Es noticia
Agujas catalanas en el pajar español
  1. España
  2. Tribuna
Tribuna EC5

Tribuna

Por

Agujas catalanas en el pajar español

La solución está en articular con las otras Catalunyas que están buscando otros encajes que sumen en vez de restar. La aguja democrática en el pajar de una España mal enseñada y mal aprendida

Foto: Rajoy recibe a Artur Mas en el palacio de la Moncloa en 2014. REUTERS/Paul Hanna
Rajoy recibe a Artur Mas en el palacio de la Moncloa en 2014. REUTERS/Paul Hanna

Los colonizadores suelen venir por su cuenta. Llamarlos es de idiotas. Pero lo hemos hecho a menudo. No nos ha ido nunca bien cuando se han internacionalizado nuestros conflictos. Cada vez que alguien en Europa -o más tarde desde Estados Unidos- ha venido a meterse en nuestras peleas, todo se ha complicado. El resultado, siempre, ha sido infinitamente peor.

Ahí está el claro ejemplo de los aviones y las tropas de Mussolini y Hitler ayudando a Franco antes y después de fracasar el golpe de Estado del 18 de julio. Lo mismo durante la guerra de Sucesión, con Borbones franceses y Austrias alemanes peleándose en suelo ibérico (por cierto, con mayoría catalana apoyando a los Borbones). Y tampoco quedaría lejos, por no viajar demasiado atrás, la visita de los cien mil hijos de San Luis a ayudar al antepasado de Felipe VI. Ni las incursiones inglesas camino de consolidar su imperio marítimo durante el siglo XIX. Desde Don Julián y los almorávides, llamar a los civilizados es una barbarie.

Artur Mas sabe que la independencia de Catalunya no goza de una mayoría suficiente en la Comunidad Autónoma ni cuenta con las alianzas necesarias en el resto del Estado para hacerla cierta. Solo funciona en modo ensayo, antes del día del estreno. Con un público ampliado que distraiga y siempre lejos de la posibilidad de pensar las verdaderas consecuencias (que también se ocultan cuando el miedo se pavonea). Por eso decidió Mas sacar la independencia fuera de nuestras fronteras. Y el Partido Popular, cuya estrategia más exitosa siempre se ha basado en los errores de los demás, se lo ha comprado, incluyendo con ello la conversión de unas elecciones autonómicas en lo que quería el independentismo: un plebiscito.

Los políticos hispánicos nunca han sido grandes patriotas ni la inteligencia ha cundido entre ellos como para generar asombro. Entre todos pagaremos lo que nos quieran cobrar luego nuestros socios de la Unión Europea o de la Casa Blanca por los favores prestados.

Demasiados abandonan a Catalunya

Es verdad que la mayor fábrica de independentistas que hay en el Estado está en la calle Génova de Madrid. Sede del PP pagada con dinero negro proveniente de contratas públicas. Convergència tiene, en un paso más allá, las sedes embargadas. Por comportamientos similares. No me extraña que les enfade la discriminación. Pero no echemos todas las culpas a los partidos. El problema también es de cada ciudadano.

Deberíamos haber reaccionado todos cuando un Tribunal Constitucional -que ya iba camino de convertirse en la caricatura en la que se ha convertido- decidió tumbar el Estatut. Es verdad que en ese momento ni siquiera a los catalanes les interesaba demasiado el asunto, pero no estuvimos finos. No quisimos leer que las costuras del arreglo territorial de 1978 ya se habían reventado. De aquellos polvos, estos lodos. Y todos enfangados. Muchos catalanes están tan hasta las narices de insultos y amenazas que prefieren darle una patada al tablero. Lo que no terminan de calibrar es que así refuerzan a Mas y al bipartidismo, que son los que terminarán maniobrando para vaciar las ganas de cambio.

El PP también ha abandonado a Catalunya y por eso ha escogido a un candidato, el excesivo Albiol, con la única voluntad de intentar frenar la sangría de votos

Nunca se ha hablado tanto de España en Catalunya como en esta campaña. Nunca tantos líderes españoles han tenido tanta relevancia en unas elecciones autonómicas. Tampoco es extraño. Por activa o por pasiva, la madrastra España es la convocada. Aunque para ello la Cenicienta Catalunya haya sido otra vez mandada a las catacumbas, curiosamente también con los que se indignan por el maltrato. La irreconciliable lista de Junts Pel Sí, con su monotema de la independencia, ha abandonado a Catalunya (que era plural y ahora la quieren cercenada) y emplaza a una España, toda ennegrecida en sus arbitrarios ojos, a la que ven irreformable. ¡Ya hemos hecho todo lo posible para convencer a España! A lo que habría que contestarles: la España del bipartidismo. La que queréis consolidar aunque digáis lo contrario.

