la realidad porque hay separación cierta de los poderes, porque no existen ámbitos exentos o al margen del control y porque los derechos humanos se preservan y protegen como piedras angulares del sistema político.

Según Sen, el hambre no ha afligido nunca a ningún país que sea independiente, que convoque elecciones con regularidad, que tenga partidos de oposición

El profesor alemán Bo Rothstein, por su parte, señala -así lo confirma en sus escritos e intervenciones- que el bienestar de la población no depende tanto de la Democracia como de la calidad del Gobierno. Para Rothstein, la calidad de la salud, de la educación, la esperanza de vida, la mortalidad infantil y otros parámetros de bienestar material dependen de la calidad del Gobierno. De la calidad de la Democracia, dice, dependen los valores del pluralismo, los niveles de corrupción, la igualdad entre hombres o mujeres, el respeto a las minorías o la igualdad de condiciones para el acceso a determinados servicios generales, el llamado bienestar inmaterial. Según su tesis, podríamos concluir -quien escribe no lo comparte- que es posible que Gobiernos fuertes, autoritarios y paternalistas puedan alcanzar, sin libertades ciudadanas ni participación social, a partir del ordeno y mando, una mejora de los indicadores materiales de la vida de la población.

Sin embargo, los indicadores inmateriales, los que hacen a la dimensión espiritual de la persona, a la libertad de expresión, la libertad de pensamiento, libertad educativa y libertad de circulación podrían reducirse notablemente incluso hasta su práctica desaparición. Por eso, la clave de la cuestión está en que los Gobiernos en las democracias promuevan los valores de este sistema político en orden a la mejora de las condiciones integrales de vida de los ciudadanos. Democracia y Gobierno deben estar unidos, son realidades complementarias. La Democracia es la base sobre la que debe trabajar el Gobierno. Cuando se separan o desligan aparecen las tentaciones autoritarias, los personalismos, el ejercicio destemplado e inmoderado del poder. Y, por tanto, la calidad de los derechos y libertades se reduce considerablemente. El bienestar en sentido amplio incluye el material e inmaterial. Un bienestar material sin libertades no es realmente bienestar. Hablar de bienestar material, por un lado, y valores democráticos por otro, no tiene mucho sentido en un Estado que se define social y democrático de Derecho. El bienestar material y el inmaterial no son inescindibles, están inseparablemente unidos. Al menos desde postulados esencial y materialmente democráticos.

Una democracia de calidad es aquella en la que se puede conocer la realidad porque hay separación cierta de los poderes

El conocido politólogo norteamericano Francis Fukuyama, profesor de la Universidad de Princeton, acaba de publicar un interesante libro sobre el orden político y la decadencia política en el que plantea que las causas de la recesión democrática que aqueja al sistema estadounidense, y por extensión a muchos sistemas democráticos occidentales, se encuentran en el anquilosamiento de las instituciones y en la privatización sistemática del interés general.

Por otra parte, Fukuyama parte de que la culpa de la recesión democrática que se vive en muchos regímenes políticos actuales tiene mucho que ver con la falta de interés del común de los ciudadanos por el interés general. En parte, debido a la instalación de ese consumismo insolidario inoculado por las terminales tecnoestruturales financieras, mediáticas y políticas que, a través de la privatización del interés general, está desnaturalizando el concepto de Democracia expresado por Lincoln: gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. En efecto, el fenómeno de la vetocracia, que Fukuyama explica en su libro, refiere a ese peligroso y sinuoso proceso de captura y apropiación del interés general a manos de los grupos de presión. Así, de esta forma, la democracia acaba siendo de hecho, a pesar del hábil y sutil manejo de la opinión pública, el gobierno de una minoría, por una minoría y para una minoría. Es la consecuencia de la alianza estratégica entre poderes financieros, poderes políticos y poderes mediáticos orientada a obtener los máximos beneficios económicos, y políticos, en el más breve plazo de tiempo posible.

El problema de la calidad de la Democracia y de la calidad del Gobierno hoy se presenta de nuevo ante nosotros de manera inquietante. Un desafío al que debemos responder desde la raíz: mientras el ser humano no sea el principio y el fin de la acción de los poderes públicos y privados, poco se podrá hacer. Se podrán poner parches, remiendos, pero nada más. Igual que los derechos fundamentales de la persona son individuales y también sociales, hoy las exigencias del pensamiento abierto y complementario invitan a propuestas y formulaciones más equilibradas, más humanas, más éticas. Propuestas y formulaciones que hagan posible que la democracia sirva de verdad para el desarrollo real de las libertades solidarias de las personas. No para consolidar, de forma más o menos sutil, el gobierno de una minoría, por una minoría y para una minoría. Nada más y nada menos.

*Jaime Rodríguez-Arana es catedrático de Derecho Administrativo y miembro de la Academia Internacional de Derecho Comparado de La Haya

@jrodriguezarana

Una polémica que suele presentarse en el estudio de las relaciones entre Gobierno y Democracia se refiere a si la calidad de vida de la población es proporcional a la calidad del ejercicio del Gobierno y a la calidad de la Democracia. En relación a esta cuestión tan relevante encontramos sustancialmente tres posiciones que me parece que tienen interés para enfocar algunos problemas derivados de la recesión democrática de este tiempo y de la crisis económica y financiera que vivimos, así como sus proyecciones sobre el empeoramiento de las condiciones de vida, materiales e inmateriales, de las personas. Se trata de diferentes maneras de afrontar una cuestión que, a mi juicio, debe partir inexorablemente de la centralidad de la dignidad del ser humano y de sus derechos fundamentales. En efecto, en una democraciael Gobierno ha de basar sus políticas públicas, desde el respeto y promoción de las libertades solidarias, hacia la mejora continua e integral de las condiciones de vida de los ciudadanos. Algo que, en general, en el mundo que habitamos, hoy brilla por su ausencia.

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