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Refugiados: viaje al centro del horror
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Refugiados: viaje al centro del horror

La comunidad internacional en su conjunto, y la Unión Europea en particular, está incumpliendo vergonzosamente las normas que obligan a acoger a los que huyen de las guerras y la persecución

Foto: Elena Valenciano, presidenta de la Subcomisión de Derechos Humanos del Parlamento Europeo.
Elena Valenciano, presidenta de la Subcomisión de Derechos Humanos del Parlamento Europeo.

Tardé solo 3 horas en llegar desde Bruselas al infierno de la frontera de Hungría con Serbia. En Röszek, último punto del territorio húngaro, el estrecho camino que conduce hasta el límite con Serbia estaba lleno de autobuses aparcados formando una larga línea. En esos autobuses, de destino desconocido, la policía iba subiendo por cientos a las personas que llamamos refugiados pero que, de momento, son tan sólo seres humanos que transitan por distintos territorios de Europa huyendo de la guerra, el miedo y la persecución. Buscan salvarse y buscan también la protección internacional a la que tienen derecho.

Por ahora -y excepto grandes declaraciones de compasión a la vista de las imágenes terribles que nos llegan de todas partes- no han obtenido de Europa el amparo que merecen. Son hombres de todas las edades, mujeres y niños, muchos niños, sirios, afganos, iraquíes... que llevan meses tratando de acceder a Alemania, Austria, Francia o a cualquiera de los países que podrían ofrecerles refugio.

Cuando llegué al lugar por el que los refugiados entraban en territorio húngaro pude ver filas interminables de personas que, cargadas de bultos, con niños a cuestas y visiblemente agotadas, caminaban entre los raíles de una vía muerta del ferrocarril. Venían de cruzar Serbia, y antes Macedonia, y antes Grecia y antes Turquía... así hasta incluso ¡Afganistán! Algunos habían podido pagarse algún medio de transporte -a menudo en manos de traficantes- pero otros llevaban meses caminando. Su gran objetivo era llegar a Hungría, territorio de la Unión Europea, desde donde pensaban poder ser enviados a alguno de los países ricos en los que encontrar cobijo, trabajo y escuelas para sus hijos.

Desgraciadamente, nada es como ellos habían soñado durante su largo y peligroso viaje.

Desde hace meses la Unión Europea trata sin éxito de tomar decisiones para ordenar el enorme éxodo de sirios, afganos, libios, eritreos, iraquíes, yemeníes... que huyen de una situación muy deteriorada tanto en sus países de origen como en los países que los acogieron (Turquía, Jordania y Líbano, sobre todo). Y mientras Europa se enreda y no decide nada, quienes buscan refugio son abandonados a las mafias, la violencia, el maltrato policial y la humillación permanente.

Hasta la fecha, no hay ninguna institución de gobierno europea o comunitaria que se haya hecho cargo de darles apoyo o información, de identificarlos ni tampoco, por supuesto, de facilitarles un acceso seguro al territorio europeo. Ningún organismo oficial les ha atendido en sus necesidades básicas: alimentos y agua, medicinas y mantas. Cientos de miles de personas están buscando una vía de entrada a la Unión Europea y ésta no responde a su llamada, ni siquiera para ofrecerles el trato mínimamente digno que merece cualquier ser humano.

Y era posible hacerlo, ¡claro que lo era! Era posible organizar corredores seguros y desplegar un ejército de especialistas y voluntarios en asistencia humanitaria; ordenar los tránsitos; dar visados especiales a las personas más vulnerables... La Unión Europea y los gobiernos de los Estados Miembros tienen capacidad y recursos para ello. Las agencias y organizaciones humanitarias saben perfectamente cómo trabajar en estas emergencias, tienen experiencia de sobra.

Pero no ha sido así. Miles y miles de personas han sido llevadas a campos de detención rodeados de vallas de espino, otros han sido devueltos a países frontera con la UE, muchos otros esperan aún en algún lugar, escondidos, y de otros tantos no conoceremos nunca la suerte que han corrido.

Mientras los ministros reunidos en el Consejo se rebotan unos a otros las culpas y eluden las decisiones, los refugiados siguen vagando por los caminos de Europa, esquivando cada cierre fronterizo que nuestros gobiernos decretan, angustiados por alcanzar su destino antes de que el temido invierno empeore aún más las cosas.

