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Trump y la identidad europea: Angela Merkel "non va plus"

La etapa abierta por Trump es un catalizador probable para acelerar la integración europea hacia finales del año que viene si los comicios salvan los escollos populistas

Foto: Matrioskas pintadas con los rostros de Donald Trump, Angela Merkel, François Hollande y Vladimir Putin. (Reuters)
Matrioskas pintadas con los rostros de Donald Trump, Angela Merkel, François Hollande y Vladimir Putin. (Reuters)

'It’s happened'. La inesperada victoria electoral de Trump en EEUU apoyado por los antisistema y un discurso populista identitario se une al 'brexit' para consumar una autentica defección anglosajona en el liderazgo de la globalización. Ha sido esa misma globalización, en su formato actual, con sus desarrapados y sus extranjeros, con la concentración de réditos y la desigualdad, la que ha socavado los cimientos del contrato social hasta tales extremos. Ni una sola ciudad por encima del millón de habitantes votó al presidente electo.

En su mayor parte pues, ha sido un tropel de paletos furiosos el que ha encumbrado a Trump y su misión “Make America great again!”. El testigo para liderar esa integración mundial bajo el orden democrático liberal cae por defecto a los pies de Europa continental, el Occidente no anglosajón, la Unión Europea. Aún enzarzada en su propia crisis existencial, no acaba de cristalizar el paso definitivo a su propia unión política. Lo que pocos sospechan es que las flaquezas expuestas en esa crisis interna –la constante necesidad de superar la “soberanía nacional” y una reserva escéptica sobre el formato vigente de globalización– puedan convertirse en autenticas señas de identidad, en fortalezas para tener la capacidad de recogerlo. La realidad presiona por fuera y por dentro.

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No es sorpresa, pues, que tras la elección de Trump, Merkel haya condicionado expresamente su congratulación, su “bienvenida”, al respeto de valores que constituyen la esencia de Occidente, la democracia, el respeto al individuo y su dignidad y el valor de la ley, como recoge este artículo del FT. Por su parte, el presidente saliente, Obama, acaba su mandato con una visita a Europa que finaliza en Berlín. Justo allí lanza un discurso en torno a ese mismo conjunto de valores. Ante tanta desorientación y cruce de intereses nada como buscar la referencia en el horizonte. Si veníamos quejándonos del déficit de valores en una sociedad quemada en la pira de la inmediatez y el consumismo, no reconocer los méritos de ese reconocimiento coincidente estaría cercano al cinismo; a lo que también estamos muy acostumbrados.

El ave fénix por fuera…

Qué devaneos da la historia… Que sea precisamente el líder económico de Europa, Alemania, el que tiene la llave para la resolución de la crisis del euro el que esté inoculado de por vida con la vacuna contra el mal de los tiempos, el nacionalismo populista... Después de sufrir sendas derrotas en dos guerras mundiales asoladoras, son conocedores como ninguno de la futilidad y fatuidad de posiciones tribales en esta humanidad del s. XXI. Es sobre la solidez de ese 85% del electorado alemán que rechaza instintivamente el populismo sobre el que descansa ahora cualquier pretensión de rumbo a la hora de articular las posibilidades de un Occidente muy convulso.

No son temas nuevos la idoneidad del paradigma europeo para proyectar la globalización hacia nuevas metas ni el agotamiento del modelo anglosajón sucumbiendo a los excesos de sus propias liberalidades. Es el 'modus operandi' europeo superando soberanías nacionales y calibrando las limitaciones de las barreras jurisdiccionales el que mejor se ajusta a un estadio de la globalización cuya gobernanza ha transitado ya de un dominio americano unilateral a un multilateral de preeminencia occidental. Así como en su infancia la globalización maximizó su potencial bajo un régimen ultraliberal donde EEUU ejercía un liderazgo unilateral con el capital campeando a sus anchas arbitrando jurisdicciones (“race to the bottom”), los limites empíricos alcanzados en el plano económico: deuda, y desigualdad, socio-políticos: populismos y fractura del contrato social, y físicos: crisis medioambientales, sugieren, en pos de la propia sostenibilidad del sistema, planteamientos de gobernanza más racionales, ordenados e integradores.

A Trump se lo comerá el propio 'establishment'… Y así como ha renegado de defenderlo y promulgarlo, escenificará para las gradas un repudio constante

La mar de fondo es profunda: del empirismo anglosajón al racionalismo continental, de la casuística jurisprudencial al valor de ley. Ahora en Europa se desempolvan los clásicos que mejor pensaron la vocación universal de la Ilustración: Voltaire, Kant, Hegel… La multa de 14.000 millones de dólares impuesta en Europa a Apple por haber urdido en Irlanda un esquema fiscal por el que han estado evadiendo impuestos durante una década, y que fue contestado por la mayoría del 'establishment' corporativo en EEUU,' es un síntoma representativo de la realidad que deviene, un movimiento de placas tectónicas generacional.

En rigor, por el interés económico que EEUU tiene imbricado en el sistema –la reciprocidad de intereses comerciales y de inversión directa, el papel de comprador de último recurso y los privilegios de emitir la moneda reserva mundial– es muy improbable que el fenómeno Trump cristalice en un autentico vuelco al orden internacional liberal. A Trump se lo comerá el propio 'establishment'… Y así como ha renegado de defenderlo y promulgarlo, tampoco tendrá problemas en escenificar para las gradas un repudio constante y vacilón del elenco de valores liberales y en flirtear con políticas económica autárquicas. Será un revulsivo constante para catalizar lo más parecido a un sentido de identidad europeo.