En ese viaje les acompaña la CUP, que ya ha dicho que llegado el caso hará de su comprometido y social voto un apoyo a la investidura de la lista que integra por excelencia el partido antisocial y del compromiso con el 3%. Cada vez que la izquierda ha salido en defensa de la derecha ha terminado en el exilio. Pero la CUP cree que te abrazas con alguien que sonríe y es solamente un asunto de amabilidad. Cuando se quieran dar cuenta será, como siempre, muy tarde. No por decir que no eres nacionalista dejas de serlo (pasa en España, pero no menos en Catalunya) y es imposible que en ese baile no se te terminen colando los argumentos identitarios que terminan primando por encima de los sociales. En esta aventura, resulta que los grandes empresarios son los mejores aliados de los que cobran 400 euros, y los que desahucian aman a sus compatriotas desahuciados. Nos lo tendrán que explicar un poco más despacio.

El PP también ha abandonado a Catalunya y por eso ha escogido a un candidato, el excesivo Albiol, con la única voluntad de intentar frenar la sangría de votos en el conjunto del Estado. Que Rajoy aún no tiene claro si podrá ser el candidato a la Moncloa. El PSOE es otro que ha dejado a su suerte a Catalunya. En este caso por culpa de la falta de entendimiento sobre qué es España que expresan Susana Díaz y Felipe González o Pedro Sánchez y Zapatero en la dirección contraria. No es solo el grotesco espectáculo de González diciendo un día una cosa y negándola el siguiente, sino el tono de amenaza expresado por la presidenta andaluza queriendo avisar de que el reconocimiento nacional de Catalunya es un casus belli en la familia socialista.

Catalunya Sí que es Pot representa un seny marcado por la apuesta por una lectura plural de Catalunya ligada a una apuesta renovadora de España

Ciudadanos, que nació Ciutadans, ha recibido el apoyo de la patronal catalana para hacer de sostén del malogrado bipartidismo, pero, pese a cubrir el espacio de la Cataluña españolista, se niega a entender igualmente que Catalunya es una nación, viviendo en el fragmento y siendo parte del problema y no de la solución porque perfumar el centralismo no le quita el olor a rancio. En definitiva, esa supuesta confrontación entre el no y el sí es falaz y los contendientes están entre sí más cerca de lo que cabría imaginar. Tanto que se necesitan ontológicamente para existir y eso siempre une mucho.

Por culpa de ese empeño en mantener la sensatez -propio de la izquierda catalana proveniente del PSUC-, pareciera que no quedaría más lugar para el seny en estas elecciones que el que representa Catalunya Sí que es Pot. El desdibujamiento de su cabeza de lista (un gran desconocido) obliga a primar una sensatez abstracta por encima de los personalismos, que han tenido que llegar de fuera porque la política se ha hecho espectáculo. Catalunya Sí que es Pot representa un seny marcado por la apuesta por una lectura plural de Catalunya íntimamente ligada a una apuesta renovadora de España marcada por la senda abierta por Podemos.

Corresponde a la candidatura encabezada por Lluís Rabell entender la condición plural de las muchas Catalunyas que existen, haciendo por ello del derecho a decidir una voluntad clara que llevarían hasta sus últimas consecuencias. Al tiempo insiste -cierto que no siempre con la suficiente rotundidad como para hacerse entender con claridad- en que su voluntad pasa por ayudar a construir una España de la que nadie tenga ni necesidad ni ganas de marcharse. Esto es, que no es una fuerza política independentista, aunque la apuesta democrática por el derecho a decidir implicaría asumir cualquier decisión tomada por las mayorías. La gran diferencia está en que la opción de la ruptura con España lleva mucho tiempo alimentándose, mientras que una propuesta que implique para llevarse a cabo un cambio en el gobierno de España necesita una inteligencia y una explicación que la vertiginosidad de una campaña electoral no presta.

