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Auge y caída de la ‘política selfie’
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Auge y caída de la ‘política selfie’

Cómo pasar en solo dos años del cielo de las teles y las redes al infierno de las urnas y las trifulcas

Foto: El exsecretario general del PSOE Pedro Sánchez (c) se hace un selfi con simpatizantes. (EFE)
El exsecretario general del PSOE Pedro Sánchez (c) se hace un selfi con simpatizantes. (EFE)

Oscar Wilde afirmaba que “la única cosa que hay peor en el mundo no es que hablen de ti, es que no lo hagan”. De ahí el dicho “que hablen de uno, aunque sea mal”. Paris Hilton —más una famosa que una cantante, actriz, diseñadora o modelo propiamente— popularizó hace unos años la idea de que lo importante es molestar para que hablen de uno, vamos, convertirse en el más pesado y desagradable de toda la fiesta. Se supone que los gritos, insultos y espectáculos varios de ciertos programas rosa o amarillos de televisión provienen de esa misma idea.

Hace dos años, dando clase en la universidad, hablaba a mis alumnos de ello: de la importancia de la notoriedad (que te conozcan), pero también del posicionamiento (por qué te conocen), de la reputación (qué opinan, por qué te reconocen) y del comportamiento final (qué deciden en relación a ti). De repente, un estudiante sacó la obra ‘Annoyomics’, de Risto Mejide, lo blandió en sus manos y dijo: "No es verdad profesor, yo he leído a Risto y dice lo contrario, lo importante es el arte de molestar”. Así se llamaba el libro precisamente, con la coletilla final ‘para ganar dinero’.

Es justo lo que necesitan artistas, futbolistas, publicistas, incluso periodistas, hoy ‘bloggers’, ‘youtubers’ o famosos varios: lograr salir en los medios a toda costa para que los conozcan, hacerse un nombre y un hueco para que los llamen y contraten y, de esa forma, conseguir la fama y ganar el máximo de dinero posible. Sus fans los adoran y sueñan en ser un día como ellos. Desde un punto de vista psicológico, literalmente se proyectan en ellos y se identifican con todo lo que hacen y dicen. Ese es su poder.

La reputación de un famoso se fundamenta en la fama y busca la propia fortuna; la de un líder se basa en el prestigio y busca, además, el bienestar de los demás

Pero los famosos no son políticos ni empresarios, no tienen una organización o país detrás, ni necesitan el tipo de confianza —la clave de todo— de la que sí requiere un dirigente al frente de un grupo humano compuesto por miles, a veces millones de personas. Tampoco toman decisiones trascendentes que afecten a la vida de los demás, como sí hace un político, un directivo o incluso un médico o ingeniero. No es lo mismo, por tanto, promover la reputación de unos que de otros.

Es verdad que en el caso de algunos líderes se produce también ese proceso de identificación —especialmente en Estados Unidos—, pero ni de lejos similar al de las ‘celebridades’. Y, en aquellos casos en los que más se ha asemejado —los de Kennedy o el Che Guevara son los más paradigmáticos—, su final ha resultado casi siempre trágico, como el de tantas estrellas. La reputación de un famoso se fundamenta en la fama y busca la propia fortuna; la de un líder se basa en el prestigio y busca, además del dinero, el bienestar de los demás.

El ‘politainment’ (la política entretenimiento) consigue eso, entretener un tiempo a la gente, pero nunca consigue mejorar sus vidas, que es de lo que se trata. Los defensores de esa idea sostienen que, en tiempos de crisis y desafección pública, el espectáculo es la única forma de que llegue el mensaje y es lo que busca la mayoría de ciudadanos. La ‘política pop’ en España hace unos años significó exactamente eso: logró aupar al Gobierno a algunos dirigentes socialistas o populares en el País Vasco, Extremadura o Badalona, para luego perder el poder en solo una legislatura, cuando no a algunos otros llevarlos directamente a la derrota estrepitosa en las urnas.