… y el mito de Sísifo por dentro

Mientras las fuerzas exógenas –Rusia, terrorismo, China y ahora los aliados anglosajones– parecen conspirar para precipitar esa unión política, el proyecto euro como plataforma a la unión política está inacabado y es fuente de acritud velada. Las limitaciones de las recetas aplicadas en la crisis –la tríada de reformas, devaluaciones internas y control presupuestario- son función de diagnósticos imperfectos, crisis soberanas frente a bancarias y de cuenta corriente. El efecto neto de las mismas sobre la capacidad de recuperación económica europea en su conjunto es tibio, demasiado tibio como para alcanzar una velocidad de crucero sostenible que rompa la esclerosis del desempleo, sobre todo en la juventud, y aleje la deriva política del populismo. Y sin políticas que releven al BCE en 2017 destinadas a la extenuación.

El efecto neto de las reformas sobre la capacidad de recuperación económica europea en su conjunto es tibio como para alcanzar una velocidad de crucero

Lo peor es el efecto perverso, corrosivo, derivado del papel de deudores o acreedores en una psicología europea que busca su identidad. Como algo temporal, confinado a las virulencias de un ciclo, la terapia es asumible, pero el problema es estructural y por las propias dinámicas inherentes al euro, abocado a crecer. El subsidio implícito en el euro a los países de mayor competitividad sella superávits estructurales y además los destina a ser crecientes al verse reforzados financieramente por la fragmentación, los 'spreads'. Alemania exporta ahora la mitad de su PIB (frente al 18% previo al euro) y actualmente acumula por año un 8% de superávit por cuenta corriente. El esfuerzo de los deficitarios por mantener niveles de competitividad con planes de devaluación interna puede verse recompensado cíclicamente por unos ajustes de cuenta corriente notables, como es el caso de España 2012-2015, pero de ninguna forma la política puede ser estructural. Sencillamente, la competitividad puede y debe ser un objetivo programático para Europa en conjunto, pero la convergencia intra-Europa hacia el mejor estándar debe estar regulada por otras políticas.

Es precisamente esa psicología la que alienta el fortalecimiento de populismos, de derechas en el norte acreedor y de izquierdas en el sur deudor. Los buenos europeos pensamos que los ajustes impuestos a la periferia redundan en una mejora de la competitividad europea en su conjunto y haciendo de la necesidad, virtud, bendecimos la gestión de la crisis como una oportunidad a largo plazo, pero sabemos también que la plena convergencia interna en competitividad es un mito irreal e impracticable y, por tanto, un objetivo en su naturaleza interino, que requeriría ser puesto en contexto con otras políticas a favor del crecimiento, fiscales. Se trata de evitar como mal menor una japonización europea, donde la intervención del BCE sea perenne y se anquilose una situación insuperable de bajísimo crecimiento, deflación y deuda: un hervidero fértil para el populismo. Repetimos, los estímulos extras del BCE se acaban en 2017, y ¿después qué?

Merkel "non va plus"

La sucesión de citas electorales críticas en los próximos meses hacen ahora difícil un planteamiento realista hacia la integración. Todo pasa por una unión fiscal que implique riesgo conjunto. En el norte se ha preferido un relato sesgado de la naturaleza de la crisis (soberana vs. bancaria ) e Italia sigue sin hacer sus deberes. Pero a partir de ahora, con el testigo de liderazgo en el mundo libre, la presión para conciliar la altura de valores encomiados en esos foros internacionales…, con la sostenibilidad de intereses, un formato de UE que no permita por principio tasas de desempleos en la juventud del 40-50%..., está en la bandeja de Alemania. Merkel testeará los mimbres del cinismo.

Es irónico que la UE haya hecho un ejercio de reflexión crítica sobre los grandes problemas de la crisis más o menos acertado: los efectos sistémicos negativos de la desigualdad en la recuperación de la demanda interna, la evasión fiscal de la gran multinacional, la reserva frente a la preeminencia y desregulación del sector financiero, etc. pero no haya sido capaz de articular soluciones de compromiso a las insuficiencias de la arquitectura del euro, aparte de una involucraron del ECB que acabará seguro en 2017.

Ahora toca desenmascarar los populismos. Y si es cierto que los europeos frente a los americanos somos una sociedad más vieja, "madura”, tenemos un sentido histórico mucho más arraigado y una propensión a ver las cuestiones con más serenidad y perspectiva. Frente al “negacionismo” sobre el cambio climático o el “In God we trust” impreso en los dólares, aquí en Europa cunde más el escepticismo y lo secular, razón por la cual la probabilidad de que facciones populistas revienten un gobierno con mayorías cualificadas que permitan cambios constitucionales es mucho más reducida.

Con perspectiva, la etapa abierta por Trump es un catalizador probable para acelerar el proceso de integración europea hacia finales del año que viene si los comicios salvan los escollos populistas. Desde Defensa (gastos OTAN), pasando por el despliegue sincronizado de políticas fiscales, hasta el cumplimiento de tratados sobre el medioambiente (París) o el libre comercio(y el elenco institucional que lo refrenda): en todas estas instancias Europa se encontrará necesariamente más unida. Merkel, que probablemente repetirá en su cuarta legislatura, acaparará toda la atención como último bastión sensato del mundo Occidental. Pero ya se acabó el margen para el tacticismo. Para entonces el SPD alemán y el conservadurismo francés quizá estén ya maduros para compartir la carga política del tránsito definitivo a la Unión.

'It’s happened'. La inesperada victoria electoral de Trump en EEUU apoyado por los antisistema y un discurso populista identitario se une al 'brexit' para consumar una autentica defección anglosajona en el liderazgo de la globalización. Ha sido esa misma globalización, en su formato actual, con sus desarrapados y sus extranjeros, con la concentración de réditos y la desigualdad, la que ha socavado los cimientos del contrato social hasta tales extremos. Ni una sola ciudad por encima del millón de habitantes votó al presidente electo.

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