Cuando las banderas ocultan los recortes

La verdad es que estas elecciones no son un choque entre Catalunya y España. Las elecciones tienen lugar en un momento en que está en cuestión el contrato social que marca el Estado social, democrático y de derecho, hoy en franca decadencia. Lejos de ser una confrontación entre Catalunya y España, el parteaguas de estas elecciones está en apostar por la política de recortes, desahucios, reformas laborales, privatizaciones y geopolítica de guerra que expresan en idénticos términos Rajoy, Mas y el PSOE de la reforma del artículo 135. Y enfrente, en recuperar la defensa de la democracia y de lo público expresada en las mareas ciudadanas, en los ayuntamientos democráticos nacidos de las últimas elecciones, en el 15M, en el nacimiento irreverente de Podemos o en los aires de cambio que han empezado a levantarse en Europa, incluso frente a todas las dificultades marcadas por la dictadura financiera.

Cuanto más se hable de independencia, menos se hable de las políticas de empobrecimiento de las mayorías que han desplegado en los últimos años

Esta realidad se oculta con el ruido de ¡España se rompe! y con una lista que viene vestida con las ropas del oportunismo. Cierto que Convergència siempre se ha visto a sí misma como el PRI catalán, pero ha exagerado haciendo de Mas un tapado que se esconde en el número cuatro de la lista. Como en un cuento al revés, los problemas empezarán después del beso. Una lista donde los que la integran solo pueden quererse el día de las elecciones pero que, de triunfar, no sobrevivirían a los desencuentros.

¿Qué van a construir juntos los que pelean contra la corrupción y los corruptos del 3% que tienen las sedes embargadas? ¿A dónde van a llegar los republicanos de ERC con los monárquicos de Convergència?¿Qué pueden compartir los que dicen defender a los trabajadores y los que aprueban reformas laborales? ¿Cómo van a acordar las políticas públicas los que quieren privatizaciones, casinos o multinacionales con los que buscan una economía ecológica al servicio de las personas?

Pero todo esto le da lo mismo a Junts pel Sí. Por eso no hablan de programa, compartiendo estrategia con Esperanza Aguirre (en cuanto hablan de algo, saltan las chispas, como en BCN World). La política como despiste. Cuanto más se hable de independencia, menos se habla de las políticas de empobrecimiento de las mayorías que han desplegado en los últimos años tanto Rajoy como Mas, a menudo de la mano.

Y como se trata de hacer trilerismo, Mas convoca las elecciones en el puente de la Mercè, fiesta en las zonas de mayor voto tradicional de izquierda, contando con que la Catalunya rural le aportará los votos necesarios siempre y cuando la Catalunya obrera siga sin prestar una gran atención a las elecciones autonómicas y se abstenga. Lo mismo que se hizo a la salida del franquismo primando en el sistema electoral el voto del interior. Cosas de demócratas. Artur Mas, el mismo que le dio el gobierno a Aznar que nos llevó a la guerra y a la burbuja especulativa, el Mas que recibió el mando de Pujol y el que se lo entregó luego al hijo del Molt Honorable con el patrimonio en Suiza.

Hablar a las otras Catalunyas

Catalunya no debiera cometer el error que cometió España con ella. No es verdad que haya una Catalunya única que quiera la independencia. Pero sí hay una mayoría que no quiere que las cosas se queden como están. La convocatoria a todas las Catalunyas se llama proceso constituyente. Por eso la solución está en articular con las otras Catalunyas que están buscando otros encajes que sumen en vez de restar. La aguja democrática en el pajar de una España mal enseñada y mal aprendida.

Para lograr la soberanía, Catalunya necesita aliados en el conjunto del Estado. No solo porque la correlación de fuerzas hace irreal otro escenario

Esa Catalunya que se expresa de manera plural y considera que el castellano también es un idioma catalán. Que ha construido un único pueblo con gentes venidas de todos los lugares del Estado gracias a su voluntad de sentirse parte de esa Catalunya compleja en su identidad (y que venció a los que les llamaban charnegos, que derrotó a la Marta Ferrusola que dijo, refiriéndose a José Montilla, que no se podía uno llamar Pepe, ser andaluz y presidir la Generalitat). Una Catalunya que no está menos indignada por el maltrato del Estado, por los acuerdos incumplidos, por la falta de respeto a Catalunya como nación. De la misma manera que hay una España que no tiene nada que ver con esa imagen faltona que la quiere presentar como una patria de Tejeros, tonadilleras exageradas, obispos rijosos y una cejijuntez legañosa permanente.