El objetivo de un partido no es solo una victoria temporal, sino un triunfo sostenible en el tiempo para poder llevar a cabo el proyecto político que hay detrás

Tampoco es lo mismo promover la reputación de un nuevo líder en un partido que también es nuevo y, por tanto, no tiene una historia y reputación detrás, que hacerlo con un nuevo líder, pero en un partido centenario e histórico. Un error de bulto que ha cometido algún asesor que en poco tiempo se ha enfrentado en España a ambos casos, por lo que se ha podido comprobar con poca pericia e igual éxito. Pero el objetivo de un partido no es solo una victoria temporal, sino un triunfo sostenible en el tiempo para poder llevar a cabo el proyecto político que hay detrás de ese partido.

Unos y otros, amantes del ‘politainment’, de la ‘política pop’, en su momento del ‘talante’ o ‘la ceja’, o ahora de la nueva ‘política selfie’ (consistente en el postureo constante, las sonrisas Profident, las palabras vacías y, sobre todo, un ego o ‘self’ desorbitado propio de un adolescente y narcisista ‘Yo, yo y después yo’), han logrado que partidos como el PSOE y líderes como Pedro Sánchez acaben como han acabado. La reputación, definitivamente, no es sinónimo del número de ‘Me gusta’ o de retuits, de selfis o de ‘posts’ en las redes, o de apariciones televisivas en ‘Sálvame’ o ‘El Hormiguero’.

Una cosa es que la política necesite de personalización y otra que la vía para hacerlo posible sea el personalismo

Y no es que esté mal que en la política haya un poco de espectáculo, de emociones y diversiones, al contrario, pero hay que tener cuidado con las modas, porque acostumbran a pasar, y si vuelven, nunca lo hacen igual. Una cosa es que la política necesite de personalización y otra que la vía para hacerlo posible sea el personalismo. Cuando el sistema político está roto y se encuentra dañado, al principio parece que cualquier solución vale para arreglarlo. Pero la solución no puede ser más de lo mismo de aquello que causó el problema (mentiras, artificios, subterfugios o disimulos), sino algo muy distinto.

Dicen los historiadores que todo es cíclico, todo vuelve, pero de una nueva forma. Lo nuevo es lo viejo y lo viejo, lo nuevo. La verdadera causa que está detrás de los problemas financieros que hemos sufrido es una crisis ética, de valores, confianza y reputación. La era del 'marketing', de la pura imagen y la ‘política selfie’ ha muerto. La era de la ética, la reputación y la ‘política elsie’ ha vuelto.

La reputación consiste, entre otras cosas, en decir lo que se va a hacer y hacer lo que se ha dicho (coherencia), además de decir la verdad (honestidad) y hacer lo correcto (integridad). Pero, sobre todo, en entender que la opinión que tienen los demás de nosotros no se basa en lo buenos que seamos para nuestros intereses o nuestras necesidades (‘selfie’), sino en lo buenos que seamos para los intereses o las necesidades de los demás (‘elsie’).

Por eso, no es lo mismo ser conocido que ser reconocido; ni ser nombrado que ser respetado; ni ser afamado que ser reputado; ni ser famoso que ser prestigioso. No es lo mismo. Y es que siempre el que busca ser solo y por encima de todo conocido, nombrado, afamado y famoso no acaba siendo reconocido, respetado, reputado ni prestigioso, sino, al final, apartado, olvidado, ignorado… y odiado o repudiado por todos los que asisten a la fiesta, que acaba mal y a la que nunca más te vuelven a invitar.

*Ricardo Gómez Díez, consultor y profesor experto en Reputación

Oscar Wilde afirmaba que “la única cosa que hay peor en el mundo no es que hablen de ti, es que no lo hagan”. De ahí el dicho “que hablen de uno, aunque sea mal”. Paris Hilton —más una famosa que una cantante, actriz, diseñadora o modelo propiamente— popularizó hace unos años la idea de que lo importante es molestar para que hablen de uno, vamos, convertirse en el más pesado y desagradable de toda la fiesta. Se supone que los gritos, insultos y espectáculos varios de ciertos programas rosa o amarillos de televisión provienen de esa misma idea.

Política Pedro Sánchez