La comunidad internacional en su conjunto, y la Unión Europea en particular, está incumpliendo vergonzosamente las normas y convenios que obligan a acoger a los que huyen de las guerras y la persecución. Hemos violado todos los tratados y principios universales de protección a la infancia. El gobierno de Hungría ha aprobado leyes excepcionales que no son aceptables en la Europa comunitaria. Y la propia esencia de la Unión, la solidaridad entre los Estados y la defensa de los derechos humanos parecen haberse desvanecido en esta crisis.

En Röszek, al borde de Hungría, había muchísima basura acumulada durante semanas y muy poca ayuda o asistencia para los refugiados. Una tienda de campaña de Médicos Sin Fronteras, otra de una ONG húngara, y alguna de Cáritas eran los escasos testigos de la solidaridad europea. Vecinos de la zona habían hecho llegar algunas mantas y zapatos -la mayoría de los niños lleva chanclas- pero no había rastro de las instituciones o agencias de la Unión Europea. Nada.

Y eso es lo que no tiene ninguna excusa. Mientras los responsables políticos deciden llegar o no a un acuerdo, hay que salvar la vida a la gente que está en riesgo y tratar a los seres humanos como a seres humanos. Mucho antes que la política, antes que los cálculos cortoplacistas de los gobiernos, debe estar el factor humano, compasivo y solidario.

Cientos de miles de personas están buscando una vía de entrada a la UE y ésta no responde a su llamada, ni siquiera para ofrecerles un trato mínimamente digno

El lunes a las 17h, Hungría cerró a cal y canto su frontera con Serbia, justo en el punto en el que me hallaba. Vi entrar en territorio húngaro a los últimos refugiados. A esa misma hora entraban en vigor las leyes de excepción del gobierno de Orban. A partir de ese momento, todas las personas que entren de manera ilegal en Hungría, serán considerados delincuentes. La misma suerte correrán todos aquéllos que presten cualquier tipo de asistencia a los refugiados o inmigrantes no regularizados. Serán los traficantes quiénes busquen nuevas vías de entrada en el espacio de la Unión Europea, añadiendo sufrimiento y extorsión a los refugiados y pingües beneficios para las mafias.

Esta es la lamentable respuesta que, por el momento, ha dado Europa a la peor crisis de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial.

En el próximo mes de octubre los 28 alcanzarán algún tipo de acuerdo para repartir cupos de migrantes en los distintos países. Pero debemos saber que todas las cifras que se barajan son ridículas si atendemos a la magnitud del éxodo que se ha producido y que no cesará a corto plazo. En todo caso, será ya tarde para muchos que quedarán bloqueados entre fronteras cerradas, en prisiones en Hungría o muertos en el mar, en los camiones o en los campos de tránsito. Empieza el invierno y será largo para quiénes, con suerte, disponen de una tienda de campaña para pasar la noche.

Cuanto antes habilitemos un plan de emergencia humanitaria, más gente se salvará. Podemos hacerlo. Estas son las medidas que deberíamos adoptar inmediatamente y para las que no necesitamos reuniones de ministros ni cumbres extraordinarias:

- un sistema de recepción de emergencia, asistencia y registro en los países de mayor influjo como Grecia, Hungría e Italia.

- vías seguras para que los refugiados lleguen a Europa con visados humanitarios para los más vulnerables; mujeres embarazadas, enfermos y niños

- presencia, por medio de la financiación necesaria, de las organizaciones especializadas en ayuda de emergencia en los puntos más saturados tanto del territorio europeo como de los países vecinos.

- programa de ayudas a Jordania, Líbano, Turquía, Túnez, etc... que reduzcan la carga económica que la acogida de refugiados les ha supuesto desde hace años.

Si a Europa le queda algo de memoria histórica y un poco de conciencia, este plan no admite ni excusas ni dilación.

*Elena Valenciano, presidenta de la Subcomisión de Derechos Humanos del Parlamento Europeo.

Tardé solo 3 horas en llegar desde Bruselas al infierno de la frontera de Hungría con Serbia. En Röszek, último punto del territorio húngaro, el estrecho camino que conduce hasta el límite con Serbia estaba lleno de autobuses aparcados formando una larga línea. En esos autobuses, de destino desconocido, la policía iba subiendo por cientos a las personas que llamamos refugiados pero que, de momento, son tan sólo seres humanos que transitan por distintos territorios de Europa huyendo de la guerra, el miedo y la persecución. Buscan salvarse y buscan también la protección internacional a la que tienen derecho.

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