Para lograr la soberanía, Catalunya necesita aliados en el conjunto del Estado. No solamente porque la correlación de fuerzas hace cualquier otro escenario irreal -un territorio nunca se ha separado de un Estado sin un acuerdo con el conjunto o con una guerra-, sino porque no hay soberanía sin la posibilidad de hacerla valer. Un ejemplo claro lo muestra la naciente alianza de los ayuntamientos por el cambio.

Al tiempo que se demuestra que no hay conflicto entre el Ayuntamiento de Barcelona y el de Madrid cuando están sentadas en ellos Ada Colau o Manuela Carmena, esa alianza (con Santiago de Compostela, A Coruña, Cádiz, Zaragoza, Valencia, Badalona, Pamplona) es capaz de decirle, ni más ni menos que al poder financiero, que de seguir adelante con los desahucios, esos bancos no contratarán con la Administración municipal. Ningún ayuntamiento en solitario lograría frenar el poder de la dictadura financiera (igual que han obligado a Rajoy con los refugiados). ¿Podría hacerlo con sus únicas fuerzas Badalona? ¿Podría hacerlo Barcelona? ¿Podría hacerlo Casteldefells? ¿Podría hacerlo Madrid? ¿A quién le interesa entonces que la defensa de los derechos sociales en Catalunya se separe de la misma pelea en el conjunto del Estado?

Amenazan con el miedo de siempre

No es creíble que Mas hable ahora contra los bancos y no es creíble que de pronto se dé cuenta de que es responsable de aumentar profundamente las desigualdades de los catalanes. No es creíble que Mas critique a las empresas de medios de comunicación o que diga que el PP ha hecho de RTVE un gabinete de prensa de la gaviota cejijunta, cuando él hace exactamente lo mismo -y a veces aún peor- con dinero público y presiones privadas. Pero se equivocan profundamente los del discurso del miedo.

Hay una fórmula más sensata de integración en un marco de mayor autogestión. La que han construido millones de catalanas y catalanes durante estos años

Cuando dicen que Catalunya saldrá de la Unión Europea o que habrá un corralito o que se hundirán las pensiones (aunque son asuntos serios que debieran discutirse por parte de Junts Pel Sí y no dejarlos de lado como en una mala película de serie B donde, como decíamos, no hay diferencia entre el ensayo y la toma final). Si se diera esa situación, los mafiosos serían los bancos y los políticos que no permiten que los pueblos tomen sus decisiones. Pero no vale que Mas diga que el sector financiero es una dictadura porque perjudica su estrategia pero que es un dechado de responsabilidad cuando le toca a Grecia. Que alguien le esté comprando el discurso antisistema a Mas parece de enajenados.

No vale tampoco el miedo con el corralito, con la huida de las empresas, con las amenazas basadas en el control que unos pocos tienen sobre el conjunto de la población. Eso solo genera más rabia y frustración. Y alimenta el voto del enfado. Como decía el sociólogo alemán Niklas Luhman, las sociedades europeas se han fragmentado en cajas negras autoorganizadas. El mercado, la oferta y la demanda, y algunos comportamientos administrativos automáticos, nos organizan. La continua presencia de la vigilancia y la policía hace el resto. Aislados y supuestamente seguros. Aunque vivamos una vida miserable.

Eso es lo que explica que nos sintamos tan solos aun viviendo en ciudades y en la era de la información y que, incluso, como ha pasado en Bélgica o en Italia, las cosas puedan funcionar durante meses sin la necesidad del Gobierno. Eso hace que los que piensan en votar independentismo lo hagan como si formaran parte de un lipdub (esas cadenas divertidas de baile que se hacen en las calles o en los lugares de trabajo o estudio) o formando parte de un videojuego. Pero el orden social es más débil de lo que pensamos y no debiéramos frivolizar con estas cosas. Especialmente cuando hay dos mitades que pueden radicalizar sus diferencias. Y para evitar eso, debiéramos pensar en lo que realmente compartimos.

Recientemente hubo un terremoto en Chile. En el conjunto del Estado nos preocupamos. Mucho menos que si hubiera tenido lugar en Kazajistán. Y mucho más si hubiera sido en el Valle del Jerte o en las playas de Almería. Porque sentimos en función de la proximidad, de los lazos compartidos, de la mayor probabilidad de que te hubiera tocado a ti. No dice mucho de la evolución del homo sapiens, pero es así. ¿No es una señal de que compartimos más de lo que imaginamos? ¿Duele en Catalunya lo mismo la cifra de muertos en accidente de automóvil que la que se da en Suecia o, incluso, en Portugal o Marruecos?

