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Señores: un poquito de grandeza, por favor

Olvídense de personalismos egoístas, relatividades ideológicas y demás líneas rojas que les impiden moverse en favor de los verdaderos intereses de su país

Foto: Vista general del hemiciclo del Congreso de los Diputados. (EFE)
Vista general del hemiciclo del Congreso de los Diputados. (EFE)

Yo no soy más que un simple ciudadano perteneciente a una de esas generaciones que vivieron el gran cambio político habido en este país en el último siglo. Un ciudadano que asistió con entusiasmo y verdadero orgullo al, hasta ese momento, inusitado espectáculo del gran consenso político nacional. Un ciudadano que vio con positiva incredulidad y enorme alivio cómo se firmaban en octubre de 1977 los Pactos de la Moncloa en medio de una de las mayores crisis vividas por este país en toda su reciente historia; con inflaciones que superaban el 26% y una frágil e incipiente democracia amenazada a diario por toda clase de peligros: terrorismo, descontentos militares, enconadas rivalidades políticas, malestar social…

Pues bien, si en aquel decisivo, agitado y zozobroso momento hubo en este país dirigentes políticos con suficiente altura de miras y generosa visión nacional como para poner por delante de sus intereses personales y de partido, los superiores intereses de España, ¿por qué no podría suceder ahora lo mismo?

Es verdad que los ciudadanos españoles hemos vivido/sufrido un par de décadas de gobiernos primero, visionariamente personalistas, luego, ingenua y meramente voluntaristas y después, casi exclusivamente economicistas, que, además y en plena crisis, han permitido altos niveles de corrupción política y progresivas pérdidas de derechos ciudadanos, algo que ha alimentado una lógica y creciente decepción social en la política y en los políticos. Por otra parte, en nuestra transición democrática, los españoles tuvimos probablemente la suerte de, en los peores momentos, contar con algunos de los mejores políticos contemporáneos; algo que, desgraciadamente, hoy no parece que sea así.

Este país necesita un gobierno estable que mande claros mensajes de firme gobernabilidad, tanto fuera como dentro de España

Pese a todo lo anterior, estoy convencido de que, por encima de todas las frustraciones y diferencias ideológicas que nos separan, la gran mayoría de los españoles estaríamos plenamente de acuerdo en afrontar y resolver dos de los mayores problemas con los que nos enfrentamos hoy día: la mejora y consolidación de la situación económica que a todos beneficiaría y la preservación de la unidad territorial española. Si hubiera un partido que exclusivamente tuviese esos dos grandes objetivos en su programa electoral, estoy seguro de que, en este momento y en este país, disfrutaría de mayoría absoluta.

Señores políticos, olvídense de personalismos egoístas, relatividades ideológicas y demás líneas rojas que les impiden moverse en favor de los verdaderos intereses de su país, y afronten con un poquito de grandeza el actual y delicado momento que vive España, intentando llegar a acuerdos, si no tan sorprendentes y generosos como los de la Transición, sí parecidos. Estén seguros de que el pueblo español se lo agradecerá. Da igual que la solución sea o no con Rajoy, con un independiente que aúne voluntades, con el apoyo de la totalidad o parte de los diputados de los distintos partidos…, pero este país necesita un Gobierno estable que mande claros mensajes de firme gobernabilidad, tanto fuera como dentro de España.

Quizá también haya llegado la hora de que la monarquía y Felipe VI tengan, en el momento presente, su particular 23-F.

*Rafael Pola es publicista y comunicador.

Yo no soy más que un simple ciudadano perteneciente a una de esas generaciones que vivieron el gran cambio político habido en este país en el último siglo. Un ciudadano que asistió con entusiasmo y verdadero orgullo al, hasta ese momento, inusitado espectáculo del gran consenso político nacional. Un ciudadano que vio con positiva incredulidad y enorme alivio cómo se firmaban en octubre de 1977 los Pactos de la Moncloa en medio de una de las mayores crisis vividas por este país en toda su reciente historia; con inflaciones que superaban el 26% y una frágil e incipiente democracia amenazada a diario por toda clase de peligros: terrorismo, descontentos militares, enconadas rivalidades políticas, malestar social…

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