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Traición y tradición: París en las redes sociales
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Traición y tradición: París en las redes sociales

En las últimas horas las reacciones de tantos, asistidas por la inmediatez colérica de las redes sociales, nos han devuelto a un enfrentamiento verbal y moral sobre la simetría del daño

Foto: Flores, mensajes y velas  en memoria de las víctimas de los atentados de París. (EFE)
Flores, mensajes y velas en memoria de las víctimas de los atentados de París. (EFE)

Los recientes atentados de París han desencadenado, dentro y fuera de nuestras fronteras, una colección de reacciones contrarias que además de agrios debates están exhibiendo una fractura en nuestro horizonte moral que haríamos mal en desatender. Si tuviésemos que trazar las lindes del consenso en la respuesta, solo podríamos concluir que existe un evidente y forzoso lamento por la masacre cometida en París. No podía ser de otra manera. Sin embargo, la forma en que ese terrible atentado se interpreta o la valoración moral de lo que habría de ser una respuesta legítima han vuelto a poner de manifiesto la terrible brecha que nos divide a la hora de interpretar nuestros propios valores.

Habrá quien estime este disenso como un ejercicio de legítima y fecunda diferencia pero, a juzgar por el tono colérico de demasiadas reacciones, puede que esa diferencia interpretativa no sea señal de un sano pluralismo sino que, tal vez, deba asumirse como el síntoma de una fractura que poco podrá ayudarnos a la hora de enfrentar los riesgos y los retos que nos aguardan en el futuro próximo.

Si a estas alturas no somos capaces de razonar más allá de paupérrimos eslóganes estaremos, sin duda, traicionando lo mejor de nuestra herencia cultural

La extensión de toda interpretación moral es, a la fuerza, inversamente proporcional a la rotundidad del acontecimiento que se pretende juzgar. A tanta más dosis de hecho, tanta menos de interpretación, podría pensarse. Parece tan cabal, como hiperbólica es la crueldad fanática, que, entre otros lugares, volviera a prender la pólvora en una calle consagrada a la que acaso sea la cabeza más brillante de la Ilustración: el Boulevard Voltaire.

En las últimas horas las reacciones de tantos, asistidas por la inmediatez colérica de las redes sociales, nos han devuelto a un enfrentamiento verbal y moral sobre la simetría del daño, la corresponsabilidad de Occidente en el conflicto sirio o la conveniencia o ingenuidad del antimilitarismo. Lo relevante no es la dirección en la que se zanjará -o no- el debate sino lo inoportuno de este disenso, máxime cuando se contrasta la dudosa calidad de las razones y de los argumentos que asisten a unos y a otros.

Sobran oráculos que expiden sentencias morales y escasean observadores capaces de ordenar razones, ponderar principios y evaluar argumentos

Si a estas alturas de la historia no somos capaces de razonar más allá de paupérrimos eslóganes, estaremos, sin duda, traicionando lo mejor de nuestra herencia cultural y política. Que vuelvan a escucharse hirientes razonamientos basados en la inmediatez de la venganza o que ignorantes orgullosos de serlo se sirvan de tópicos tan vacuos y ridículos como que no existe guerra justa no puede sino alertarnos de que, en una y otra dirección, la polarización de nuestra opinión pública se nutre de una ignorancia autoculpable y desafecta con una tradición que ahora más que nunca deberíamos honrar y proteger. Del mismo modo, decantar las posiciones en un prejuicio binario de izquierdas y derechas resulta esperpéntico cuando lo que tenemos ante nuestros ojos es un escenario vertebrado por una complejidad sin precedentes.

Sobran oráculos que expiden sentencias morales y escasean observadores que operen como jueces de instrucción y que se hagan capaces de ordenar razones, ponderar principios y evaluar argumentos. Es tiempo, pues, para volver a interrogarnos sobre la guerra justa, la proporcionalidad de la pena y el castigo o para repensar la relación entre libertad y seguridad.

A falta de tiempo para improvisar una respuesta certera, mejor haríamos en servirnos de la enseñanza de tantos que nos precedieron y que supieron vislumbrar, mucho antes que nosotros, las miserias de lo humano y su eventual antídoto. Platón, Hegel o Francisco Suárez algo podrían decir al respecto, pero hoy sabemos que estos nombres han sido desterrados del currículo de nuestro Bachillerato. Todo apunta, pues, a que seguiremos inaugurando a cada instante lemas falsos y efectistas con los que enmascarar una irresponsabilidad que, como siempre, otra vez más, habrá de llevarnos al enfrentamiento.

*Diego S. Garrocho Salcedo es profesor de Ética en la Universidad Autónoma de Madrid

Los recientes atentados de París han desencadenado, dentro y fuera de nuestras fronteras, una colección de reacciones contrarias que además de agrios debates están exhibiendo una fractura en nuestro horizonte moral que haríamos mal en desatender. Si tuviésemos que trazar las lindes del consenso en la respuesta, solo podríamos concluir que existe un evidente y forzoso lamento por la masacre cometida en París. No podía ser de otra manera. Sin embargo, la forma en que ese terrible atentado se interpreta o la valoración moral de lo que habría de ser una respuesta legítima han vuelto a poner de manifiesto la terrible brecha que nos divide a la hora de interpretar nuestros propios valores.