El colmo del disparate lo entendemos en caso de que se diera realmente la secesión. Las semanas siguientes serían bastante desasogantes. Imaginemos que mucha gente decidiera poner tierra de por medio. Entonces, ¿alguien que volviera a Sevilla sería un refugiado? ¿La gente catalana en Extremadura sería emigrante? ¿No estamos exagerando demasiado construyendo un sainete que solo se sostiene porque todo el mundo lo vive como si estuviéramos en los ensayos y no en la verdadera función?

Hay una fórmula más sensata de integración en un marco de mayor autogestión y reconocimiento de Catalunya como nación. La que han construido millones de catalanas y catalanes durante todos estos años. Solo tiene un problema: que no necesita reyes, que no necesita a Mas, que no necesita gurús ni vanguardias, que le quita el nicho electoral en el que sobreviven demasiados. Una solución que dice que hay que devolverle al pueblo lo que es del pueblo. Y eso se llama, en Mataró y en Albacete, en Vic y en Murcia, en Barcelona y en Cádiz, soberanía.

Devolverle al pueblo lo que es del pueblo

Como es claro que las cosas no pueden quedarse así sin más, es evidente que España tiene que ofrecer a Catalunya una salida. Esa salida, que tiene que ser asumida por toda la población, solo puede ser un proceso constituyente. Sea cual fuere el resultado el domingo, se pondrá en marcha, porque ya ha arrancado. Lo saben el PP y el PSOE y lo sabe Convergència. De ahí que el debate real sea si lo ponemos en marcha entre todos los que buscamos rescatar nuestra democracia, o lo pondrá en marcha una gran coalición que, una vez más, sacrificará y retrasará los intereses de la mayoría a favor de las minorías como ocurrió en 1978.

La gente que está trabajando para construir una España de la que nadie quiera escaparse necesita la ayuda de los catalanes cansados de Rajoy y de Mas

Parte el alma ver que tanta gente quiera marcharse de España. Qué mal lo hemos hecho. Los oprobios al pueblo catalán han sido continuos, impunes e interesados, de la misma manera que el nacionalismo español humillante tuvo su correlato en comportamientos del nacionalismo catalán que alimentaban el recelo mutuo. El resultado es que la actual España no es capaz de retener a sus ciudadanos. Recuerda necesariamente a la caída del Muro de Berlín y la huida de los alemanes orientales. O a aquella España de Franco, “una, grande y libre”, de la que se escapaba con un humor de Gila afirmándose que era “una” porque si hubiera dos todos se hubieran marchado a la otra.

La gente que está trabajando para construir una España de la que nadie quiera escaparse necesita la ayuda de los catalanes cansados de Rajoy y de Mas. No vale, como se decía cuando existía el servicio militar: “Me reviento el dedo y que se joda el sargento”. Porque tendrás una excusa para no obedecer, pero el dedo machacado es tuyo y los dueños del martillo son de los de siempre. Y seguirás haciendo la mili. Echar a Mas es un paso de gigante para echar después a Rajoy y después echar a Schulz y a Juncker. Nos quieren fragmentados y en un torbellino donde sea difícil pensar. Miremos un minuto desde fuera y veamos que hay una España en cambio en una Europa en cambio. Esa Europa donde Syriza ha vuelto a ganar las elecciones con la rabia de la imposición de la mafia europea, donde Corbyn ha vencido a la socialdemocracia rendida al autoritarismo de la Thatcher, donde Podemos va a disputar el poder al bipartidismo. Nadie que esté por la soberanía y la emancipación en Catalunya puede estar con los que frenan la historia. Ya hemos encontrado la aguja. Vamos a adecentar el pajar.

*Juan Carlos Monedero, politólogo y ex miembro fundador de Podemos

Los colonizadores suelen venir por su cuenta. Llamarlos es de idiotas. Pero lo hemos hecho a menudo. No nos ha ido nunca bien cuando se han internacionalizado nuestros conflictos. Cada vez que alguien en Europa -o más tarde desde Estados Unidos- ha venido a meterse en nuestras peleas, todo se ha complicado. El resultado, siempre, ha sido infinitamente peor.

Artur Mas